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La poesía de Mercedes Cebrián (1971) se teje con dos materiales opuestos que en su obra -también en su prosa- se entretejen con una naturalidad inesperada, dada su supuesta incompatibilidad: de un lado, una atención microscópica a lo minúsculo que desvela en las cosas más cotidianas todos sus vínculos con la realidad -para Mercedes Cebrián, limpiar la moqueta es hacer política-; de otro, una mirada abarcadora, capaz de elaborar un contexto complejo en el que insertar esas observaciones minúsculas suyas. La prodigiosa obra de Mercedes Cebrián es a la vez microscopio y telescopio, y quien mira a través de tan singular artefacto tiene una mirada no menos singular.
Han pasado diez años desde que Mercedes Cebrián diera a la imprenta su celebrado libro de poemas Mercado Común (Caballo de Troya, 2006) bajo los auspicios del no menos celebrado Constantino Bértolo. El prodigio allí era una mirada capaz de hacer una poesía que era política sin ser agresiva, que era reflexiva, en definitiva, sin ser panfletaria, que aunaba esa capacidad para lo minúsculo poético y lo general político. En el contexto de la poesía española de hogaño eso es ya suficientemente raro. Ahora que el “tema de Europa” ha venido a sustituir al tema de España (véanse libros notables como Una paz europea de Fruela Fernández) aquel libro suena a primera piedra de un nuevo modo de mirar ciertas cosas. Si bien es asunto que recorre también la obra en prosa de Cebrián (y su reciente novela El genuino sabor sería un buen ejemplo de ello) es en su poesía donde estos ingredientes mejor se conjugan.
Ahora llega a las librerías Malgastar (La Bella Varsovia), un libro que confirma la singularidad de la mirada de Mercedes Cebrián. Hay en Malgastar dos libros. El primero disecciona la experiencia de llegar a un país que es como un puzle de una marca distinta al propio, en el que uno no encaja. “Americanos, no me necesitáis”, afirma en el primer poema. La protagonista del libro no consigue sumarse a la multitud que camina en pos del éxito: “Noto cómo me rozan el progreso, el liderazgo, el éxito / y, sin embargo, si hubiera aquí un banquito me sentaba / a mirar”, en parte por la falsedad de una amabilidad sólo aparente: “He aquí la sonrisa que no va a ningún lado. No se dirige / a nadie pero se deja puesta en caso de emergencia”. El país de estos poemas se parece al de un capítulo de Black Mirror, familiar y amenazante. La poeta se pregunta: “Cualquier cosa que toco / la encuentro pegajosa. / ¿No serán mis propios dedos / los que acarrean restos de una miel obsoleta?”. “Confort”, segunda parte del libro, es un conjunto de odas elementales a la lana, al pijama. Una de ellas ocupa en varios poemas la tercera sección del libro, “Territorio moqueta”, tal vez la mejor muestra de cómo opera la mirada poética de Mercedes Cebrián, una mirada en la que una mancha de chorizo en la moqueta puede ser la clave de cómo interpretar el malestar de encontrarse fuera de sitio.
Es en la siguiente sección, “Sala de máquinas”, donde comienza el segundo libro incluido en este volumen, aunque tal diferencia no aparezca señalada en él. Si el primer libro refleja una experiencia norteamericana, a partir de aquí los poemas alternan tema y tono. El corte no es brusco, porque la mirada es la misma y la misma la atención al mínimo detalle significativo; y la sección “Eurozona” es una especie de epílogo a Mercado Común (hay incluso un poema titulado “Brexit”) tamizado por lo poetizado en la primera zona de este volumen. Surge la poesía de Mercedes Cebrián de una extrañeza absoluta ante el mundo y sus mecanismos, y de una necesidad perentoria por comprenderlos. El resultado nos deja siempre absortos de una melancolía desesperanzada de entender poco y querer no haber comprendido lo entendido. Dice uno de los poemas:
¿Qué cómo sé que vivo en un pisapapeles
de forma semiesférica? Porque cuando me agitan
caen copos de corcho blanco sobre mí, porque respiro
un líquido dudoso (ni agua ni leche ni licor), porque rozo
la bóveda cada vez que me animo
a levantar los brazos.
La realidad no sé dónde obtenerla. Diría que procede
de una planta: a veces puede ser medicinal.
Probablemente mi madre me la metió a la fuerza
por la boca llamándola jarabe (la cuchara sopera
es la socia más fiel de lo real).
Tan palpable como la munición
que guarda el terrorista en ese piso franco
es su amable saludo matinal
a los vecinos del bloque de viviendas. Máquinas de existir,
él y nosotros, en el pisapapeles de la vida agitada.
Buenas tardes, señor, qué tal le va. La goma-2, arriba,
en la alacena.
La poesía de Mercedes Cebrián es como un análisis de sangre, mide todos los parámetros de nuestro flujo vital. Por ello a la vez sosiega e incomoda: nos enseña demasiado de nosotros mismos.