El lugar del poeta hoy
Se abre el número con el ensayo de Juan Carlos Reche titulado El cometido de la poesía, a medias análisis de las últimas décadas de poesía española y a medias manifiesto. Páginas que giran en torno a una pertinente reivindicación del referente (o de otra manera, de la exigencia de que el poeta tenga una visión del mundo acorde a su realidad contemporánea) y un análisis sagaz del momento actual de la poesía española, en el que son tantas las propuestas que resulta fácil dar gato por liebre. Reche subraya lo importante de esa variedad a la vez que señala lo anacrónico de propuestas trasnochadas como la de -por poner su mismo ejemplo- José Luis Rey, el Rappel de nuestra poesía visionaria. No sé si hay o no una voz que destaque entre los poetas nacidos en los últimos años, como se pregunta Reche; sí creo que son muchos los poetas que los lectores habituales reconocen como dueños de una voz distinta e importante. Sabemos lo que distingue a Sandra Santana de Elena Medel, a Julieta Valero de Abraham Gragera, a Olga Novo de Juan Andrés García Román, y disfrutamos de esa variedad. Ya vendrá el tiempo, como suele, a borrar aristas, buscar puntos comunes y elegir a Miss o Míster Poesía siglo XXI. De momento, no creo que haya ninguna necesidad de esa figura sobresaliente, por más que los poetas viejos subrayen su supuesta ausencia para subrayar su propia –“mayor”- importancia.
Esa misma variedad hace difícil -desde esta distancia mínima- un análisis de grupo, que Reche intenta con sutileza -emisor fragmentado, poema sin centro, variedad de referentes, crisis de la sociedad postmoderna…- y que tal vez sirva si se usa con un ecualizador que pueda medir las diferencias entre unos y otros. Reche -y esta es la parte de manifiesto- pide una poesía “digna, útil” que se refiera al contexto “teniendo en cuenta su dimensión histórica; es decir el presente será entendido como sedimento de la historia y articulador de moral, aportando significado en la lexicalización de los términos”. Nada que objetar; no conozco ningún poeta importante que no cumpla con ese requisito. La parte más discutible del ensayo de Reche es aquella en que analiza un confuso choque de “los restos de nuestra identidad occidental” con “lo global”. No queda muy claro qué papel otorga Reche al capitalismo en todo esto -no lo menciona-, y su concepción de “lo global” es cuando menos confusa, como si fuera algo que llegase desde fuera a “los restos de nuestra identidad occidental” cuando en realidad es precisamente producto de ella. Esa relación no puede analizarse grosso modo y aunque es buena la intuición de Reche de relacionarla con los sentimientos de pertenencia, es imprescindible afrontarla desde una óptica centro-periferia que tenga en cuenta el papel al mismo tiempo central (como parte de Europa) de España con respecto al resto del mundo y su carácter periférico dentro de esa misma Europa, sin dejar de lado, al mismo tiempo, las características de sus periferias interiores, a las que Reche alude de pasada.
Siguen Dos miradas sobre el referente. La primera, de Pere Ballart, es uno de los textos más prescindibles del conjunto. Su lectura cronológica de “la percepción poética del referente y el problema de la representación lírica” va de lo tópico a lo simplón y cada uno de los pasos que da se puede contradecir con ejemplos importantes y de hecho él mismo la contradice al final de su artículo, cuando dice que en realidad depende de cada poeta qué ve cuando mira unos limones. Si la conclusión es -lógicamente- que las perspectivas sincrónica y diacrónica no pueden estudiarse por separado, tal vez debería haber empezado su reflexión por eso, que es lo que ya sabemos. Como un árbol que cae del fruto, de la poeta mexicana Lorena Ventura, es tal vez el mejor ensayo de la revista y cualquiera que dirija un taller de poesía debería dárselo a sus alumnos. Su síntesis de la poesía como repetición y diferencia, la idea de que cada poema supone un replanteamiento de la poesía que instaura un sentido otro, su explicación de cómo la poesía reinaugura la realidad o dicho de otro modo que “La poesía no anula la referencia: tan sólo la hace existir de otra manera” son el verdadero manifiesto en favor de una poesía rica, honda y empeñada sin complejos en transformar nuestra visión del mundo. Unas páginas hondas y hermosas, felices.
Sigue la sección “Poética”, que se inicia con una brillante serie de poemas (nueve) de Abraham Gragera, que continúa su búsqueda de un lenguaje claro para expresar un pensamiento que conjugue reconocimiento y sorpresa y que por ello mismo entiende que la poética literaria y la vital se piensan al mismo tiempo. Juan Andrés García Román reivindica el fervor y pide dar por muerta la edad de la ironía, sugiriendo una nueva oralidad o incluso un nuevo “romancero”.
La tercera sección de la revista, “Partes de la oración”, arranca con Guillermo López Gallego ocupándose del “Emisor”; comparte con García Román su crítica a la ironía y sugiere una interesante distinción entre arte (“improductivo, lujoso…; burgués”) y cultura (“necesaria transmisión de saberes de una sociedad, formación de identidad colectiva, etcétera”) a la vez que defiende una poesía que, en ese sentido, sea más cultura que arte. Carlos Pardo habla del “Mensaje” aunque, según él, “El mensaje es antipático”, y “hoy los poetas” (qué poetas serán esos) “prefieren demorarse en los pliegues de la voz enunciadora”. Pardo defiende -no sé si de modo consciente- una estética de lo superficial, cínica, irónica y un poco de exhibición, que resume y asume todos los tics más prescindibles de los últimos años sin someterlos a crítica ni añadir nada. Hay algo de resignado en sus páginas, como si él mismo reconociera no ser capaz de más. Dentro del conjunto de estos artículos, la poesía que defiende Pardo es la que todos los demás invitan a dejar de lado, por ombliguista, corta de miras e insuficiente, entregada al casual fulgor de algún verso suelto. Fruela Fernández se ocupa del “Receptor” explorando, como hace en su último libro de poemas, la paradoja entre la pérdida de lo que él llama tradición (creo que debería buscar otra palabra, pues en este contexto esa ya está muy cargada de otro sentido), que es para él el “pasado menor, local y familiar”) y el intento de reconocerse en ella sabiendo que es irrecuperable. Entiende sus libros como intentos por buscar una comunidad, descubrir un público “que aún no existe como tal”. A uno le gustaría leer estas ideas más desarrolladas, pero tal vez sean aún un borrador, muy sugestivo. Servidor de ustedes se refiere al “Contexto” y Unai Velasco al “Código” con algunas ideas interesantes y alguna otra un poco más confusa (no me queda claro si realmente piensa que hay quien cuando dice, escucha o lee “chubasquero” no piensa que es lo que hay que ponerse cuando cae un chubasco; ¿qué pensarán entonces?).
En los mejores poetas, cada poema es una reformulación de su poética, lo que equivale a decir que un poeta tiene tantas poéticas como poemas. Puede parecer lo mismo que no tener ninguna, pero es justo lo contrario, aunque abunden quienes lo entienden al revés. Varios de los poetas que aquí escriben insisten en la necesidad de que el poeta de algún modo se adelante en la comprensión de su tiempo; en palabras de Fruela Fernández, “la literatura se sigue construyendo a partir de esa tensión ética entre lo que compartimos con nuestra época y lo que le añadimos”. De otro modo es a lo que se refiere Didi-Huberman cuando afirma que lo que distingue al artista es su capacidad de sentir el grisú de la historia, por más difícil que sea; en sentirlo o no -y a Fruela Fernández le gustará, imagino, esta metáfora minera- se encuentra la diferencia entre el poeta verdadero y el aburrido notario.
Este número de Años diez es un punto de partida excelente para comenzar una discusión sobre qué es y para qué sirve escribir poesía hoy, aquí, y lo es tanto por los buenos artículos que incluye como por los malos, que son a su modo buenos ejemplos de los vicios de muchos poetas hodiernos. Cómprenlo, léanlo, discútanlo.