Presenciar ayer la función de El mercader de Venecia por Habima, por el Teatro Nacional de Israel, me ilustró más si cabe sobre las bondades catárticas del teatro. La obra inauguró el Festival Clásicos en Alcalá, en el Corral de Comedias de la ciudad complutense. Harold Bloom ha dicho de la obra que "tendría uno que ser ciego, sordo y tonto para no reconocer que esta grandiosa y equívoca comedia es, sin embargo, una obra profundamente antisemita". Así que nada tiene de extraño que los espectadores israelitas con los que conversé al final de la función mostraran su gran disgusto con el texto de Shakespeare. Algo parecido sentirían algunas mujeres si leyeran hoy La fierecilla domada, todo un alegato machista.
Yo contemplé esta obra como una metáfora de la historia del judaísmo, especialmente cuando vi el añadido final del director Ilan Ronen: mientras el grupo de cristianos festeja su ventura y el buen fin de sus amores, Shylock huye de Venecia con una maleta en la mano, después de que le ha sido arrebatada su fortuna y de que se le ha obligado a abrazar el cristianismo; su hija, además, ha huido con su amor cristiano en mitad de la obra, robándole al padre sus joyas y sin que vuelva a recordarle en todo el espectáculo. ¿No es demasiada injusticia incluso para un personaje odioso?
Supongo que el problema de obras como estas es el de servirlas a un público de hoy sin traicionar la intencionalidad de su autor. Ilan Ronen ha escogido la vía de la fidelidad al espíritu del texto; quizá piense que en estos tiempos, desgraciadamente, el antisemitismo continúa siendo bandera que se levanta a menudo. Así, la obra no intenta suavizar o aligerar este aspecto, como he visto en otros montajes que acentuaban, por ejemplo, la intoleracia de los cristianos para equilibrar el odio de unos y otros. No. Aquí Shylock responde a la caricatura del judío usurero y soberbio que ha pervivido a lo largo de los siglos, mientras los cristianos son seres generosos, que se prestan dinero unos a otros y sin intereses, y que, eso sí, están dispuestos a cumplir con lo que mande la Justicia.
En la comedia se cruzan dos historias. Por un lado, las relaciones de odio que mantienen el mercader Antonio y el judío Shylock, y que cristalizarán cuando firmen un acuerdo. Y por otro, las peripecias de la rica y bella dama Porcia para encontrar marido, aunque sabe que está destinada a su amor Basanio. Shylock ve llegada la hora de su venganza por tanto desprecio de Antonio cuando vea que éste no puede cumplir su parte del acuerdo. Y reclamará al gobierno de Venecia (ciudad que en el Renacimiento, y para preservar sus intereses comerciales concedía los mismos derechos a judíos que a cristianos) que aplique la ley y que Antonio cumpla su acuerdo.
Y así parece que será hasta que un artificio, urdido por personajes enmascarados, viene a resolver la cuestión a favor de Antonio y de su cuadrilla. La sociedad resuelve la controversia entre judíos y cristianos restaurando el orden impuesto por estos últimos, aunque para ello deba recurrir a una farsa de juicio y a un magistrado que no lo es. "Este aspecto", sostenía el director de escena y del Corral de Comedias Carlos Aladro, “ es la gran dificultad de la pieza: su resolución descansa sobre una gran mentira.” Puede ser, pero eso no cambia el destino de Shylock.
Me sorprende que esta producción, que fue seleccionada como una de las mejores que participaron el pasado año en Londres en el World Shakespeare Festival del Globe Theatre (que invitó a compañías de todo el mundo a representar títulos de Shakespeare), haya venido a España para exhibirse tan solo dos días sin que ningún otro festival, de tantos de teatro clásico como se celebran, se haya interesado. Es una pena, su calidad y factura lo merecen. Está interpretada por el elenco estable del Habima, jóvenes y energéticos actores entregados desde el minuto número uno a la representación y que también cantan y tocan; la dirección de Ronen tiene detalles eficacísimos (como el atrezzo de las sillas, para definir el territorio cristiano o judío, el juego de las cuerdas), y el vestuario (Maor Zabar) tiene la cualidad de ser intemporal y un alarde de imaginación y belleza.
Shakespeare antisemita
13 junio, 2013
02:00