Algunos productores dicen que un buen texto siempre mejora en manos de buenos actores, pero al igual que ocurre en el toreo, son pocas las oportunidades de ver una buena faena con un toro de desecho. El autor catalán Pau Miro ha tenido la suerte de contar con Miguel Rellán, Jesús Castejón, Luis Bermejo y Ginés García-Millán para su obra Jugadores, un póquer de ases de la interpretación que ha abierto la temporada de los Teatros del Canal de Madrid.

Jugadores es una comedia negra, que se abre con cierto misterio, gana un tono romántico y triste en su desarrollo y alcanza un feliz desenlace. Es una comedia rara, mezcla varios géneros. Presenta un conjunto de historias cortas sobre las vidas de cuatro fracasados escrita con ingeniosas notas de humor. Historias cotidianas de perdedores entrelazadas dramáticamente, pero que también funcionan con voz propia. Los personajes no tienen nombre, solo oficio, y son un profesor (Rellán), un actor (Bermejo), un enterrador (Garcia-Millán, no veía un enterrador en el teatro desde Hamlet) y un barbero (Castejón), se acercan a los 60, y solo sabemos de ellos que comparten su adicción por el casino y que atraviesan en sus vidas por un mal momento.

Tras un tiempo sin verse, los encontramos reunidos en el piso del profesor. Mejor dicho, en la cocina del piso del profesor ( bonita escenografía de Enric Planas y, como siempre, fantástica la iluminación de Gómez Cornejo). Allí nos descubren sus debilidades: el temor del barbero  a que su mujer le abandone ahora que se ha quedado en paro, el amor del enterrador por la puta Irina a la que lleva de paseo al cementerio, el actor que encuentra mas emocionante robar en supermercados que actuar, y el expedientado profesor universitario que perdió la cabeza con uno de sus alumnos que se atrevió a corregirle en público. Como toda historia de jugadores o ladrones, esperamos un plan de atraco o un gran timo y este, aunque tarda en llegar, llega con un argumento que recuerda el de algunas películas de Berlanga o Monicelli.

Jugadores habla de los triunfos y las derrotas que se cosechan a la largo de una vida, y del valor y la cobardía con los que nos enfrentamos a ellos. También de la importancia del azar a la hora de dibujar nuestra existencia. Y de la soledad y de cómo combatirla con los amigos, quienes nos permiten componer lo más parecido a una familia cuando la hemos perdido. Es una comedia optimista porque huye del fatalismo, los personajes no se resignan a tirar la toalla.

Este elenco reúne a cuatro veteranos con más callo que un guitarrista en los dedos. Comienzo por el señor Castejón y no tengo más que bendecir a su estirpe de la que heredó y aprendió el gran oficio que hoy exhibe, especialmente en este caso en el que debe interpretar a un hombre común, gris, que acepta su fracaso con ironía y cero patetismo. Su papel estaba destinado a Álex Angulo, quien falleció en accidente de coche este verano y a quien está dedicada la producción. Garcia-Millán esta espléndido con el personaje mas colérico de todos, el enterrador, consigue enternecer con su debilidad por las putas y el sexo. A Rellán le ha tocado el personaje más hueso, que lidia con su natural contención y verosimilud: es el líder de la banda, acaba de perder a su padre con el que mantiene unos sueños complejos que exigirían costosas sesiones de psicoanálisis y su historia como profesor universitario le lleva a gastar una razonable mala leche. Por último, Bermejo muestra sus dotes para la comedia en el papel de un cleptómano y actor frustrado adicto a quedarse en blanco y de tendencia sexual confusa. O sea, que tiene muchos argumentos para lucirse. Es admirador de Dean Martin, lo que le permite lucirse con un número musical, además de que sus  reflexiones sobre el teatro encuentran bastante eco entre los colegas de profesión que había entre el público la noche del estreno.

Pau Miró (Barcelona, 1974)  estrenó esta misma pieza en el Lliure de Barcelona y también entonces contó con un reparto fantástico de actores catalanes (Jordi  Boixaderas, Jordi Bosch, Andreu Benito y Boris Ruiz). Como en aquella ocasión, también ahora la ha dirigido y supongo que nadie mejor que él para saber con qué tempo debe interpretarse. Sin embargo, el único reparo que le pondría se refiere precisamente a este aspecto, pues el ritmo decae a mitad de la obra para animarse en el desenlace. Pero también pudiera ser que esta impresión mía fuera producto de los nervios que hay siempre en una noche de estreno.