[caption id="attachment_1129" width="510"] El elenco de Cervantina en plena representación[/caption]

Cervantina, el nuevo espectáculo de Ron Lalá, es una buena manera de abrir boca a todos los fastos que se anuncian este año con motivo del centenario de la muerte de Cervantes.  Si lo que se avecina sigue la estela de este montaje, creo que nos vamos a divertir mucho a costa del insigne escritor, y que grandes y chicos acabaremos rendidos a sus pies y a los de este fantástico grupo de músicos y actores.

Ayer el Teatro de la Comedia acogió su estreno. Fieles a su línea, los ronlaleros ofrecen un espectáculo cómico-musical que en apenas hora y media recorre la vida y la obra del escritor. Un concentrado de Cervantes hecho con talento y mucho humor, que deja traslucir el cariño y la veneración que el grupo le profesa. Uno sale de allí pensando con orgullo en Cervantes, en que sea uno de los nuestros, y no sé si se debe a que estos actores consiguen que nos identifiquemos con su obra o a que Cervantes nos tenía muy bien calados a los españoles. Feliz conjunción, en cualquier caso.

El grupo ya dedicó su anterior espectáculo al Quijote, está disculpado pues que Cervantina apenas se detengan en la famosa obra y, en cambio, recorra algunos de sus célebres  entremeses, de sus novelas y de otros textos como su poema finalViaje al Parnaso. Estamos ante un texto original (supervisado por Álvaro Tato) que pica de aquí y de allá en la obra cervantina para componer un fresco organizado por escenas, en las que se representan algunas de las historias más célebres del manco de Lepanto.

El inicio es una de las partes más ingeniosa y simpáticas del espectáculo. Presenta una biografía divertidísima de Cervantes, compuesta en ripios y que recuerda la tradición del astracán de Muñoz Seca (La venganza de Don Mendo). Cervantes (al que da vida Álvaro Tato) es interpelado por su musa (Íñigo Echevarría), quien le chantajea: la gloria post-mortem  a cambio de su fracaso artístico y de su pobreza material en vida. El recurso de hablar del pasado introduciendo elementos actuales ocasiona buenos golpes humorísticos y satíricos.

No deja de sorprenderme que la escenificación de entremeses tan célebres y conocidos como El viejo celoso o la novela ejemplar La gitanilla sigan cautivando al público. La puesta en escena de éstos por Ron Lalá supera las expectativas que yo había depositado. El grupo, como ya he dicho, los convierte en una astracanada, y el hecho de que los actores interpreten a los personajes femeninos al estilo isabelino contribuye a que funcionen: Miguel Magdalena haciendo de gitanilla o de joven esposa del viejo celoso es un despiporre.

Otros episodios siguen más la senda de la sátira política, con la consecuente alusión a lugares hoy tan comunes como son la corrupción o la escasa atención que se presta a la cultura. Son episodios que, además, permiten a los comediantes interactuar con el público, como El hospital de los podridos, en los que se interpela al respetable sobre cuál es la podredumbre qué menos soportan, o la escenificación de la cofradía de Monipodio, de la novela Rinconete y Cortadillo, que da lugar a hablar de la corrupción política. El final de fiesta llega con la invención del "virus de la cervantina", un grito de guerra ronlalero que pretende convertir a Cervantes en el protector de los amantes de la cultura frente a tantos desmanes que, en opinión del grupo, ésta sufre en la actualidad.

Yayo Cáceres firma la dirección del espectáculo. La escena enfrenta dos plataformas de pequeña altura situada a cada lado, y sobre la que están los actores-músicos sentados en  cajones flamencos que tocan cuando procede. El espacio que queda entre las dos plataformas es para la representación. Cáceres aprovecha los recursos escénicos y conjuga a los actores-intérpretes con los actores-músicos (por ejemplo, los cajones flamencos funcionan también como peanas a las que los intérpretes se suben). Hay aprovechamiento de los recursos dramáticos y también recurre a los  títeres o al atrezzo para ilustrar ciertas escenas. El vestuario es aparentemente sencillo, muy abstracto, concentra la información necesaria del personaje, que debe acabar de componer el actor. Es eficaz y dejar correr la impaginación del espectador.

La partitura musical, alegre y variada, de raíz popular, (supervisada por Miguel Magdalena), y las ingeniosas letras de las canciones, además de ilustrar la obra, ofrecen información sobre las escenas. En ocasiones le dan un toque chirigótico al montaje. Los actores, estupendos y versátiles, interpretan un buen número de personajes;  cantan, tocan instrumentos, bailan y tienen gracia: Juan Cañas, Álvaro Tato, Íñigo Echevarría, Miguel Magdalena y Daniel Rovalher. Creo que hay Cervantina para rato.