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La obra poética de Jesús Jiménez Domínguez (Zaragoza, 1970) no ha dejado de crecer, ahondarse y distinguirse desde que publicara sus primeros poemas y especialmente desde la aparición de Fundido en negro (DVD ediciones, 2007) al que siguió un ya maduro Frecuencias (Visor, 2012) y al que viene a sumarse ahora Contra las cosas redondas (La Bella Varsovia), un libro -pese al título- rotundo y redondo, lleno de momentos brillantes y profundos.
La primera sección del libro, “Ante”, comienza con “Credenciales”, que es una especie de primer paso que anuncia el pensamiento peripatético del libro: “Todo en completo orden, perfectamente dispuesto / como en el comienzo de una partida de ajedrez: / a mi diestra el infinito derecho, el otro a mi izquierda / y yo avanzando en medio de los dos, Peón Cuatro Rey”. En esta primera sección abundan las notas metapoéticas: “Los poetas, desvelados, administradores / de un vasto imperio invisible, preparan café, / esperan que hiervan también las palabras”, leemos en “Café solo”. “El escriba sentado” es un buen ejemplo de las metamorfosis que tanto gustaban a Jorge de Sena, traduciendo, en este caso, una escultura a poema.
“Bajo”, segunda sección, reúne acercamientos al tiempo y la muerte. En este libro Jiménez Domínguez descubre sus dotes de artesano, su capacidad de llevar al poema a donde quiere burilando cada detalle, aprovechándose, cuando conviene, de recursos de otros géneros y, sobre todo, convirtiendo el poema en un artefacto documentado, muy lejos de cualquier efluvio desahogado. Jiménez Domínguez escribe poemas con densidad, con varias capas de lectura, sopesa cada palabra como si fuera lo que es, parte de una aleación que puede malograrse si los ingredientes no se mezclan correctamente. En “La máquina del tiempo” observamos a un empleado de tanatorio que tacha nombres en una agenda amarilla, “jugando distraídamente con las cifras del fechador”. En “Desguace” cuenta un recuerdo (¿real? ¿apócrifo? Qué más da): “Nos gustaba jugar dentro del viejo coche fúnebre”. Algunas influencias se dejan ver más claramente que otras. Diría uno que la más evidente es la del último Charles Simic, especialmente en poemas como “Piñata negra”. Jiménez Domínguez sabe siempre, sin embargo, mantener el poema en su terreno.
“Cabe”, tercera preposición de la lista y tercera sección del libro, comienza con una chinería (nada nuevo tampoco en la poesía de su autor) y sigue con otro apócrifo de Simic, “Interrogatorio”. Hay memorables homenajes a la pintura como “Bodegón” o “La lección de anatomía”, que están entre lo más logrado del libro. “Contra” incluye algunos poemas turísticos: Roma, Oporto. “Con” contiene uno de los grandes poemas del libro, “Cuerpo”:
En esta bolsa de viaje, madre, guardaste
lo necesario: una mente, un estómago y un sexo.
Nervios y bronquios. Riñones: dos por si acaso.
Con unas pinzas de cocina, del más grande
al más pequeño, fuiste introduciendo los huesos.
Para que no se soltaran y golpearan en las vueltas
del camino los anudaste con tendones y venas,
los envolviste primorosamente de tejidos y músculos.
Terminada la tarea, dejaste un corazón
al cuidado de todo […]
En tiempos de escritura (como todo lo demás) rápida, la lectura de libros como este, que piden tiempo para seguir todos sus puntos de fuga, para captar todas las señales, para disfrutar cada detalle del acabado, suponen un doble disfrute. Nos enseñan sobre las cosas de nosotros mismos que solemos escondernos y lo hacen con la anestesia de un fabuloso trabajo artesanal.