Rima interna por Martín López-Vega

Fruela Fernández, el nuevo mapa de Europa

14 marzo, 2016 01:00

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Fruela Fernández[/caption] A finales de los setenta y principios de los ochenta surgió un debate que, de alguna forma, sigue vivo: ¿es posible un folk europeo? Edoardo Sanguineti, poeta italiano al que Fruela Fernández ha traducido, participó en el debate con algunos artículos en prensa durante aquellos años. Citaba él en uno de los libros que reseñaba: “El folk de la sociedad de consumo es siempre indoloro, no crea disgusto, no pone a nadie en crisis: está hecho para anular el sentimiento de culpa”. Una tesis que ocultaba una realidad que con la sucesión de las crisis económicas se ha ido volviendo más evidente: no todo en Europa es Europa, no todo en la sociedad de consumo es sociedad de consumo, etc. Todo centro necesita sus periferias y del mismo modo que Occidente ha orillado tradicionalmente al resto del mundo, el centro de Europa ha generado sus periferias internas. Autores como Roberto M. Dainotto -autor de Europe (in theory)- han aplicado la teoría postcolonial para explicar el lugar de los países del sur en Europa. Desde una perspectiva similar, la obra poética de Fruela Fernández (Langreo, 1982) intenta con su obra pensar cómo puede ser el folk de la cuenca minera asturiana. Un folk reflexivo, que tenga en cuenta la historia y que no acierta a dibujar un proyecto de futuro. Folk se tituló su primer libro (si descartamos el primerizo y epigonal Círculos) y al folk sigue habiendo referencias en su nueva entrega, Una paz europea (Pre-textos). Si Folk era un libro con aciertos, pero fallido porque sus poemas parecían tantear caminos sin llegar a profundizar en ninguno, Una paz europea (más un poema largo que un libro) corrige el tiro y parece la primera pavesa de un camino largo y hondo, de una poesía que no sólo canta sino que medita con los argumentos del mejor ensayo. Fruela Fernández se apoya menos en las imágenes sonoras y chocantes (su capacidad imaginativa sobresalía ya en Folk) para distraer y distraerse menos de la reflexión global que, ahora sí, su poesía plantea. Aunque el decir entrecortado del libro anterior siga siendo marca de la casa, ensaya también otros ritmos, hay una variedad estructurar mayor que evita el tedio que llegaba a producirse en algunos momentos de Folk. Central en la poesía de Fruela Fernández es la figura del abuelo, que de algún modo personifica esa cuenca minera asturiana y hace de corifeo de sus gentes, de sus pozos, de su paisaje, para dialogar con la voz del libro, que es la de quien se ha ido y vuelve para intentar entender de dónde viene, por qué es como es: “Mi abuelo saca dos sillas de la chabola”, leemos en el primer poema. “Sabes tu que nun soi de munchu charrar’, pero le gusta que nos sentemos fuera, hacia los montes”. Tampoco la poesía de Fruela Fernández es muy de hablar: no quiere contarnos lo que quiere contarnos a modo de moraleja, sino darnos, en esquirlas, los materiales para que sea el lector quien recomponga ese paisaje incluso lingüísticamente ruinoso. El castellano en que el libro está escrito se contamina del asturiano no sólo en los parlamentos de algunos personajes, sino que también palabras del idioma local se mezclan en el castellano. Del mismo modo, el asturiano que se habla en el libro es también un asturiano impuro, continuamente contaminado por el castellano. Del mismo modo se contamina esa memoria de la Asturias rural y minera con la voz de quien ha tenido que emigrar porque la tierra ya no le daba más oportunidades. A la vez, esa lejanía parece ser la única forma de hacerle justicia al lugar de origen: Poca harina y tanta agua (o aire) en este que llaman pan gallegu, pero está hecho aquí. Una hormiga se apura con el resto que dejo al cortar. Tengo poca sustancia, voy por pan para estirar los huesos y darle un duru a ganar al de la tienda nueva. De lejos envejezco mejor que mi pueblo, porque no vivo en él puedo serle amargo y leal. La yerba crece en forma por la loma de la mina cerrada, pero la tierra no tiene, se esfarrapla al subirla como una tropa de lentejas. Aunque el mismo sol decida las hortensias, aunque el liquen, misántropo, cubra la pista de tenis, no estoy en casa.

Fruela Fernández ya tenía una voz propia, distinta, en su libro anterior. Ahora además parece que ya ha decidido qué hacer con ella. Lo que en Folk eran aciertos entre gorgorito y gorgorito, en Una paz europea es un intento de análisis por esquejes, de acercamiento fragmentado a una realidad hecha añicos por la historia y el capitalismo. Una paz europea es una propuesta nueva, distinta, arriesgada en la poesía española hodierna, un libro que comienza a re-cartografiar un territorio cuyos mapas hasta ahora se habían hecho desde fuera. Tal vez esta sea la propuesta más ambiciosa de la poesía española de ahora. Fruela Fernández demuestra tener todo lo que necesita para llevarla a cabo: capacidad de análisis e imaginación poética, para que los poemas no se le queden ni en un ensayo partido en trocitos ni en un vago lamento pastoril. Poesía política en el sentido más amplio de la palabra, poesía crítica, poesía de análisis pero, sobre todo, Poesía con mayúsculas: la que nos hace reflexionar sobre nuestro lugar en el mundo y comenzar a hacernos preguntas distintas, más importantes, más útiles. No hay aquí consuelos fáciles, pero sí el intento de alcanzar un entendimiento mayor. Aunque sólo se encuentre de él una raíz, un esqueje, una palabra partida entre dos idiomas.

 
Image: Jesús Ruiz Mantilla

Jesús Ruiz Mantilla

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