Empapelar los muros o fachadas no gusta a las autoridades municipales y tampoco a los propietarios de estas, y es comprensible puesto que les tocará a ellos adecentarlas y devolverlas a su estado original con el coste añadido. Resulta también muy engorroso la pintada, tan compleja de quitar si no más. Por eso fijar carteles casi siempre va unido a la prohibición y en Madrid te multan por hacerlo. El cartel, como género artístico, está de capa caída y no precisamente, como podría presumirse, porque le arrincone los medios digitales.
La única opción de anunciarse en Madrid con carteles es pagar al Ayuntamiento por el alquiler de sus marquesinas, paneles y torres cilíndricas, pero cuestan un riñón. Resulta más barato anunciarse en el metro, los autobuses y en los paneles de los quioscos, y también está al alcance de productoras importantes. Un importante productor me explica que su sistema es el pequeño cartel en establecimientos comerciales a cambio de regalar unas entradas para la función.
Si se observa quién se promociona en los soportes publicitarios del Ayuntamiento, se verá que la mayoría de las veces son instituciones públicas del municipio, la Comunidad o el Estado, y alguna importante marca o gran empresa. Precisamente, una de las grandes ventajas que obtienen las compañías de teatro cuando actúan en los teatros públicos es la publicidad en estos soportes que les brinda el teatro. Pero su elevado precio explica que casi nunca aparezca una empresa teatral privada en ellos (Cirque du Soleil, tal vez). Menos mal que los empresarios teatrales de la ciudad arrancaron al municipio que compartiera con ellos las banderolas que cuelgan de las farolas, porque también se las había reservado el Ayuntamiento para sus propias actividades.
La voracidad propagandística de lo público es más grande de los que pueda pensarse. Nótese cómo los espacios públicos dedicados especialmente a la promoción cultural (teatros, museos, casas de cultura, bibliotecas…), cuyos directores suelen hablar de participación ciudadana a la mínima de cambio, sólo anuncian sus propias actividades. Propagan sólo lo que ellos mismos hacen o programan. Si una compañía de teatro independiente que ha hecho el esfuerzo de gastarse unos euros en promoción pretende poner un cartelito al lado de los que ellos cuelgan de 2 por 2 metros, fracasará en el empeño. Quizá le permitan un pequeño folleto, algo diminuto, que no se vea mucho.
Entiendo que no se puede abrir la veda de los soportes publicitarios de estas instituciones públicas, podríamos encontrarnos la Biblioteca Nacional, el Centro Dramático Nacional o el Reina Sofía “empapelados”, por poner un ejemplo. Pero de igual forma que el Ayuntamiento ha llegado a un acuerdo con instituciones privadas para compartir unos soportes públicos que sólo ellos usaban como las banderolas, creo que también deberían dar cancha en sus edificios a las actividades culturales que hace el resto de la población sin que necesariamente deban estar bajo el paraguas de lo “institucional”.