Ayer me reencontré con los Titiriteros de Binéfar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde actúan hasta mañana, a dos funciones diarias. Han venido con Dragoncio, un retablo de títeres de cachiporra dirigido a niños pequeños de hasta  8 o 9 años, que está interpretado por Paco Paricio, el carismático director de la compañía, y por su hija Eva, además del músico-juglar Ángel Vergara. Este experto titiritero, con casi 40 años de oficio, ofrecerá también un taller para padres y niños el día 5, por la mañana. He vivido en el pueblo oscense del que procede esta compañía y conozco a Paco Paricio y Pilar Amorós, sus fundadores, cuando ni siquiera eran titiriteros, sino maestros de escuela. Yo era una niña y acudía a La Guardería, un local de la Iglesia en el que Paco y Pilar organizaban actividades para chavales. Entonces los niños de 12 a 15 años no teníamos muchas ofertas culturales y sólo esta pareja parecía haberse dado cuenta de ello.   Paco se interesó por el teatro desde joven y aprendió la tradición tirititera de un maestro catalán, Gerardo Duat, y de Meroño, que le confió algunos trucos fundamentales. Desde luego que también estudió a los grandes (Salvador Bartolozzi, Magda Donato, Rafael Dieste, Antoniorrobles, María Luisa Gafaell, Lauro Olmo y Pilar Enciso, Ángeles Gasset, Ana Maria Pelegrín…). Y así, poco a poco,  el sistema educativo perdió a dos maestros de escuela para que nuestro teatro ganara a dos titiriteros que, en 2009, más de treinta años después de que fundaran la compañía, fueron recompensados con el Premio Nacional de Teatro para la Infancia y la Juventud. Las  compañías de titiriteros que he conocido entienden su oficio de una manera muy humilde. Quizá porque la naturaleza de su labor es muy artesanal y su equipaje es ligero:  los muñecos los idean, confeccionan y manipulan ellos mismos y los decorados caben en una pequeña furgoneta, que pueden montar en cualquier plaza o espacio. No necesitan de complejos y caros elementos de tramoya y  buscan, sobre todo, el contacto con el público, que no es tan menudo como se piensa. Esta “troupe” trabaja mucho, hace unas 300 funciones al año, casi una por día, y no les duelen prendas para coger la furgoneta y plantarse en cualquier ciudad o país de este mundo. Me dicen que han trabajado en 40 países. Hoy la compañía la integran media docena de personas, entre actores, músicos y técnicos. Y tienen un repertorio de una decena de títulos, para edades diferentes, entre los que también incluyen espectáculos de calle. Casi todos están inspirados en mitos o leyendas populares del lugar en el que viven y la música juega un papel esencial con el uso de instrumentos tradicionales (dulzainas, gaitas…).  De todas sus obras, mi preferida es  El bandido Cucaracha, cuyo argumento es una especie de Robin Hood a la aragonesa: el protagonista es un bandido de los Monegros e incorpora personajes y un lenguaje propio de la zona. Los decorados son bastante ambiciosos y, además, los dos actores (Paco y Eva) manipulan títeres de distinto tipo (de varas, de cachiporra…). Otro elemento de interés, presente en otros espectáculos, es el de contar la historia siguiendo el ejemplo de los romances de ciego.

En Dragoncio también se emplea este sistema del romance de ciego para introducir a los  niños en la historia y también para que Paco o Eva puedan cambiar rápidamente de plano y saltar de la manipulación de los títeres a la platea y hablar con el público. A Paco esto le encanta: pregunta, suelta comentarios, hace chistes, su espíritu irreverente preside la función. No le importa mostrarles a los niños los trucos que emplea. Busca la participación como sea, y en este espectáculo le pregunta a los niños qué final, de los cinco que les ofrece, prefieren. Al final, saca al público a la calle como el flautista de Hamelín. La sensación de ganar plazas, de conquistar al público poco a poco, está también muy presente en estas compañías. Ayer, al final de la función, hablé con Eva, hija de Paco y Pilar y que también actúa en la compañía. Me explicó que “van a taquilla”, pues como muchos saben, la remuneración por caché ahora no se estila. “Cuando vamos a Zaragoza siempre llenamos, allí somos muy populares. Pero aquí sólo hemos actuado dos veces, tenemos que volver para que el público nos vaya conociendo”. Una vez le pregunté a Paco por qué bautizaron a la compañía con el topónimo del pueblo en el que viven. Me vino a decir que para tranquilizar a la gente:  “Los cómicos tenemos fama de borrachos y licenciosos, así que cuando empezábamos, a la gente le daba tranquilidad saber de donde veníamos”. Vayan a verlos, son de fiar.