Escribe Viorica Patea en su prólogo a Mi Patria A4 (Pre-Textos, colección La Cruz del Sur) que Ana Blandiana es algo así como la Anna Ajmátova rumana. Por edad, Blandiana (nacida en Timisoara en1942) está algo lejos de la rusa y algo más cerca, aunque no del todo, de las generaciones de poetas europeos con los que resulta más fácil emparentarla.

Blandiana es uno de los grandes nombres de la literatura rumana de la segunda mitad del siglo XX, junto a Marin Sorescu, por ejemplo, y de ella teníamos en España ya una antología de poemas (publicada por Cosmopoética, que sonaba un poco peor que esta) y dos fantásticos libros de relatos (editados ambos por Periférica): Proyectos de pasado y Las cuatro estaciones. Lo que singulariza su narrativa es su capacidad para elaborar parábolas con elementos fantásticos partiendo de situaciones cotidianas, con una capacidad singular para empatizar con la opresión y la alienación.

Si como narradora está a la altura de los grandes nombres del relato europeo contemporáneo (si no la han leído aún, no saben lo que se pierden) como poeta es una más que digna continuadora de algunas de las ramas más fecundas de la poesía de nuestro continente. Mi Patria A4, el libro que ahora se edita en traducción de su traductora habitual, Viorica Patea, esta vez con la colaboración de Antonio Colinas, es el último de sus libros de poemas.

En alguno de los artículos agavillados en su libro Spaima de literatura (algo así como Miedo a la literatura, publicado por la editorial Humanitas de Bucarest en 2006) Blandiana habla de su doble vocación literaria pero antepone su amor a la poesía. Cómo me convertí en poeta, se titula uno de los artículos de ese libro (que incluye también un buen número de entrevistas), y que comienza por responder que “estoy tentada de responder: ya nací así."

Publicado en rumano en 2010, Mi Patria A4 es un buen muestrario de los temas y los modos de la poesía de Blandiana. Lo más característico de sus poemas es la capacidad de mirar de nuevo cosas mil veces vistas, un poco del mismo modo que lo hacía Szymborska. Una pérdida continua es una afortunada variación sobre el One Art de Elizabeth Bishop. Su mirada ve lo que la rodea, ya sea antiguo o moderno, y como una radiografía capta sus significados ocultos, sus parentescos disimulados. Como en Los frescos:

Los fundadores portan en la mano

pesados monasterios,

como un capital convertible

en el exchange office de la vida del más allá;

monjes jóvenes

con doctorados en Cambridge

y campesinas ancianas

que veneran ornamentos litúrgicos

y se arrastran de rodillas

sobre las lápidas con inscripciones cirílicas;

los altavoces

retransmiten las misas

hasta el patio con tiendas de campaña,

hasta la carretera en cuya orilla

los coches aparcados

esperan su consagración;

mientras, la fe—

al igual que las golondrinas

que vuelan dentro de la cúpula

espantadas por las campanas—

da vueltas atemorizada,

choca contra las paredes pintadas

del Pantocrátor,

desciende

y se posa obediente en los frescos.

Heredera de la mejor tradición europea, personal, honda y transferible, la poesía de Ana Blandiana (como su narrativa) es de esas que nos hace conocernos mejor, reconciliándonos con nosotros mismos a la vez que nos acusa. Inocentes o culpables, ni nosotros lo sabemos. Y, como la de Blandiana, la mejor poesía habla de ese no saber.