[caption id="attachment_288" width="150"] Terale Pávez y Marisa Paredes[/caption]

Las Islas de Aran es un pequeño archipiélago de tres islas en la costa oeste de Irlanda. Desde Galway, la segunda ciudad del país, sale un barco los días que hace buen tiempo a Innishmore, la más grande de las tres. Cuando el barco atraca en el pequeño puerto, uno de los reclamos para los turistas, junto a las bicicletas y los coches de caballos que se alquilan para recorrerla, es un cartel anunciando la proyección de la célebre película de Robert J. Flaherty, Hombre de Aran. En 1934 Flaherty desembarcó con su mujer, su hermano y un pequeño equipo para el rodaje del célebre documental y al principio no le fue fácil convencer a los lugareños para que participaran. Esta anécdota sirvió al dramaturgo británico de origen irlandés Martin McDonagh (Camberwell, Londres, 1970) de punto de partida para El cojo de Inishmaan, la obra que ayer se estrenó en el Teatro Español de Madrid, y con la que el director Gerardo Vera volvió a ofrecernos una muestra de gran teatro.

Aran da nombre a una tierra desolada y dura; yo la visité un día soleado, pero podría imaginármela fácilmente azotada por la lluvia y el viento,  sin ni siquiera un arbusto que torcer o arrancar. Una postal me ofreció una visión desde el cielo: la isla como una red cuyos hilos son los muros secos de piedra que sus habitantes han ido levantando, no sé muy bien con qué pretensión, en un terreno que es pura roca. Un extremo de la isla acaba en un fuerte derruido, a pocos metros del acantilado sobre un mar de aguas procelosas, como no podía ser de otra manera. Sus escasos habitantes hablan gaélico y entre ellos abundan los pelirrojos de piel blanca y pecosa.

[caption id="attachment_281" width="450"] Las Islas de Aran[/caption]

Estas islas no dejan indiferente al que las conoce y han suscitado la atracción de muchos escritores y dramaturgos irlandeses. La pieza de McDonagh abre la trilogía que ha bautizado precisamente con el nombre de este archipiélago (y que integra The Lieutenant of Inishmore  y The Banshees of Inisheer ). Y muchos de los fundadores de Abbey Theatre (Yeats, Lady Gregory y, sobre todo, Synge)  residieron temporadas en Innhismaan, la segunda isla en tamaño del archipiélago. Como resultado de sus veraneos, Synge , cuya casa es hoy un museo, escribió un diario (Las Islas Aran)  en el que retrata costumbres de los isleños que también aparecen en muchas de sus obras de ambiente rural.

TODOS QUIEREN VIVIR EN IRLANDA

También en una comunidad  rural se desarrolla la historia de El cojo… tragicomedia en clave naturalista en el que MacDonagh nos traslada a un lugar en el que el tiempo transcurre lento, deteniéndose en las pequeñas anécdotas que hacen llevadera la vida de sus habitantes, los cuales no dejan de repetir que “algo bueno debe de tener Irlanda cuando la gente quiere venir a vivir aquí”. Pronto comprobaremos que no todos desean vivir allí.

En El cojo… Hay una buena historia y hay unos personajes compuestos con maestría. La historia es la del tullido y huérfano Billy (Ferran Vilajosana), al que dos ancianas mujeres (Terele Pávez y Marisa Paredes) cuidan desde pequeñito, cuando quedó huérfano. Billy es un chaval sensible y culto, objeto de burlas de sus paisanos y atormentado por los cotilleos que en el pueblo corren acerca de sus padres. La noticia de que Flaherty ha llegado a Innishmore despierta en él sus ansias de escapar de ese mundo y convertirse en estrella de cine.

La galería de personajes que arropan al protagonista es fantástica. Además de las ancianas citadas, destaca el  borrachuzo y obsesivo divulgador de chismes Jonhypateenmike (Enric Benavent) y la lenguaraz y vulgar Helen (Irene Escolar). La obra  recuerda la célebre película de John Ford, The Quiet Man, con ese retablo de personajes típicamente irlandeses (las ancianitas, el borracho casamentero, la joven bella  y belicosa), pero MacDonagh es menos piadoso en su composición, señalando sus virtudes y defectos, encajando crueldad, humor y amor.

La historia tiene un arranque estupendo, pero creo que su ritmo narrativo decae cuando MacDonagh echa mano del macguffin, o sea, de la excusa argumental que le permitirá a Billy viajar hasta Hollywood para ser estrella de cine.  A partir de ahí, el recorrido del protagonista se enreda, que es lo que pretende su autor, y cualquier cosa puede surgir en el desarrollo argumental de la historia. Quiero decir que quizá no esté suficientemente bien resuelta la parte final.

El otro punto fuerte de la obra es el reparto. La pareja de ancianitas la protagonizan dos actrices muy diferentes aparentemente y que, sin embargo, se compenetran bien en escena. Marisa Paredes y Terele Pávez  dan una lección de interpretación teatral, se ciñen a la partitura (al texto,  en este caso) con el propósito de transmitir con absoluta veracidad lo que dice. Y vaya si lo consiguen. No es normal ver este tipo de trabajos en nuestros días.  A ellas se suma Enric Benavent, con un  personaje que es un “regalo” para un actor, posiblemente el mejor  en el que le he visto. Sé que no fue  fácil encontrar un joven intérprete para dar vida a El cojo y Ferran Vilajosana lo hace con convicción. El reparto se completa con  Irene Escolar, Marcial Álvarez ,Adam Jezierski ,Teresa Lozano y Ricardo Joven, que resuelven con eficacia. 

La factura estética del espectáculo es bella. No podía ser de otra manera viniendo de Gerardo Vera, un hombre que ha sido escenógrafo y director artístico de muchas producciones cinematográficas.  Hay buen gusto en la elección del vestuario y en el diseño de la escenografía (Alejandro Andújar), con unos telones en los que se proyectan imágenes de mareas y paisajes rurales en blanco y negro. La iluminación es de otro maestro, Juan Gómez Cornejo. Es obvio que la estética de la película de Flaherty inspira la obra. Incluso hay una escena  en la que los personajes visionan un fragmento de la cinta, es hermosa pero quizá resulta  demasiado larga. Ayer era el estreno y supongo que con los días estas cuestiones irán ajustándose. En cualquier caso, Gerardo Vera ha vuelto a dar en la diana.