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Los lectores de poesía de este país le debemos tanto a Jesús Munárriz (San Sebastián, 1940) que es fácil olvidarse de que también es uno de los mejores poetas de su quinta. Materia del asombro (Hiperión), la antología de su obra que Francisco Javier Irazoki ha preparado con tanto mimo como acierto es, además de un recordatorio, una ocasión perfecta para releer sus mejores poemas.
Como todo lector de poesía sabe, Jesús Munárriz fundó la editorial Hiperión en 1975, después de otras aventuras editoriales como Ciencia Nueva (vinculada al entonces clandestino Partido Comunista y a la lucha antifranquista) o la colección de poesía Saco Roto, por citar apenas un par de las muchas aventuras de las que fue protagonista. Lo que Hiperión ha supuesto para los lectores de poesía de este país es de todos conocido; como otras editoriales de poesía que han sido importantes en las décadas pasadas, ha perdido mucho de su fuelle, pero la lista de autores que ha publicado ha sido una inagotable fuente de poesía de primera calidad. Valga como ejemplo la letra A de su catálogo, en la que están, entre otros, Jesús Aguado, Francisca Aguirre, Delmira Agustini, Anna Ajmátova, Rafael Alberti, Mariana Alcofarado, Carlos Alcorta, Francisco de Aldana, Almada Negreiros, Martha Asución Alonso, Raúl Alonso, Francisco Álvarez Velasco, Yehuda Amijai, Eugénio de Andrade, Blanca Andreu, Apollinaire, Louis Aragon… Un botón de muestra inmejorable por la mezcla de autores consagrados y jóvenes, de traducciones de clásicos indiscutibles y de otros que leímos por primera vez en Hiperión. ¿Qué hubiera sido de muchos poetas de mi quinta sin Yehuda Amijai? ¡Y la B arranca con Ingeborg Bachmann! Además, la calidad media de las traducciones que Hiperión ha editado a lo largo de los años (con, claro, alguna que otra inevitable excepción) es altísima. Muchas de ellas han sido responsabilidad del propio Munárriz: y si alguna cosa hay en el debe (cuando comenzó a traducir del portugués se coló algún falso amigo) de nuevo abunda la maravilla: prodigios como hacer que Principio y fin de la nieve de Yves Bonnefoy pareciera escrito en español por primera vez convierten a Munárriz en uno de nuestros mejores traductores.
Pero sobre todo, poeta. Munárriz se estrenó con un libro llamado Viajes y estancias publicado en 1975 en lo que entonces era la colección Visor de la editorial Alberto Corazón. Lo más importante de su obra se publica entre los primeros ochenta (Esos tus ojos) y el año 2000, cuando una primera antología, titulada Peaje para el alba (Hiperión) resume su trayectoria poética hasta aquella fecha. Su obra sigue creciendo después, pero lo fundamental está ya ahí. Irazoki lo ha resumido todo reordenándolo, mezclando poemas antiguos y nuevos, demostrando también que en esas reincidencias no hubo repetición, sino burilado y mejora. Las diferentes secciones en que se divide el libro nos guían por las principales vetas del autor. Su poesía es a ratos popular y a ratos culturalista, a ratos narrativa y a ratos lírica, a ratos política y a ratos escapista, sin dejar de ser nunca todas esas cosas a la vez, por más que la ecualización de cada componente varíe en cada caso. Lo que es siempre Munárriz es un poeta a la búsqueda de la belleza que sólo se encuentra en esa única verdad que es la duda y provoca la única actitud plausible ante las cosas de los hombres: la comprensión y la queja, la revuelta y la defensa, de nuevo opuestos sólo en apariencia que su poesía concilia en un tono siempre a la búsqueda de la comprensión de los secretos del ser humano, secretos que nunca son respuestas, sino sólo preguntas que no nos atrevemos a hacer. Munárriz, que también compuso canciones que cantaron gentes tan diversas como Rosa León, Ana Belén, Massiel o Marisol, trae a su poesía la claridad narrativa y la fluidez musical de la canción, pero sin olvidarse de qué hace distinto a un poema.
Jesús Munárriz escribe la poesía de un ciudadano de un país que no existe más que en la obra de poetas como él. Eso convierte su poesía en un manual para la revolución interior del hombre.
Ese perro
(Goya)
Hundido en las arenas de lo inexplicable,
que tienen el color de la nieve dorada por la incuria,
trepando a lo incógnito,
ese perro
ve alzarse frente a él dolor en llamas.
Estupor, desvarío, temor
hay en sus ojos,
soledad en su testa,
decisión en su esfuerzo,
lucidez en su angustia,
resignación en su miseria y pequeñez,
amor en su trazado.
Ese perro
ya ve.
Ve y comprende. Es su dueño.