La poesía polaca contemporánea parece vivir en una tensión (eso podríamos deducir, por ejemplo, de la antología Poesía a contragolpe, traducida por Gerardo Beltrán, Xavier Farré y Abel Murcia) entre la herencia de lo mejor de su propia tradición (con Milosz, Herbert, Szymborska o Zagajewski a la cabeza) y las más importantes aportaciones de la poesía anglosajona del siglo XX, con Ashbery a la cabeza, mezcladas a su vez con otras influencias europeas, entre las que cabría destacar la del esloveno Tomaz Salamun. En la antología citada no costaría mucho separar en dos grupos a los partidarios de una y otra vía. Y, sin embargo, hay una tercera, la que representa un libro como El Sur, de Marcin Kurek (1970), recién traducido por Amelia Serraller y editado por Bartleby con prólogo de Xavier Farré.El sur es un poema largo dividido en siete cantos. La noticia de la muerte de Milosz y Herbert sobrevuela un texto que sin embargo no trata del asesinato de los padres, sino del sentimiento de horfandad que deja su marcha. Su escritura, que no es ajena al tono y la intención de los poetas mencionados, ni a la influencia de textos como La tierra baldía, recuerda más sin embargo a los poemas “narrativos” de Tomaz Salamun (cualquier adjetivo que se pretenda aplicar a la obra del esloveno hay que escribirlo siempre entre comillas, pues siempre lo hizo todo a su manera), en su forma de crear un flujo de conciencia a la vez narrativo y alucinatorio, mezcla de realidad, memoria y deseo. El protagonista del poema sabe que se enfrenta a su propia muerte después de haber bebido de una botella en la que alguien había introducido una rama de adelfa venenosa. Más que la muerte, la planta produce una larga alucinación lúcida que resulta en un triple viaje: geográfico, temporal e intelectual. Así, por ejemplo, en un fragmento del primer canto, nos encontramos al personaje del poema entre fotocopias amontonadas en una pensión de la plaza madrileña de Antón Martín recibiendo la noticia de la muerte de Herbert:Ese día en la habitación del octavo piso,
entre estanterías con libros,
junto a una pila de carpetas azules
repletas de fotocopias acumuladas
durante meses en una pensión barata
de Antón Martín,
te despertaste a las siete y, recordando
la profecía de las mujeres, encendiste la radio,
que informaba de que al alba
había muerto en Varsovia
Zbigniew Herbert.
“¿Ha muerto Herbert?” preguntaron a un tiempo
D y T, cuando dos semanas después
les contaste esta historia.
A ellos, de viaje por el Ródano,
no les había llegado la noticia.
Siete años después cuando en un parque de Vence
recibiste la crónica de la muerte de Czeslaw
Milosz, pensaste que alguien se había burlado
de él, dándole a probar
un nuevo siglo. ¿Pero quién, muy pronto,
se burlaría de ti?Dice Xavier Farré en el prólogo que El Sur “es un poema que se encuentra en un cruce de caminos, un poema de múltiples fronteras que cuestionan la realidad en la que vivimos y la realidad que recreamos”. Su capacidad para injertar la historia en la experiencia personal, para combinar la lucidez alucinada del hallazgo casual con la reflexión detenida, hacen de El Sur un libro importante de la poesía actual, ambicioso, pulido y logrado. Un contemporáneo del que todos podemos aprender cómo mirar, un libro que no debería faltar en la biblioteca de nadie que esté componiendo versos hoy, a esta hora, en esta realidad alucinante.