Con la esperanza de convertirlo en una pequeña tradición, durante este agosto denuevo este blog les ahorrará mi cháchara habitual para ofrecer versiones (mías, eso sí; nada es perfecto) de poetas de aquí y de allá para viajar, al menos, en verso. ¡Buen viaje! J. C. Bloem (Holanda, 1887-1996) [caption id="attachment_619" width="150"] J.C. Bloem[/caption] Resignación Abro la ventana para que entre el otoño indecible, tradicional. Y si algún deseo me queda --es que al menos él no me abandone. En la vida había más bien poco que ganar. No resisto más. Ya nada me importa: en el viejo dolor universal medito sobre los billones de extintos. Ser joven es ser inquieto, dementes suspiros por un cariño inabarcable, es aislarse, es falta y dolor. Eso, pasó; prontos que la vida tiene. La soledad resultó tener su lado afable. Lo cierto es que todo podría haber sido peor.


Philippe Soupault (Francia, 1897-1990) [caption id="attachment_652" width="150"] Philippe Soupault[/caption] Horizonte Toda la ciudad ha entrado en mi cuarto los árboles desaparecen y la tarde se pega a mis dedos Las casas se convierten en transatlánticos el rumor del mar llega hasta mí En dos días llegaremos al Congo he atravesado el Ecuador y el Trópico de Capricornio sé que existen colinas innumerables Notre-Dame esconde el Gaurisankar y las auroras boreales la noche cae gota a gota yo estoy esperando las horas Dadme esa limonada y el último cigarrillo y volveré a París
Paavo Haavikko (Finlandia, 1931-2008) [caption id="attachment_651" width="150"] Paavo Haavikko[/caption] Poema Este poema quiere ser una descripción. Necesito poesía casi sin sabor y soy una cosa que, como la hierba, espera. Estos versos son poco verosímiles, son excursión, atraviesan una lengua familiar en dirección a un país que no es un lugar, este poema debe ser cantado en pie o leído en soledad: yo dije, sí, también yo, que todo está fuera y yo aquí suspendido de un árbol como los pájaros de los árboles todas las puertas cerradas-abiertas, doy mi firma al día, a la noche que pasa, sin leerlos, como un periódico, una página inútil, sin leerlos, y mientras el sueño viene yo duermo y en el sueño digo: yo. Este bosque es denso, algunos árboles y su miedo, y en este bosque la voz tiene la humedad de lo que transpira. Es un país donde los árboles florecen, en el interior el árbol ciego olvida que es visto, este lugar ha sido excavado, todo está hecho a su imagen: el bosque abierto al brotar de las flores que me confunde, debería compararme a lo que aún no nació y darme por perdido, engullido por una carne toda maleabilidad, como de seda y plenamente hembra. Yo no sabía lo que era pretendía quedarme en silencio quería comer las palabras y modificarme a la fuerza, como en el nacimiento. Llegué a este punto: la casa queda en el centro, mi mesa, la pluma cogida con fuerza, el papel, esto está mucho más al norte pero mi espíritu es denso, escríbí el poema en otoño, de noche, en soledad y no soy quien soy. ¿Es todo vulgar, aquí? Sí, aquí también. Aquí quien se aleja es raptado antes del fin por alguna razón. En este poema soy una simple imagen llena de sentido que no pregunta por qué el fruto está en flor y me interroga, quiere saber si hay alguien interesado en esas cosas, ese sentido, cada cosa que pongo en la balanza fluctúa en el aire como un barco redondo, lento, navega el viento, crucé el bosque y pasé de una línea a otra, desde que se nace es posible saber si están ahí los astros, mi avidez se transformó en tristeza, llovió torrrencialmente, ¿y qué es la poesía? Quiero decirlo: una casa pequeña, estrecha y alta y una sala donde escribo esto. ¡Exagero! Pero imagino que todo ocurre, ¿y quién no está solo? ¿Quién no es un mundo? Callar todo cuanto es lenguaje. Regresar al lugar de donde vengo.
Rod McKuen (Estados Unidos, n. 1930) [caption id="attachment_650" width="150"] Rod McKuen[/caption] Regalos Con qué facilidad encajamos como piezas de un puzle, como si la mano de un dios nos meciese sólo a nosotros y toda la población de esta ciudad junto a la playa fuésemos nosotros dos y esta cama enorme fuese la cuna de un niño con mucho sitio libre para dejar regalos. Mañana te compraré muchos regalos. Granadas y colines de pan, billetes de ida y vuelta a cada esquina de la habitación y rosas muy rojas como las que todos regalan a todos. Todos tienen un anillo de diamantes y zapatos de domingos. Corbatas y lencería, pistolas y pelotas de tenis. ¿Qué podría gustarte? Vendería mi reloj para comprarte Grecia, vendería mi coche para traerte un carrito de esos de los que tira un hombre en Rangún. Amontonadas en un rincón hay amapolas y hojas de limones. Tendrán que durar hasta que traiga a casa el jardín de Union Square. Cuando tenía diez años encontré un billete de veinte dólares. Compré un circo de cartón y una estilográfica y una navaja porque nunca había tenido una. Mi madre pensó que había robado el dinero. Le compré un perfume en el todo a cien y entonces ya me creyó. Fui rico aquellos días, durante una semana lo tuve todo. Ojalá te hubiera conocido entonces.