Stanislavblog por Liz Perales

Cuando el escenario eres tú

12 noviembre, 2015 14:04

[caption id="attachment_1075" width="560"] Bárbara Lennie e Israel Elejalde en La clausura del amor. Foto: Josep Aznar[/caption]

¡Qué suerte tenemos que el teatro nos haya dado por fin una pareja glamurosa y envidiable! La que forman Barbara Lennie e Israel Elejalde. Ella, tan hermosa, tan magnética, look moderno, volcán de sensualidad, fiera de la interpretación. Él, ya no tan joven pero con un físico en forma, pinta de existencialista acrecentada por su miopía, en mi opinión uno de los mejores actores con los que cuenta el teatro actual. Así que la expectación por verlos ayer sobre las tablas era muy grande y el estreno en los Teatros del Canal reunió a muchos amigos célebres. La obra es un tour de force de poco más de dos horas en el que Lennie y Elejalde, que son también pareja en la vida real, escenifican una ruptura sentimental. Extenuante e íntima exhibición interpretativa de un texto que tiene poco de dramático y mucho de teatro.

La clausura del amor pertenece a la categoría de "obras de rupturas de pareja", con célebres ejemplos (La gata sobre el tejado de zinc, Quién teme a Virginia Wolf....) aunque no recuerdo que se hayan escrito muchas en los últimos tiempos; quizá el género está de capa caída y barrunto que algo tiene que ver la crisis del matrimonio y la pareja. De todo lo que ayer se dijeron Bárbara Lennie e Israel Elejalde en la representación me quedo con una declaración: "El amor es una secta". Creo que da la clave para entender la perspectiva desde la que habla del amor el autor y director galo Pascal Rambert, o sea, la de una pareja entrada en la treintena que entiende el amor como un todo o nada, por lo que el detonante de la deserción de uno de ellos es "tu pecho y tu mirada ya no despiertan nada en mí" (que le dice él a ella).

O sea, que se acabó el amor y para contárnoslo Rambert emplea poco más de dos horas en un texto que no calificaría de dramático (en el sentido de contarnos una historia a través de las conductas de los personajes). Tiene sus aciertos, pero también debilidades. Entre los primeros, la idea de fundir la realidad del teatro con la vida real de los actores, lo que le da un carácter performativo a la pieza. En la obra, los personajes se llaman Israel y Bárbara, como en la vida. El autor juega a confundir al espectador: la ficción que se muestra es la de dos personajes que dicen ser pareja, que son actores y que están mostrando su ruptura en tiempo real. Una ficción parecida a la realidad de Bárbara e Israel, que también son pareja y actores, aunque que se sepa, siguen unidos felizmente. Es como si se pretendiera sustituir la representación por la presencia directa de vida. Pero es mentira.

El otro acierto del texto son las reflexiones de Pascal sobre el lenguaje y el arte que ha introducido en las voces de los personajes. Ha declarado Rambert que "el teatro es buscar la vida, lo que no es fácil. Es el arte el que transforma mi vida, y no hay nada que cuente más para mí que mi relación con el arte. Todas las aventuras de La clausura ... (se han hecho una decena de versiones por todo el mundo) son una reflexión sobre el arte del teatro". Y añade: "Mi teatro consiste en dar forma visible a la oralidad".

Para ello Rambert cuenta con dos intérpretes de gran categoría capaces de encarnar un texto endemoniado, artificioso, alejado del realismo, poético, sinuoso, pero también repetitivo e ingenuo. Me sorprendió el comienzo, por la embestida con la que Israel entra en el escenario, como una bestia saliendo de toriles y exhibiendo su poderío por el ruedo soleado (el escenario está desnudo, sólo un tapiz blanco lo cubre y está profusamente iluminado). Elejalde es el encargado de adaptar al oído del público el complicado texto ya descrito y de exponernos desde el primer momento el axioma bíblico, pero también muy teatral, de que "las cosas solo existen porque son dichas". A ello se va a encomendar para que la ruptura sentimental se haga realidad.

Una hora de monólogo con Bárbara casi de espaldas al público y situada en una esquina del escenario; una hora en la que Elejalde le exige que le escuche y le mire activamente a los ojos (otro principio teatral, no olvidemos que son actores). Antes de que le toque el turno a ella, un coro de niños canta magníficamente una hermosa nana. Bonito.

Pero ahora le toca el turno a ella, la abandonada. Y Elejalde sustituye en la esquina a Bárbara. Es un turno de respuesta, que no de réplica. Como digo esta obra es teatro, pero no es drama. Ella se muestra desafiante, hace hermosas reflexiones sobre el lenguaje y cómo se hace vulgar cuando se instala el dolor en nosotros, comparaciones interesantes sobre la pintura y los estados de ánimo de la pareja, y tiene también un momento de debilidad: "El perdón está por todas partes", pero Elejalde no claudica en su empeño.

Los actores acaban agotados, extenuados, han dejado sus entrañas en el tapiz blanco, es un largo e intenso trance de más de dos horas para ellos. Sólo hay que mirar el rostro de Israel en el saludo final, no llega a recomponerse. Pero también para mí, como espectadora, siento que esta historia de amor ya dura demasiado, que los argumentos de Bárbara, si bien tienen el enfoque femenino, son un ritornello a lo contado anteriormente por Elejalde. Y que prefiero la forma del drama, de la ficción, del artificio...

Image: Star Wars. Filosofía rebelde para una saga de culto

Star Wars. Filosofía rebelde para una saga de culto

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