“La poesía nace de la pausa existente entre las palabras”, decía Ana Blandiana (Rumanía, 1942) en una entrevista con su traductora, Viorica Patea, y Fernando Sánchez Miret. No se trata de una declaración extravagante, pues eso que en poesía llamamos a menudo “misterio” incluye la ocultación del tema del poema convirtiéndolo en un acertijo de relojería o el borrado de toda palabra obvia o comúnmente considerada “poética”. Un buen poema se construye siempre a base de silencios que no son un silencio cualquiera, sino el hueco de aquello que se quería decir; y el hueco vale más que la palabra porque el lector puede ocuparlo a su manera, aunque no de cualquier manera. El poeta ha preparado el hogar del poema, pero sólo al lector le es dado habitarlo.

En el caso de Ana Blandiana, sin embargo, como en el de otros poetas, ese silencio tiene una acepción añadida; considerada “hija de un enemigo del pueblo” por el gobierno de Gheorghe Gheorghiu Dej, que le prohibió publicar y cursar estudios universitarios; y censurada y perseguida por Ceaucescu, la poesía de Blandiana tuvo que aprender a decir, al mismo tiempo, todo lo que podía decir y, sin que se notase, todo lo que no podía decir. Pre-Textos, que ya publicó el último libro de poemas de la autora, Mi patria A4, nos entrega ahora en un único volumen El sol del más allá y El reflujo de los sentidos, los dos primeros libros escritos después de la época comunista.

Blandiana escribe estos libros ya en democracia pero una vez que se han aprendido los mecanismos del silencio no se olvidan, pues es el mejor aprendizaje al que un poeta (con suerte, en eso que solemos llamar “libertad”) puede someterse. El volumen se completa con un concienzudo prólogo de Viorica Patea, un detallado estudio de la obra de Blandiana y del lugar de estos dos libros en su conjunto en el que choca apenas eso de considerar a su autora “símbolo de los valores más altos del pueblo rumano”, una expresión que, por más que se pretenda elogiosa, tiene unas resonancias poco halagüeñas.

Blandiana no renuncia a una cierta voz moral, como en “Norte”: “El poder del sol / rechaza el equilibrio con la noche, / luz acechante / que amenaza como el bien absoluto / prueba de que la humanidad / ha condenado a muerte / no a sus crminales / sino a los santos”. Pero prefiere siempre un acercamiento indirecto, alegórico o simbolista. La imagen de la luz es una constante, no siempre con las mismas implicaciones. De manera distinta aparece en “Paisaje”:

En mí se hizo luz

tan poderosa

que me veía desde muy lejos

y yo misma me veía

a la luz de mi luz

hasta más allá del horizonte,

un mundo más bello

de lo que alguna vez imaginé,

una multitud que se deslizaba

suave en todas las direcciones,

como sobre patines o como sobre el reverbero del agua,

cantando feliz: “Deprisa

deprisa,

mientras todavía hay luz”.

Pero yo era la luz,

iluminando hasta el fin transparente del mundo

en busca del lugar

donde estar lo bastante sola

como para apagarme.

Su simbolismo algo tardorromántico se ve salpicado de imágenes más llamativas como en “Una catedral de lana”: “Ya no hay aquí reino animal ni vegetal, / ni estados estables de materia, / ni horizonte entre el cielo y el mar, / ni linde entre la tierra y el agua, / y del fondo del mar surgen bancos de peces / que en pos de las nubes se transforman en grullas, / mientras sus gritos retumban / como la lengua de una campana / en una catedral de lana”. Vertida al castellano con claridad nítida por Viorica Patea y Natalia Carbajosa, Blandiana se vuelve inolvidable cuando, sin abandonar su tono, su poesía se ve transida por el rayo de la historia, a veces en forma de retazo autobiográfico. Uno de mis poemas favoritos de este volumen es “Autosuficiencia”:

Nunca fui autosuficiente, no.

Siempre en el aire, como fruta en la rama,

como flecha tensada por el arco,

como presa de su etimología, una palabra.

Lo que yo había de ser se trocó hace tiempo,

tra ssoñar lo que sería antes de existir en la tierra,

en esperanza olvidada. Ahora me rebasa,

trastoca, crece, hace de mí

eslabón del mismo misterio aplazado,

vivo aún, más de otro modo, siempre en curso,

pagando el mismo interés por los viejos pecados

que te legaré cuando me vaya

para que los entiendas y adquieras con prudencia,

lector no nacido, latente, como un embrión…

Es una suerte ver publicada aquí a una de las voces fundamentales de la poesía europea contemporánea, venida de una literatura a la que casi nunca hemos hecho el caso que merece. Ojalá nos sigan llegando libros de Ana Blandiana y sean sólo la avanzadilla para un conocimiento más cabal de la literatura rumana del último siglo.