Como si fuera el libro de contabilidad de una empresa, con la columna del “debe” junto a la del “haber”, Antonio Garrigues Walker nos propone en su última obra de teatro hacer balance de una vida anotando los méritos junto a la columna de las culpas. O sea, las acciones que hemos protagonizado y que han contribuido a ensalzar nuestra dignidad a ojos propios y ajenos frente a aquellas que la han dañado o dañaron la de terceros. Tal ejercicio moral no tendría sentido si no se responde con sinceridad porque, como dice uno de los personajes de la obra, lo habitual es “magnificar nuestro méritos y minimizar nuestras culpas”.
Es de muchos conocida la pasión por el teatro del célebre jurista Garrigues Walker. Pasión que le lleva a no perderse estreno de importancia y también a mantener un grupo de aficionados con los que pone en escena sus obras. Su producción ya supera el medio centenar y Méritos y culpas ha sido la última en escenificarse, en esta ocasión con el apoyo de la Escuela de Actores de la Universidad Internacional de la Rioja (Unir), cuyo departamento de Teatro dirige Ignacio Amestoy.
La obra presenta a ocho alumnos reunidos en una aula con su profesora, que propone abrir un debate sobre este asunto, según ella, escasamente tratado por la opinión pública. Los alumnos no parecen motivados, pero cambiarán de actitud cuando desposean a la profesora de sus méritos como docente y la expulsen. Esta idea se subraya cuando uno de los alumnos (papel que interpreta el célebre periodista Carlos Rodríguez-Braun), que aspira a sustituirla, ofrezca la versión de sus éxitos. Lo que él considera un mérito, es visto por los demás como demérito y puede llegar a despertar incluso malos sentimientos: envidia, por ejemplo.
Los alumnos ofrecen otras disquisiciones sobre un asunto que guarda estrecha relación con el Derecho, algo lógico pues no hay que olvidar el oficio de nuestro autor. Y así, sin orden aparente, los personajes hacen sus disquisiciones y nos llevan a pensar que cada individuo tiene una idea propia de la culpa, en relación con la responsabilidad que concede a sus actos, pero que también existe una moralidad pública compartida. En cualquier caso, mérito y culpa no pueden contemplarse como anverso y reverso de una misma moneda.
Los estrenos de Garrigues suelen reunir a una heterogénea y animada parroquia. Junto a sus viejos y nuevos amigos del mundo de la abogacía y las finanzas, el pasado 30 de junio acudieron a la sala de Unir de la calle Arapiles pesos pesados del teatro como el director José Luis Gómez y el dramaturgo Jose Sanchis-Sinisterra, los periodistas Luis María Anson (al que le une una amistad desde la infancia), Casimiro García-Abadillo y Javier Villán, la político y abogada Cristina Alberdi, los profesores de teatro Eduardo Pérez-Rasilla y Margarita Piñero…
Más simpático resulta ver a estos actores aficionados, algunos con bastante talento para la escena, procedentes de mundos tan alejados de las tablas. Allí estaban, entre otros, el ya citado Rodríguez Braun, Johnny Aranguren (director de Becara) y su esposa Lupe Barrado, Elena Herrero-Beaumont (socia de la consultora Vinces), Mónica Bertet Garrigues (nieta del autor), la letrada Rosa Espin, Gloria Marroquín…. Hace tiempo que oigo defender a Garrigues las bondades de las técnicas teatrales para los profesionales del mundo de la economía y las leyes. No lo sé a ciencia cierta, pero qué bien se lo pasan.