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Acabó la Feria del Libro, dedicada este año a Portugal. Y es una pena, pero ha sido una oportunidad desaprovechada por una programación que, sinceramente, no ha estado a la altura por muchas razones. Quien poco supiera de la literatura portuguesa, poco sigue sabiendo.
Para empezar, resulta sorprendente que el portugués haya sido la lengua de muchas de las mesas redondas y conferencias; por ejemplo, de la conferencia inaugural de Eduardo Lourenço. Sería maravilloso que fuera verosímil que la conferencia inaugural de la Feria del Libro de Madrid fuese en portugués y no se proporcionase ningún tipo de traducción. Pero no lo es; aunque sea una lengua próxima, el portugués es un idioma distinto del español y la mayoría inmensa de los españoles no lo entienden. ¿Razones fonéticas, pereza...? Da igual: es otro idioma, y la mayoría no lo habla, y no sólo no lo habla, sino que no tiene ninguna obligación de hacerlo. Programar una conferencia de Eduardo Lourenço en Madrid en portugués sin traducción es una falta de respeto; al autor, a su posible público, y al idioma, pues cuando hablamos de literatura o pensamiento, lo importante es el matiz, justo aquello que se pierde cuando uno intenta adivinar entre la neblina lo que se dice en una lengua que no es la suya, aunque se le parezca. Una falta de respeto que transforma automáticamente lo que hubiera debido ser un acto importante en una reunión de la comunidad portuguesa en Madrid, junto a tres o cuatro que de verdad entiendan el portugués (entiendan; y no adivinen). Que, por ejemplo Fernando Pinto do Amaral hable un español casi perfecto y lo use para su conferencia es una gentileza suya, no una obligación. En este tipo de asuntos, dar por hecho que el español y el portugués son idiomas mutuamente inteligibles es un prejuicio que lastra el buen entendimiento. Una programación que pretenda acercar la literatura portuguesa al público español debe estar en español o con traducción al español, como si la protagonista fuera la literatura islandesa. Todo lo demás es recluirla en su gueto.
Es sorprendente cómo se ha desaprovechado la presencia de algunos autores. La literatura portuguesa contemporánea vive un momento dulce, con autores de una calidad literaria incuestionable (como Valter Hugo Mãe, en la foto), otros muy al gusto de hipsters y culturetas pero igualmente de calidad (como Gonçalo M. Tavares) e incluso best sellers para el consumo de las masas (como José Luis Peixoto; la atención que se le ha prestado aquí a un bodrio como Galveias sólo se explica por el músculo de su editorial y el encanto macarra de su autor). Todos ellos han participado en actividades menores, presentaciones diversas, que apenas han dado visibilidad a su obra. Valter Hugo Mãe vino para participar en una mesa redonda con regustillo colonial junto a escritores de los demás países de la lusofonía en la que, aparte de él, el único escritor de verdad era el angoleño Ondjaki; la presencia de alguien como Olinda Beja, de valor humano indiscutible, sólo se justifica porque a quien hizo la programación no se le ocurrió otro nombre que pudiera representar a Santo Tomé y Príncipe. Raro también que el representante de Brasil no fuera un escritor, sino un gramático, Evanildo Bechara; y que la mayor parte de esa mesa redonda (en portugués, claro) se fuera en una explicación sobre la polémica del uso del guion en el nuevo acuerdo ortográfico del portugués. Ondjaki y Mãe, cuyas obras hubieran bien merecido otro tipo de atención, fuéronse después de responder a un par de preguntas tontorronas del moderador, y no hubo nada.
En relación con eso, resulta extraño que no se haya prestado más atención al diálogo entre España y Portugal, contando con quienes han hecho mucho, de este lado de Iberia, porque la literatura portuguesa se conociese entre nosotros. Tener a Antonio Sáez Delgado, el lusista más importante que tenemos ahora, y dejarlo marcharse después de presentar la revista Suroeste y la nueva editorial La Umbría y la Solana es un desperdicio absoluto. Cierto que han pasado por la feria algunos traductores del portugués de hora reciente, como Luis Marina (autor de un reciente volumen de ensayos sobre poesía portuguesa un tanto wikipédico), pero no deja de llamar la atención que nadie se haya acordado de José Ángel Cilleruelo o José Luis García Martín, por poner un par de ejemplos de escritores (y no sólo traductores) que han mostrado de siempre una atención generosa hacia la literatura portuguesa.
Hubo, claro, cosas muy interesantes en ese pabellón de Portugal que parecía más el de una cutre feria de turismo que el de una Feria del Libro, con cuatro libros un poco al tuntún, pastéis de nata y cerezas de Fundão, agua mineral de marca blanca para los autores y Solán de Cabras para Juan Luis Cebrián y Francisco Pinto Balsemão. Se agradeció la presencia de una caseta de la magnífica librería Ler Devagar, aunque en total la presencia de libros portugueses en la feria era parecida a la que había de libros rumanos en la caseta del Instituto Cultural Rumano, y menor a la cantidad de libros en inglés, francés e incluso italiano. Pero sobre todo se dio una visibilidad muy escasa a los nombres importantes de la literatura portuguesa de hoy, algo que, se supone, debería haber sido el argumento principal de una participación de este tipo. Una pena. Está muy bien lamentarse del viejo tópico de los dos vecinos (incluso hermanos) de espaldas, pero estaría mejor ir más allá de las buenas intenciones con buenas acciones. Esta ha sido una ocasión perdida por una programación hecha pensando más en amontonar que en influir. Y, lamentablemente, de las que no se dan a menudo.