Si no les suena el nombre de Luis María Marina (Cáceres, 1978) deberían empezar a hacer algo por remediarlo. No sólo es un más que notable poeta (autor de libros como Lo que los dioses aman, Continuo mudar, Materia de las nubes o su última entrega hasta el momento, Nueve poemas a Sofía, publicado el año pasado por Olifante), autor de un ensayo sobre la ciudad de México titulado Limo y Luz, sino que es un gran continuador de esa no abundante, pero sí fiel y generosa estirpe de gentes dedicadas a dar a conocer de este lado de la frontera lo mejor que va dando la poesía portuguesa. Traductor de Nuno Júdice, António Ramos Rosa o Alberto de Lacerda, ahora nos trae su traducción de Explicación de los árboles y de otros animales (Sígueme), uno de los libros más importantes de Daniel Faria (1971-1999).
El nombre de Faria sin duda sonará a los lectores avisados de la poesía portuguesa más reciente. Era uno de los antologados por Andrés Navarro en Photomaton, su selección exprés de nuevas voces de la poesía lusa, junto a otros autores como Valter Hugo Mãe o Manuel de Freitas. Y sé de al menos un poeta (Pablo Fidalgo) que se alegrará de esta traducción tanto como le dará un pelín de rabia que se le hayan adelantado. Un poeta, pues, conocido por los avisados e influyente en alguno de nuestros mejores nuevos poetas, ahora al alcance de todos quienes no lean portugués.
Daniel Faria es un caso curioso. Sintió pronto la vocación sacerdotal (como otro de los más citados poetas portugueses de ahora, José Tolentino Mendonça) y en 1997 ingresó en el monasterio benedictino de São Bento da Vitória, donde moriría muy joven, un par de años después, a causa de un accidente doméstico. Le dio tiempo a escribir tres libros de poemas que permanecieron inéditos hasta que Vera Vouga los recogió en su edición de la Poesia de Faria, los tres libros considerados canónicos por la crítica (el ahora publicado, de 1998, Hombres que son como lugares mal situados, de 1998, y De los líquidos, de 2000) y un número indeterminado de libros manuscritos de un único ejemplar que regalaba a sus amigos, y de los que apenas se ha publicado uno, El libro de Joaquim (Joaquim es el amigo al que se lo regaló, un compañero de seminario).
Marina consigue lo máximo que se le puede pedir al traductor: su versión es tan cristalina que pareciera que leemos el original. Su edición cuenta además con un informado y atinado epílogo y acierta al traducir completa la única entrevista conocida al autor.
Meditativa, contemplativa, luminosa con la luminosidad de quien sabe que la oscuridad es uno de los matices más hermosos de la luz, capaz de metáforas que nos hacen ver el mundo de nuevo en profundidad, la poesía de Faria es excepcional. La mejor poesía se sirve de las palabras para reinventar el silencio. Y así ocurre casi en cada poema de Faria, que hace de la hondura un himno y de la intensidad, un mantra.
Aun en el interior del cuarto
Eres la parte de fuera de la casa
Los innumerables peldaños de la casa. El más antiguo
Niño subiéndolos uno a uno
*
La piedra está posada sobre sí misma
En tiempos de indigencia no pedirás otra abundancia
Ningún otro verso o casa
Ninguna otra firmeza
La simiente brota bajo el peso de la tierra
La voz de las cigarras bajo el peso del calor
Una piedra pesa sobre la piedra
Las manos unidas no tienen fuerza así
En el tallo la hoja no tiene ese equilibrio
Y te columpias ojos adentro
Inundando de paisajes la ceguera
*
1
Si enciendo la luz
no moriré solo
2
Aunque se duerman los pastores
No se ha de descarriar la voz
Del forastero