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Brenda Ascoz[/caption]

Llorona (La Isla de Siltolá) es el tercer libro de poemas de Brenda Ascoz (Torrejón de Ardoz, 1974) tras En anejo (2007) y Ecorché (2009, publicado por la desaparecida y añorada Eclipsados). El libro se divide en diversas secciones cuyo título siempre tiene algo de cicatriz: Marcas de agua, Manchas de nacimiento, Manchas de gasolina, Marcas de sangre, Llorona.

La cita inicial de Clarice Linspector es una reivindicación de la fantasía en su sentido más amplio, el de la “verdad inventada” que supera la limitación de vivir apenas de / en aquello que tiene sentido. Es el asunto del poema que abre el libro, “Ella”, una ella que es un reflejo en el espejo que no se limita a desdoblar los gestos de aquella a quien refleja:

Es más fuerte que yo -la imaginé más fuerte-.

Por eso, cuando estoy cansada

o me siento triste o desolada o inquieta

me visto con su piel y marcho

al mundo fingiéndome ella.

Y aunque todo es mentira -nunca del todo-,

también más sencillo.

Esa capacidad para una vida vivida doblemente reduplica también el dolor (como en “Banda sonora”) a la vez que lo adorna (“Mujer de recursos”).Es decir, se trata no de huir de la realidad, sino de lograr distanciarse de ella para mejor entenderla o, al menos, vivirla con menos dolor.

En la segunda sección, “Marcas de agua”, aparece sin embargo el dolor que se niega a dejarse disfrazar. La angustia se vuelve “sólida y oscura, / animal al acecho”. En “Cangrejo ermitaño”, parece asumirse que esos disfraces han servido de poco:

Buscaba

cuerpos a los que adaptarme,

cuerpos donde construir un hogar

que me resguardara

de las inclemencias de la vida.

Cuanto hallé

fueron cuerpos vacíos,

cáscaras;

pero no era peor

que habitar la intemperie.

La sequedad de las dos primeras secciones se corrige en “Manchas de nacimiento” con un tono que añade anécdota a aquello que se nos cuenta; verdad o no, la voz del poema anuncia que pronto cumplirá treinta y cinco años, pide determinados materiales con los que construir sus recuerdos. Ya no parece que estemos ante un vago tratado sobre la otredad; de pronto se añade gradualmente un tono de verdad. Incluso se nos dan fechas y locativos concretos, se nos anuncia, en “Apuntes de Psiquiatría”, cual puede ser la ficción que sostenga el libro: “Me dice que lo escriba todo”, en un poema que es de algún modo una poética. “Manchas de gasolina” parece cobrar aire de ficción en un último intento por distanciarse; “Marcas de sangre” aborda con delicadeza, con ternura inteligente, con acunado dolor, el aborto: “Lleva muerto casi un mes / y sin embargo nuestro hijo, nuestra hija, / sigue sangrando. / Sangra en hebras, / sangra / a pequeñas puñaladas, diminutos puñetazos en los riñones”. La cita de Neil Maiman subraya muy bien el tono del poema: “I’m really not crying, / It’s only blood, little brother, / Only blood”. “Llorona” es una coda esperanzada. Dice así “Avanzadilla”: “Entonces, en estas nuevas construcciones / donde no ha muerto nadie, / quizá lleguemos a ser / nosotros / los primeros fantasmas”. O en el penúltimo poema del libro: “Otra mujer // bajo esta lluvia / Soy // sobre el viento / me mezo y la lluvia // Soy, sobreexcitados los sentidos”. El último poema, “Teoría de la otra” cierra afirmando que “no hay escisión en mí”, “No hay escisión. / No la hubo nunca; / otra a quien culpar”.

Brenda Ascoz ha buscado evitar la falacia patética en cada paso de este libro que nos habla de una escisión, fantasiosa o no, que siempre es real; ha querido hablar de nuestros tratos con el otro que somos como si de un informe se tratase, sin palabras de más, sin lágrimas de más. Su libro se lee sin embargo con emoción creciente; la poeta ha sabido gestionar muy bien sus recursos para hacernos creer, primero, que nada iba a ser trascendente; y cuando nos damos cuenta se nos ha relatado una verdad esencial sobre quiénes somos en los momentos en los que menos querríamos ser nosotros.