Se acaban los años tan rápido que ni siquiera da tiempo a hablar de todos los libros que uno querría. Aquí van, en forma de cuatro píldoras, cuatro libros de los que uno querría haber hablado antes, y que no quiero dejar de recomendar ahora. Algunos más se han quedado en el tintero. Vayan estos, de momento, mientras llegan las novedades a las mesas de las librerías.
1) Si uno abre al azar Siempre es de noche en los bolsillos (Papeles Mínimos) de Tomás Salvador González (Zamora, 1952) puede encontrarse por ejemplo este poema.
Todo ansía prender
Todo ansía prender:
las espaldas de los viejos, los burros
que los llevan a trabajar
por las mañanas a los campos,
el forastero solo, con su oficio,
la gente del recodo,
los plásticos con que cubren las cajas de cerezas,
el caminante que se acerca
y se va, las palabras,
el pan,
la diferencia entre un pan y una mesa,
un cuaderno, una mirada
en lo invisible de una tiza,
el brezo blanco y rosa del regreso, los prados,
las cigüeñas.
Todo ansía prender:
volverse raíz que hurga en mis tendones,
volverse casa y hora de labor,
tubérculo que calienta las manos
y se come sin piel.
Su autor había publicado antes Reunida estación de las ciudades (1975), La entrada en la cabeza (1988), La sumisión de los árboles (1966) en editoriales como Ave del Paraíso, Icaria o Endymión. Su poesía es del terruño, de la palabra cuidada, del diálogo con el arte. Muchas capas en una poesía honda como pocas en la que se siente el peso y la levedad de cada palabra.
2) Stanislaw Baranczak (n. 1946) es un poeta polaco que comparte generación con Adam Zagajewski o Ewa Lipska. Antología poética (Trea), en edición de Antonio Benítez Burraco y Anna Sobieska, recoge una selección de sus mejores poemas, que transitan de lo político a lo existencial y en cuyos títulos se repiten miedo, cautiverio, colapso, ahogo, tinieblas, oscuridad. Sin embargo, hay también ironía, un punto experimental, y una fina mezcla de culturalismo y cotidianidad, de Mozart y cubos de basura.
Desde la ventana de uno de los pisos, esa aria de Mozart
Desde la ventana de uno de los pisos, esa aria de Mozart,
cuando pasabas junto al edificio. Y en ese mismo instante
unas potencias se hundieron y se alzaron de entre las ruinas.
Non so più... —ese ingrávido rescoldo de rosas, esa broma
a vida o muerte, ese anapesto que vuela raudo en pos
de un bando de mariposas. Precisamente esa aria de Mozart
t e n í a que sonar aquí, como si en algún lugar existiese una carta
de derechos de quienes pasan junto a los edificios, no violada por
esos álter ego nuestros, esos que alzan potencias de entre las ruinas;
una garantía de que, cuando menos, perdurará un velo,
un disco no rayado del todo, de que esa aria de Mozart
siempre logrará entreabrir una ventana o revocar una sentencia.
Como si esa mano muerta fuese capaz de legarnos
sin pensarlo la totalidad de los bienes; a nosotros, es decir,
a las montañas de ruinas de entre las que se alzaban las potencias,
en cuyo interior crecía, a pesar de ello, sin sostenerse en nada más,
la fe de que algo así no pudo ser un error, de que esa aria de Mozart
jamás llegará a confundirse en la ventana de ninguno de esos pisos.
Unas potencias se hundieron y se alzaron de entre las ruinas.
3) John Berger es muchas cosas y, sin duda, uno de los escritores imprescindibles de nuestra era: uno de esos que nos enseña a cultivar una mirada de soslayo más honda y perspicaz. Además, es un poeta enorme. Poesía (Círculo de Bellas Artes, cedé incluido) recopila su poesía completa, incluidos sus poemas dispersos en novelas y otros lugares. Dejo como ejemplo uno de los poemas suyos que prefiero:
Vista de Delft
En esa ciudad,
al otro lado del agua
donde todo ha sido visto
y cuidan de los ladrillos como de gorriones,
en esa ciudad como una carta de la familia
leída una y otra vez en un puerto,
en esa ciudad con su biblioteca de tejas
y sus calles recordadas por Johannes Vermeer
que dejó deudas al morir,
en esa ciudad al otro lado del agua
donde los muertos levantan el censo
y no quedan habitaciones
porque la mirada de él las ocupa todas,
donde el cielo aguarda
la noticia de un nacimiento,
en esa ciudad que se vierte por los ojos
de los que se fueron,
allí
entre dos campanadas matutinas,
cuando se vende el pescado en la plaza
y en las paredes los mapas
muestran la profundidad del mar,
en esa ciudad
me estoy preparando para tu llegada. (PV)
4) Y hasta aquí (Bartleby, traducción de Abel Murcia y Gerardo Beltrán) es el título del libro póstumo de Wislawa Szymborska, del que ya había hablado aquí. Esta traducción de los últimos trece poemas de la poeta polaca se publicó antes en México (por Postada editores). Ante la poesía de Szymborska, mejor callar y escuchar:
El espejo
Sí, recuerdo esa pared
de nuestra derruida ciudad.
Se levantaba casi hasta el sexto piso.
En el cuarto tenía un espejo,
un espejo increíble,
porque no estaba roto, fuertemente fijado.
Ya no reflejaba la cara de nadie,
las manos de nadie arreglándose el pelo,
ninguna puerta de enfrente,
nada que pudiera ser llamado
Estaba como de vacaciones:
se veía en él un cielo vivo,
unas movidas nubes al aire salvaje,
el polvo de los escombros lavado por lluvias brillantes,
pájaros al vuelo, estrellas, amaneceres.
Y así, como todo objeto bien hecho,
funcionaba sin reproche,
con una profesional falta de asombro.