No se me ocurre mejor título que Otelo para combatir el letargo de una tarde del agosto madrileño. Pocas opciones más atractivas he encontrado en la cartelera teatral que la producción que la compañía Noviembre ofrece en el Teatro Bellas Artes. Vayan a gozar con esta soberbia historia, con Arturo Querejeta haciendo del malo- malísimo Yago y con Daniel Albadalejo como el Moro de Venecia.
Es difícil creerse que pueda existir un personaje que ame tanto la maldad como Yago. Pero, al mismo tiempo, resulta fascinante presenciar el mecanismo que Shakespeare pone en marcha para hacer efectiva la envidia y el odio que Yago siente por Otelo. Su indiferencia moral y su sadismo perturba y repugna, pero como espectadora siento una gran curiosidad por cómo despliega toda su inteligencia y voluntad para alcanzar el fin que persigue: el asesinato y el caos.
Ya en la primera escena del primer acto Yago se nos muestra completamente definido, lo que resulta toda una ventaja para el desarrollo y el trepidante ritmo de la obra y su comprensión por el espectador. Trama el mal desde su primera aparición, aspiraba a ser el lugarteniente de Otelo pero este ha preferido para ese puesto a Cassio, razón con la que justifica su desafección por el Moro al que ha seguido en tantas batallas. Y nos cuenta su plan: “Cuando mis actos exteriores dejan percibir las inclinaciones nativas y la verdadera figura de mi corazón bajo sus demostraciones de deferencia, poco tiempo transcurrirá sin que lleve mi corazón sobre mi manga para darlo a picotear a las cornejas. ¡No soy lo que parezco!”.
Yago es un artista del simulacro y exige al actor que lo interprete un desdoblamiento de personalidad. Con el resto de los personajes finge una virtud que sólo el público sabe falsa, pues conoce su verdadera y maligna naturaleza gracias a los ocho soliloquios con los que se dirige a él. El Yago de Querejeta tiene una apariencia física de cortesano renacentista y el traje negro que viste me trajo más bien la imagen romántica que ha trascendido del príncipe Hamlet. Querejeta-Yago se comporta como un cínico áspero y resentido, como un hombre hastiado al que solo anima la destrucción de los que le rodean, un tipo despreciable que produce un creciente desasosiego. Con un guiño de ojos o un gesto en la boca, Querejeta se permite pasar de un lado al otro del espejo. Su labor no decepciona, está en escena gran parte de la obra, bien visible o como espía por las esquinas y los oscuros rincones que parecen ser su lugar natural.
Con un personaje tan sólido como Yago se corre el riesgo de que Otelo, que da precisamente título a la obra, pierda protagonismo. Pero Yago sin Otelo no existiría. Este montaje que ha dirigido Eduardo Vasco apuntala con Daniel Albadalejo un Otelo antagonista complejo, atractivo, viril. Me encanta cómo lo viste Lorenzo Caprile. El gran porte físico y la presencia escénica de Albadalejo ayuda a componer la imagen de un militar de éxito, capaz de seducir a una joven de la corte de Venecia como Desdémona con el relato de sus hazañas. Otelo es un hombre hecho a sí mismo, un mercenario africano que comenzó en el negocio de la guerra desde niño (“moro” era el término que aplicaban a los subsaharianos en la época de Shakespeare) y que ahora trabaja para el Gobierno de Venecia en contener la flota del turco infiel.
Otelo también tiene éxito en el amor, vive un apasionado y romántico momento con Desdémona, una felicidad que aumenta la envidia de Yago, al tiempo que contribuye a relajar sus sentidos y su estado de alerta. Sólo así podemos explicarnos que caiga en la trampa urdida por Yago para alimentar sus celos por una supuesta relación infiel de Desdémona. La transformación de Otelo romántico a Otelo celoso la enfrenta Daniel Albadalejo con furia y violencia. Da miedo.
El resto del elenco se mantiene compenetrado. No conocía a la actriz Cristina Adua, que interpreta una dulce, bella y frágil Desdémona. No sé por qué todos los Otelos que veo suelen coincidir en presentar a Desdémona como una inocente y virginal Julieta. Sí, suponemos que Desdémona es virgen, pero resolutiva, aventurera y ambiciosa. De otra manera no se entendería que se hubiera casado en secreto con Otelo y a espaldas de su padre y que hayan sido el relato de las hazañas bélicas del Moro lo que la sedujo. Y tampoco conocía a Lorena López, que interpreta a Emilia, personaje capital que desenmascarará la traición de Yago.
Vasco nos sirve una puesta en escena austera, signo de su estilo, cediendo el primer plano al trabajo interpretativo, apoyado por pasajes musicales (Schumann y Scriabin) de piano interpretados en directo por Angel Galán. Que en la presentación de los personajes Emilia apunte con una pistola a Yago no sólo es demasiado evidente, sino que está fuera de contexto (la pistola).
También encuentro confuso cómo ha resuelto Yolanda Pallín, la autora de la versión, el desenlace de la obra y cómo la ha llevado a la escena el director. No se percibe claramente que Otelo aseste a Yago una puñalada no mortal , como ocurre en el texto, cuyo último párrafo está dedicado a expresar claramente que a Yago le espera el peor de los suplicios posibles una vez sea devuelto a Venecia (recuerdo que Orson Welles en su película imagina su condena encerrándolo en una jaula colgada en lo alto de un muro, donde morirá de hambre y a la vista de todos).
Tampoco Otelo-Albadalejo se suicida en escena como escribió Shakespeare, sino que se dice que será juzgado en Venecia mientras él expresa su preocupación por cómo quedará afectada su reputación tras su muerte. Luego viene un posado de los personajes con Emilia apuntando nuevamente con la pistolita, pero en esta ocasión a Otelo. Oscuro. Desaparecen los personajes. Luz y escenario vacío. Confusión, el público no sabe si aplaudir. Vulven a salir los actores pero, ahora sí, para saludar y recibir el aplauso merecido.