[caption id="attachment_617" width="540"] Pablo Fidalgo Lareo[/caption]
Pablo Fidalgo (Vigo, 1984) es uno de los escasos poetas que escribe también para la escena. Alma mater de La Tristura, abandonó la formación hace dos años y huyó de Madrid, según dice harto de una ciudad más interesada en preservar un arte muerto que en ser heraldo de artistas con algo que decir. Pero ahora vuelve, invitado por el Festival IDEM (en La Casa Encendida, del 17 al 19), para presentar O estado salvaxe, Espanha 1939 (2013), performance protagonizada por su abuela en el límite del teatro documento y que sintetiza sus intereses dramáticos y literarios. La obra se entronca con su último poemario, Mis padres: Romeo y Julieta (Pre-textos), publicado en 2013 y especie de autobiografía familiar en verso. A este libro le preceden otros tres, entre los que destaca La educación física (Pre-Textos), valorado por los críticos de esta publicación como uno de los mejores de 2010.
-¿O estado salvaxe. Espanha 1939 (2013) es una performance sobre la guerra civil española a partir del testimonio de su abuela o es el relato de la historia de una familia?
-Es, como ella dice, un acto de vida, un acto de amor. Siempre he escrito mucho sobre mi familia, sobre la idea de clan y sobre el matriarcado, que en Galicia es algo muy habitual. En realidad es un dispositivo muy simple, primero la biografía de mi abuelo contada a partir de las películas en super 8 que grabó desde los años 50. Más bien la pieza nace de la necesidad de recoger el testimonio de alguien que ha vivido casi todos los acontecimientos importantes del siglo XX. Alguien que contiene en su cuerpo, en sus gestos y en su memoria algo que es muy valioso y que yo no quería dejar pasar. En algún sentido es una pieza de teatro documental, pero los diferentes niveles de lenguaje que se usan para mí lo convierten en algo más rico.
- Ana Zamora llevó a escena el libro autobiográfico de su abuela, Penal de Ocaña, de María Josefa Canellada, y en una entrevista me habló de su escepticismo sobre la recepción de una obra así, ya que consideraba que a una parte de la sociedad le aburre soberanamente el tema de la Guerra Civil, mientras a otra el asunto le despierta resquemor.
- El problema es la imagen que dan los políticos y los medios de la Guerra Civil. Pero el presente de España no se puede entender sin la Guerra Civil. Dejar pasar la Guerra Civil significa estar condenados a no entender nada, a ser juguetes en manos del poder. Allí, en esa masacre, está la explicación del miedo y del silencio que hacen que este país no se atreva a conocer su propia historia.
-¿Fueron las cintas de Super 8 el punto de partida de la obra? ¿Cómo se planteó la escritura y la estructura del espectáculo?
-Sí, el punto de partida fue la necesidad de rescatar y salvar esas cintas. Primero está la vida de mi abuelo, su mirada sobre el mundo y sobre su historia personal. Y la muerte de su tío anarquista en el inicio de la guerra civil. Ese fusilamiento, que el oye desde su casa, explica toda mi historia familiar. En las películas se ve toda la personalidad de mi abuelo y su mirada sobre sus hijos y sobre su mujer. Por suerte, para responder a ese mundo tenía la presencia de mi abuela, que estaba dispuesta, como dice en la obra, a dar la cara. A dar explicaciones sin que nadie se las haya dado a ella. Ella tiene lo más importante: la generosidad y la alegría. Hablé mucho con ella para escribir la obra, y a partir de ahí también inventamos. La escritura poética nunca puede ser solamente realista ni funcionar solo como un testimonio. Siempre abre algo nuevo, inexplicable.
- Supongo que su abuela marca el calendario de representaciones. Recuerdo que con La Tristura ya trabajó con niños. ¿Por qué prefiere trabajar con actores no profesionales?
- No entiendo cómo se puede seguir escribiendo literatura dramática. Yo no reconozco términos como actuar bien o escribir bien. Es otra cosa lo que estamos buscando. Mi generación es inofensiva, no ha vivido ni sufrido nada. Creo que nuestra cruzada es llegar a sentir que vivimos y hacemos algo real, algo con consecuencias. Mi trabajo es difícil de encuadrar, pero creo que ahora está muy próximo al pensamiento de la performance y la danza, y por otro lado al trabajo artesanal de los cuentacuentos, de contar historias que son transmitidas de generación en generación. En ese sentido, en la pieza hay un trabajo de recuperación. Como diría Uxío Novoneyra, esta es la forma que he encontrado para tocar las manos de mis antepasados.
- El interés por la representación directa de la vida y por sus propios protagonistas interesa cada vez más a artistas de otras disciplinas. Pienso, por ejemplo en la película que acaba de estrenarse Boyhood. Esta pujanza de un teatro sin drama, de la performance, ¿no cree que es fruto del descrédito de la ficción, de la impotencia de los artistas por crear buenas historias imaginarias, pero también del virus exhibicionista que contamina hoy a nuestra sociedad?
-No comprendo la ficción, no consigo seguir historias lineales. Grandes palabras para defender y sostener grandes acciones. Como quería Thomas Bernhard. Creo que entre dejar testimonio y la exhibición hay un abismo. La historia tiene que escribirse a partir de los cuerpos, las caras y las vidas, porque si no estamos siempre bajo la historia que escriben los vencedores. En este país se ha tardado muchos años en poder hablar de algunas cosas, y ahora conviene tomarse un tiempo para grabarlas, y para contárselas a los que vengan detrás de nosotros, porque para eso se trabaja. El arte escénico de hoy está atravesado por la danza, por la performance, por la biografía. Si a esa evolución quieres llamarle impotencia de los artistas, tú decides. Que exista un proyecto como Boyhood y una mirada como la de Linklater es algo fantástico. Reunirte durante tantos años con un niño que se hace mayor para grabarlo, para conocerlo y para ayudarlo a crecer ya es un acto político. Cuando yo decido hacer este proyecto con mi abuela y ella acepta los dos nos ponemos de acuerdo en que su vida y su relato pueden cambiar una pequeña parte del mundo. Eso es el compromiso.
- No es habitual encontrar poetas que también trabajan en los escenarios. ¿Qué relación establece entre su labor como director y escritor dramático y como poeta?
Llegué al teatro a través de la literatura, y procuro no olvidarlo nunca. No diría que soy ni director ni escritor dramático, o no lo soy en el sentido que aún se le da en España a estos términos. Ahora mismo soy alguien que busca e investiga la historia de su familia, y eso me está llevando mucho tiempo. Es una aventura personal y mi nueva creación, que estrenaré en Lisboa en 2015, seguirá esta línea. He crecido viendo dos Españas, dos Galicias, dos cuerpos, dos lenguas, dos vidas que se aman y se odian. Así que no puedo plantearme las diferencias entre hacer teatro y escribir, todo forma parte de un proyecto que quiere dejar testimonio de la decadencia de una familia y de un mundo que desaparece.
- Esta es su primera aparición en Madrid después de haberse separado de La Tristura ¿por qué ha tardado tanto en volver? ¿qué ha estado haciendo en todo este tiempo y por dónde?
Primero estuve en un pueblo de Costa da Morte escribiendo Mis padres: Romeo y Julieta. Aprendí los nombres de los pájaros, algo que hacía años que quería hacer. Después me fui a vivir a Lisboa, donde he encontrado una ciudad, un río y un idioma maravilloso, además de una serie de artistas a los que considero hermanos, como Claudia Dias o Rui Catalao. El año pasado comisarié el ciclo Material Memoria, que ahora es un proyecto estable de artes escénicas en el Museo de Arte Contemporáneo de Vigo. Comisarié otro ciclo de escénicas para Alhóndiga. Y también estrené O estado salvaxe, que se ha presentado en varios lugares de Galicia y Portugal, Bilbao y Salamanca. He estado estudiando, investigando, escribiendo, repasando mi vida. El apoyo del MARCO, y de otras instituciones en Galicia y Portugal ha sido fundamental para poder continuar trabajando.