El teatro carcelario de El Dueso: ¡Vaya historia de cine!.
Fue el dramaturgo Juan Mayorga quien me habló recientemente de las posibilidades cinematográficas que veía en la experiencia de Cipriano Rivas Cherif con el Teatro Escuela de El Dueso. Otro dramaturgo, Jerónimo López Mozo, le ha dedicado una obra de teatro: Cúpula Fortuny. Y es que la peripecia en el Penal de El Dueso de este singular director de escena es realmente extraordinaria: apresado por la Gestapo en Francia a donde había huído al final de la Guerra Civil y entregado a las autoridades españolas, fue condenado a muerte. Tras pasar por varias cárceles españolas, llegó en 1942 al penal de El Dueso (Santander), donde organizó una compañía-escuela con sus compañeros presos que alcanzó un gran reconocimientos artístico y pedagógico.
El mismo Rivas Cherif contó aquella experiencia en El Teatro Escuela de El Dueso. Apuntes para una historia (publicado en 2010 por Ediciones del Orto, en edición de Juan Aguilera Sastre). El texto es un conjunto de lecciones sobre sus modernas ideas del teatro a partir de la treintena de montajes que llegó a poner en escena en la prisión. Pero desde mi punto de vista permite también reconstruir la tragicomedia capitaneada por un hombre que, en unas circunstancias tan adversas, no se amilana y se sobrepone gracias a su pasión y confianza en el teatro. El arte fue su tabla de salvación, así como lo fue para muchos otros que le acompañaron en este viaje.
Rivas Cherif, que era cuñado de Manuel Azaña, destacó en los años 20 y 30 por buscar la renovación de la escena española al frente de varias compañías de carácter experimental, desde las que defendió la figura del director de escena como intérprete de la obra. Dirigió durante cinco temporadas la compañía de Margarita Xirgu en el Español, a la que dotó de un moderno repertorio y de colaboraciones con artistas plásticos. Fue entonces cuando creó el Estudio del Teatro Español, con el que se proponía promocionar jóvenes autores y crear una escuela práctica para estudiantes del Conservatorio. Más tarde, esta escuela tuvo su continuidad en el María Guerrero, bautizada como Teatro-Escuela de Arte (TEA), pero vio interrumpida su actividad en 1936 con el estallido de la Guerra Civil. La escuela de El Dueso serviría a Rivas Cherif de laboratorio para poner en práctica aquel proyecto que no pudo culminar.
Hay una figura esencial en toda esta historia que es el director de la prisión, Juan Sánchez Ralo, a quien Rivas Cherif dedica precisamente su libro, pues considera que la iniciativa de crear la TEA de El Dueso, darle apoyo técnico y administrativo y hasta un edificio donde pudiera trabajar la compañía, le pertenece. Acabada la Guerra Civil, las autoridades permitieron y animaron la creación de cuadros artísticos en los penales, así como de otras actividades culturales y artísticas, facilitando redimir penas a los que en ellas participaban. En este sentido, resulta peculiar la nota que hace Rivas Cherif sobre Buero Vallejo, con el que coincide en El Dueso, pero quien se niega a colaborar con sus carceleros.
Y hay también una compañía inicial de una treintena de presos, la mayoría políticos,que acabará ascendiendo a 200, entre actores, músicos, escenógrafos, sastres, técnicos... Entre ellos hay algún intérprete, pero la mayoría no son profesionales, con los que el director llegará a montar una treintena de espectáculos, que eran vistos por un público básicamente de reclusos (solía haber invitados como autoridades políticas o eclesiásticas). La escasez de medios no impide que los dos directores, el de la prisión y el de la compañía, se embarquen en construir una Cúpula Fortuny que adecente el escenario donde tienen lugar las representaciones. Por otro lado, esta falta de medios exigirán del director y sus colaboradores soluciones novedosas que darán lugar a un teatro carcelario, despojado y sencillo. Mantas que son utilizadas para confeccionar telones, vestuarios que son transformados con simplísimos detalles...
El Cuadro Artístico de El Dueso comenzó su andadura con el estreno de El fanfarrón, un entremés de Cervantes, y llegó a poner un repertorio de obras clásicas y contemporáneas realmente selecto: El gran teatro del mundo, La vida es sueño, El alcalde de Zalamea, Es mi hombre, Hamlet, El mito de Don Juan, Los baños de Argel... Capítulo muy especial merece cómo solventa Rivas Cherif la interpretación de los personajes femeninos. Porque ¿cómo hacer un Don Juan sin una Doña Inés? No les gusta a los presos, muchos de ellos recios comunistas, hacer de mujeres. Así que, en ocasiones, Rivas Cherif hace desaparecer los roles femeninos si considera que se puede prescindir de ellos (en El Alcalde de Zalamea elimina a Isabel), o en otras recaen en actores masculinos imitando la fórmula del teatro isabelino inglés.
Aunque Rivas Cherif habla de que gozó de libertad para elegir el repertorio, no pudo escapar a la imposición de una obra de Pemán con motivo del aniversario de San Francisco Xavier: El divino impaciente, obra que Rivas Cherif se había prometido no hacer nunca. Pero no podía negarse,(entre otras razones porque Pemán había pedido su indulto públicamente junto con varios escritores más). También en este caso, el director avivó su ingenio y acabó haciendo una adaptación de la obra en la que él mismo hizo de San Ignacio de Loyola.
Esta experiencia increíble duró hasta que Sánchez Ralo fue trasladado de penal, en 1945. El nuevo director que le sustituyó no sólo vio con malos ojos la TEA de El Dueso, sino que colaboró decididamente a que Rivas Cherif, una vez indultado de su condena a muerte, fuera nuevamente acusado del delito de propaganda ilegal, por lo que después de recobrar su libertad volvió al penal de El Dueso. En 1946 conseguiría salir de forma clandestina de allí, llegar a Madrid y obtener el pasaporte que le llevaría a reunirse con su familia en México, un destino en el que coincidiría con tantos ilustres españoles exiliados.