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Pocos poetas extranjeros han generado tanta bibliografía secundaria en Estados Unidos como el israelí Yehuda Amijai (1924-2000), uno de los grandes nombres de esa generación universal que incluye a Zbignew Herbert, Vasko Popa, Wislawa Szymborska, Tomaz Salamun, Czeslaw Milosz, Joseph Brodsky, Miroslav Holub… Esa bibliografía se enriquece ahora con la aparición del ensayo de Chana Kronfeld The Full Severity of Compassion. The Poetry of Yehuda Amichai (Standford University Press). Kronfeld se propone rescatar lo que hay de revolucionario en un poeta que ha acabado por ser canónico, para desvelar cómo el poeta lleva a cabo una lectura única de la ideología de su tiempo. Para ella, lo fundamental en Amijai es su posicionamiento “beynayim” o, en cierto modo, mediador, atento no sólo al detalle de aquello que poetiza, sino también a cómo puede ser visto desde distintas perspectivas, incluso desde distintos credos.
Al poeta le basta con ser testigo, no necesita ser protagonista. Lo dice, con otras palabras, el poeta Amijai en una entrevista al periódico Yediot Aharonot en 1994, citada por Raquel García Lozano en su introducción a la edición española de Gran tranquilidad: preguntas y respuestas: «Yo escribo sobre mí mismo, sobre mi vida privada, sobre mis amores, mis hijos, mi dolor, la nostalgia de mis padres; y los demás se ven reflejados en ello». Amijai vivió en un país y un tiempo controvertidos, y su poesía no fue ajena a ello: la cuestión palestina, la guerra (en la que tomó parte) aparecen en sus poemas, que nunca dejan der ser un espejo moral colocado ante sí mismo, en el que ve reflejados sus miedos y dudas, sus contradicciones y sus esperanzas. El título de su último libro, Abierto cerrado abierto, hace referencia a un rito del Talmud que explica la entrada en la vida (lo que estaba cerrado, la boca, los ojos, se abre) y el paso a la muerte (cuando ocurre lo contrario).
«Qué es el alma: leer / en un libro de viajes algo sobre una tierra / a la que no irás nunca», escribe Amijai. Perteneciente a la que se ha llamado «Generación del Estado», surgida en los años 50, nacido en Alemania pero emigrado a Palestina en el 35, luchó en la II Guerra Mundial y en la Guerra de Independencia de Israel. La experiencia de la guerra —la soledad, el horror, la muerte— aparece en sus poemas, como no podría ser otra manera. Amijai recuerda la tormenta que en 1944 volcó los furgones de las bibliotecas móviles inglesas, tras la que, revolviendo en la arena, tuvo un encuentro iniciático: una antología de poesía inglesa con Eliot, Auden, Dylan Thomas, que ya le acompañarían siempre y que le incitaron a escribir sus primeros versos.
La religión y la política aparecen, inevitablemente, en los poemas de Yehuda Amijai. Amijai se muestra partidario de la paz e inequívocamente agnóstico —a pesar de sus continuas referencias a los textos sagrados—, la única postura sostenible a finales del siglo XX. Pero ambos temas son marginales dentro de su obra. La soledad, el amor, la muerte, la nostalgia son los paisajes más habituales de la fértil región de su poesía.
El amor es tan fugaz como la vida: «No hay tiempo / en toda una vida / para que dos estén dos veces juntos». La vida es «breve como un solo latido del corazón». En los poemas aparecen nombres propios, localizaciones geográficas, porque «lo que nos entristece se queda con nosotros, / tiene nombres como las calles, / sólo las cosas alegres siguen adelante sin nombre». Como para Chateaubriand, para Amijai cada día es un adiós; un adiós a las cosas que llevó el hoy —que ya es ayer—, a las que seguramente no traerá el mañana. El poeta camina con la nostalgia «uno junto al otro. Y cercanos a la muerte». Todo huye: «Bajan los amores, uno tras otro, / de la repisa, / hasta que queda vacía». Dice: «La mayor parte de nuestra vida son elegías por lo que hubo / y lamentos por lo que no habrá». Leer sus poemas es asomarnos al desierto de la verdad, al cielo de la nostalgia, donde las nubes tienen la forma de los rostros que amamos y se fueron.
Amijai pertenece a una tradición literaria que nos es relativamente ajena, pero que posee una importancia de primer orden. La poesía escrita en hebreo durante los últimos ochenta años es tan fecunda como la hecha en polaco o en inglés, y Amijai es el mejor ejemplo. Un poeta que hereda de su tradición y de las que la formaron el gusto por el poema analítico: los versos analizan lo que el poeta no necesariamente mediante un razonamiento, pues Amijai es de los que piensan que una imagen vale más que mil palabras (pero sólo si está hecha con palabras). Imágenes que son radiografías, radiografías que son retratos coloreados, fotografías inteligentes. Dice «Olvidar a alguien»: «Olvidar a alguien es como / olvidar apagar la luz del patio / y dejarla encendida todo el día: / pero es también recordar / por medio de la luz». Al caudal de su propia tradición añadió en seguida Amijai el de la tradición anglosajona, que conoció durante su experiencia bélica. Pero no sólo la poesía inglesa. Supongo que habrá algún estudio que mida la trascendencia que la poesía yiddish tuvo en la formación de esta generación de poetas israelíes, pero no lo conozco. Sin embargo, en las hechuras meditativas de muchos de sus mejores poetas, en su capacidad para entremezclar anécdota e Historia, en su comedimiento, uno puede encontrar buenos precedentes de la obra de Amijai y compañía.
El paisaje de la poesía de Yehuda Amijai es siempre reconocible: es su vida, es Jerusalén, son las cosas y los afectos que le rodean y que nos son familiares desde el primer verso. Amijai nos introduce en su cotidianidad para después ir desvelándola. Nos dice: me parezco a ti, pero tú no eras lo que creías. No es un poeta que acumule anécdotas, no se trata de eso: lo que nos ofrece es el esqueleto de lo cotidiano. La visión interna de las cosas. Dos gotas de realidad bastan para teñir de verdad el poema.
Amijai es un poeta de estirpe realista enraizado en la historia: sus poemas tratan de explicarse qué significa vivir hoy, aquí, y buscan la manera de mejor hacerlo. El último libro que publicó, el mismo año de su muerte, fue Patuach Sagur Patuach (Abierto Cerrado Abierto), un conjunto de más de doscientos poemas que repite y ahonda los temas más frecuentes de sus obras anteriores: el amor, la muerte, la amistad, la religión y la duda religiosa, las tradiciones judías y sus contradicciones contemporáneas. Amijai vivió en un país y en un tiempo controvertidos, y su poesía no fue ajena a ello: la cuestión palestina, la guerra (en la que tomó parte, aunque no llegase a entrar en combate) aparecen en sus poemas, que no dejan de ser, ante todo, un espejo moral colocado ante sí mismo.
No querría dejar de mencionar el capítulo de este libro titulado “Celebrating Mediation: The Poet as Translator” que sería una estupenda lectura en talleres no sólo de traducción, sino de creación, pues detalla con inteligencia la labor del poeta, a qué presta atención y cómo entrena la mirada.
La lección fundamental que nos da Yehuda Amijai es que es posible una poesía de la inteligencia. Que escribir versos no tiene por qué ser dar vueltas eternamente en torno a unos pocos temas, variando tan solo las palabras con que se expresan las mismas ideas. Amijai nos enseña que es posible progresar con esas ideas, enriquecer el mundo con el lenguaje, no limitarse a adornarlo. Y que esa inteligencia puede y debe ser una inteligencia moral. La suya es una poesía de la integridad. Escribir poesía es otra forma de ser humano hoy, aquí, en esta hora.