Cargas familiares (La Isla de Siltolá) es el primer libro de poemas de Fernando Pérez Fernández (Cáceres, 1984). Lo primero que salta a la vista es que no es un libro primerizo. Hay tal variedad de acercamientos diferentes al poema en el libro que la impresión que da es la de haber sido compuesto a partir de diversas versiones previas de lo que bien pudieran haber sido libros distintos. Se trata, pues, de un libro poco unitario, muestrario de intenciones y capacidades diversas. Eso no es algo malo (la verdad es que uno prefiere los libros variados, de hecho) pero sí hace más difícil crearse una impresión más o menos razonada de lo que pretende el poeta Fernando Pérez Fernández.
Lo que ofrece, ya, no es poco. Descubrimos a un observador, que gusta de las imágenes que podrían acabar en un haiku pero pasadas por un filtro algo más posmoderno. Sabe dejar misterio en un poema de ese modo, como en “Me pregunto por qué”:
Hay algo de persona en esta mesa.
Me hace compañía, dice: “siéntate”.
Los huesos de unos dátiles cubiertos de saliva.
Hay imágenes del tipo que Fruela Fernández ha aprendido a hacer muy bien en Sanguinetti y otros, del tipo: “la mañana es un páncreas”. Su extrañeza primeriza revela luego una mirada oblicua e inteligente. “Una tarde en el zoo” es un buen resumen de todos los hilos de la poética de Fernando Pérez:
apoyo una rodilla en el suelo
para volver a atarme los cordones
y corto, con el cuenco de una mano
la parábola de un saltamontes:
mientras cruje la tierra,
sésamo en los bordes de la palma,
chascan sus patadas contra el centro.
Escucho cómo insiste.
Merece volver a intentarlo.
Más tarde, junto a la charca,
una ranita de san Juan que se me escurre entre los dedos
haciéndome cosquillas.
Del otro lado despega una mosca
llevándose un lunar.
Fernando Pérez Fernández usa la extrañeza ante lo ajeno y lo propio como guía de su poética. Apunta muchas cosas este primer libro. Muchos caminos abiertos que apetece seguir. Ojalá lleven a donde no esperamos.