Una de las noticias musicales del verano ha sido la publicación de Echo in the Valley, una mixtape de 67 minutos con flamante material de Untold. Algo que el propio autor considera una continuación o apéndice (adenda la denominan en su nota de prensa) del disco que publicara hace seis meses, aquel Black Light Spiral que aún hoy estamos asimilando y descubriendo.
Viene a cuento recordar. El pasado junio, unas horas antes de su sesión en la madrileña sala Siroco con motivo de la fiesta de cierre de temporada de la promotora Holydubs, tuve ocasión de charlar un rato con Jack Dunning, el tipo que está tras el proyecto de música electrónica Untold y ese par de sellos de tan botánicos nombres, Hemlock y Pennyroyal. Fue una animada y esclarecedora conversación en torno a esa espiral de luz negra de su primer LP.
Me habló de lo rápidamente que había dado forma a aquella música, en un verdadero rapto de unas dos semanas y media (aunque a partir de notas tomadas durante meses) y coincidiendo con un cambio de domicilio y mudanza que iba a provocar que desmontara su estudio. También me explicó con detalle cómo en el propio proceso de composición se valió de los sistemas de sonido de los clubs donde actuaba para, una vez llevada su música más allá del “saneado universo de las limitaciones de volumen” (abusando de ellos hasta llegar a romper el equipo de amplificación en una ocasión y provocar el pánico en la sala alguna otra), encontrar ese tremendo y abrasivo bofetón de ruidismo industrial digital abstracto y dañado que caracteriza sus ocho cortes. Y que fue al comprobar que, pese al retorcido brutalismo de aquella nueva música tan alejada de sus pulidos y distinguidos dubstep, bass o techno de antaño, la gente seguía bailando, cuando vio que se traía algo diferente entre manos.
Otro de los asuntos que salió en varios momentos de la charla fue el del filtro. De hecho era uno de los conceptos que fascinaban al productor inglés cuando se embarcó en aquel rápido trance creativo. Esa noción está presente desde en la utilización de los samples (sobre cuyo origen no viene al caso explayarse ya que están tan desvirtuados como para haberse borrado su naturaleza original) como en el sistema empleado de acumular mucha información en la grabación “para luego destilarla, hasta que parte de ella es sólo imaginada… hay tantos datos por todas partes en nuestra vida… me atraía la idea de rechazar los datos adicionales ... Como poner un vaso en el agujero y escuchar la conversación de los vecinos.”
También salió el asunto de la tendencia de cierta música británica a acercarse a la oscuridad psicológica mediante la disonancia y el ruido. Esa propensión histórica a mostrar lo que a menudo se considera tan sólo excrecencia y sobra sonora (de nuevo, el filtro) hasta hacer de ello una herramienta, una parte esencial de la paleta, y que Dunning se lo explica como resultado sobre todo de que Gran Bretaña es un lugar muy ruidoso debido a su alta concentración de población y de laboriosa actividad (en fábricas, puertos o cities, y en pubs, clubs o raves campestres, por ejemplo). Es una línea en la que encaja bien Black Light Spiral.
Pero por encima de todo, lo que me pareció más interesante de la conversación fue cuando llegó a aspectos que tienen que ver con la fantasía. En cierto momento Dunning habló de la idea de artefacto y de transmisor. Esto fue lo que me comentó: “Quería que el disco se apreciara como un artefacto... no sé si conoces la serie Lost. No se puede hablar de influencia, de hecho no la seguí, sólo vi algún episodio suelto, pero me gustó una escena: caminan por la selva durante días, están hambrientos, desorientados y descubren una cabaña y en el interior de la cabaña ven una caja y en la caja hay un transmisor. Abren el transmisor y algo sucede. Para mí, este es el concepto de mi disco. Sin voluntad de sonar…, no estoy diciendo que consiga eso, pero mi fantasía de ciencia ficción mientras componía esta música tan rápidamente, era crear un artefacto. Como el monolito de 2001. No es que compare mi disco con la obra de Kubrick, pero éstas son la clase de súper fantasías y los tótems e iconos que intentaba sugerir con mi música, en lugar de pensar en techno, dubstep, drum‘n’bass... Obviamente estos estilos son estéticamente gran parte de todo ello, pero para mí éste es un disco del género fantástico. Sin haberse hecho con un propósito claro, eso resume las cosas que pasaban por mi cabeza cuando lo hacía.”
Una vez que en el centro de la conversación, de la explicación, se situó la ciencia ficción y el género fantástico, me fue fácil preguntarle por las relaciones de su título “Espiral de luz negra” con las representaciones de autores como Bob Frissell, uno de esos predicadores de la New Age, profesor de Rebirthing, autor de libros como La cuarta dimensión y divulgador de las enseñanzas de otros como Drunvalo Melchizedek (alias de alguien en principio llamado Bernard Perona, del que hay poca información en internet), creador y promotor de la técnica de meditación holística llamada Mer-Ka-Ba. Newagers que se mueven en el terreno de esa fascinante marmita que contiene paraciencia basada en la geometría, la numerología y la proporción aurea, un batiburrillo de creencias místicas, practicas meditativas y espiritualidad de orígenes variopintos, pseudoecologismo Gaia, creencias alien y demás conexiones con las creencias alternativas neopaganas. Según Frissell y Drunvalo, la espiral de luz negra es tanto una de las que se componen en el cuerpo humano a partir de cuadrados si se sigue la serie numérica de Fibonacci (en concreto, la del tipo femenino y cuyo medio original es magnético, mientras que la espiral de luz blanca sería masculina y su medio original eléctrico), como también algo relacionado con ancestrales prácticas iniciáticas bajo la gran pirámide de Giza como las del “ojo izquierdo de Horus” (ideas que medio toman de los rituales de metamorfosis y resurrección ya afirmados por masones, teósofos o rosacruces)para trascender desde la tercera a la cuarta dimensión, en túneles concebidos para atrapar la espiral de luz blanca y filtrar la luz negra y cosas así.
Tras confesarme que nadie le había preguntado por tal conexión confirmó: “Me interesa ese tipo de literatura esotérica, que leo como ficción. Sí, leo todos los libros raros de todas las religiones, los olvido y luego veo lo que resuena, y Bob Frissell fue una de esas fuentes que dejó un eco”. El sol caía en uno de esos cielos hechos jirones de añil, rosa y naranja y la charla ya tocaba a su fin debido a otros compromisos cuando, con un brillo acaso ya algo raro de encontrar entre los músicos de hoy, sacó de su bolsillo un disco usb inserto en un pedazo de rama de árbol semi-pulida mientras me confesaba que ése era el siguiente paso. El pen drive no era otra cosa que este Echo in the Valley que ahora puede escucharse.
Decimos que viene a cuento recordar aquella conversación de hace un par de meses, pues aunque sea tras sólo unas primeras pasadas, me parece que a su luz (que no sé si será negra o blanca) queda muy bien presentado lo que suena en esta nueva mixtape. Y es que de alguna manera esas ideas de las que hablábamos en junio parecen protagonistas en la conceptualización de Echo in the Valley: iniciación, filtro, fantasía y artefacto.
Iniciación (o tránsito, o trance o crisis): Si Black Light Spiral parecía la válvula de algo hirviendo a toda presión o girando fuera de su eje, aquí se ha llegado a un paisaje o estado donde aquel estado febril anterior se deja atrás o se estabiliza. Aquél era un disco de primeras peligroso, un objeto blindado e incomprensible con aspecto de algo nocivo, que en seguida se volvía algo así como un pozo de rara fosforescencia al que uno se asoma con curiosidad y anhelo. Al igual que el monolito de 2001, algo nos atraía a su oscuridad, nos retaba a explorarlo y parecía que, acercándonos a su centro, escucha a escucha, lo activábamos. Black Light Spiral efectivamente funciona como un centinela automático, una alarma (no olvidemos que se abre con 5 Wheels, cinco minutos de intonarumori a partir en el alarido de una sirena), como un señuelo de caza pero también como una puerta. A medida que uno va entrando más en el disco, va descubriendo sus escondrijos, pasadizos y secretos. Cuando quieres darte cuenta has accedido a un campo expandido del techno y el dubstep y a un estado diferente.
Echo in the Valley parece lo que viene después de haber atravesado esa crisis y logrado llegar hasta su centro. Untold ha pasado la prueba de saltarse olímpicamente las barreras de la escena que le acogió, de pasar de ser un punto alineado con sus colegas, para crear algo desesperadamente propio. Y, con él, los que le acompañan en su fiebre. La iniciación, a través de un Untold investido chamán, nos ha conducido hasta ese valle de rara quietud y exuberancia, un mundo subterráneo, paradimensional o algo así. Un laberinto.
Filtro: En este Echo in the Valley, el sonido parece altamente destilado, como si su origen estuviera en otro lugar y hubiera sido procesado con puertas de ruido, ecualizaciones, efectos sonoros varios hasta llegar hasta aquí. Es como si el brutalismo estuviera en el empleo de los efectos o la síntesis y no tanto en el resultado que en realidad es una mixtape de ambient abstracto de gran sutileza aunque excitada por una convulsión minimalista que se asemeja tanto a un paisaje borboteante de vida pequeña como por momentos a la superficie de un tejido precioso. Parece, como explica su título, la resonancia del estruendo y el fulgor del disco anterior extendiéndose por una especie de valle inquietante (donde, en efecto, lo maquinal, lo puramente sintetizado y producido por máquinas, se acerca a los sonidos producidos por humanos). El estado de visión alcanzado en un trance.
Fantasía: Otra noción de filtro que está implícita en estos dos primeros trabajos largos y de nuevo cuño de Untold salió en un par de ocasiones durante la conversación: uno de los objetivos en Black Light Spiral fue dejar que la fantasía del oyente completara el puzle, provocar que éste mantenga la curiosidad no facilitando todo el sentido cerrado, sino, al contrario, algo incompleto, enigmático. Echo in the Valley cumple con tal premisa en lo sonoro tanto como su precuela y posiblemente lo haga de forma aún más pronunciada en lo conceptual. La mixtape lleva como leyenda la frase “No hace mucho tiempo, se cruzaron varios caminos” y los títulos de sus cortes son los siguientes: El molinero, El laberinto, El mensajero, El desfile, El guarda, El haragán, El posadero, El maleficio, La gárgola y El arriero de agua. ¿Son acaso insinuación de una especie de tarot o de las casillas-personajes de uno de esos juegos de mesa de apariencia inofensiva pero con bastante enjundia oculta como el de la oca? No hay duda de que proponen algo así como las claves secretas de una historia que uno sólo puede completar si pone en acción su fantasía sin esperar a entenderlo todo.
Artefacto: Hablamos de Echo in the Valley como una mixtape pero además de poder escucharse e incluso descargarse gratis de Soundcloud, Jack Dunning (quien en su día se dedicara al diseño gráfico) también ha dispuesto que se pongan a la venta únicamente 100 unidades en un formato especial de memoria USB (con las diez pistas en alta calidad y el artwork digital) acabada en madera con esa forma de rama y guardada en una caja hecha a mano junto con pizarra galesa y atada con un cordel de cuero. El formato está lejos de ser una propuesta alternativa para vender copias, ni tampoco hay un ejercicio de fetichización exclusivista, dado que su precio es tan asequible como un vinilo (16 libras) y uno puede acceder gratis a la mitxtape. Me parece que más bien quiere simbolizar algo capaz de transmitir ciertos datos secretos a unos pocos iniciados, pese a que el acceso a gran parte de la obra, la pura música, esté abierta a todos los que quieran acercarse. El formato elegido juega con la idea de un artefacto con el que se pasa cierta información muy sutil (posiblemente “cifrada” en el conjunto de diseño gráfico y títulos) y sólo a unos pocos locos seguidores capaces de trascender la escucha de categorías como estilo o nombre para sumergirse en otra cosa, para alcanzar otra pantalla del juego, si prefieren. Es frecuente que el músico-artista a partir de un determinado momento reflexione sobre qué clase de relación quiere tener con lo de ahí afuera. Lo que en cierto modo, en realidad quiere decir una elección del público. Jack Dunning, Untold, es uno de esos amigos de lo misterioso que busca una relación estable con creyentes que busquen llegar más allá de lo que la mera música tan sólo sugiere, capaces de caminar por el paisaje por poco apacible que parezca, y explorarlo a fondo.