[caption id="attachment_1198" width="560"] Cecilia Freire y Ester Bellver en Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales. Foto: Marcos G Punto[/caption]
Me gusta la mirada de la autora uruguaya Denise Despeyroux. Es sencilla, vívida y con destellos de originalidad. Hablo de su última obra, Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales (Teatro María Guerrero, Madrid), largo título que ella copió de un artículo sobre astronomía aparecido en prensa, y que desde el punto de vista argumental poco en común guarda con esa ciencia. Diría más bien lo contrario, pues la pieza se ambienta en un mundo de drogas, terapias psicoanalíticas y otras místicas esotéricas para tocar varios temas sobre la identidad, los desafectos y el amor.
Nunca había visto una obra de teatro que retrate, y no sin cierta ironía, la presencia que ha ganado en nuestra sociedad lo mágico. Porque ¿quién no tiene en su familia a alguien que le recomienda un quiromasajista antes que un fisioterapeuta? ¿Quién no conoce un enfermo que se fía más de un remedio homeopático y natural que el proporcionado por la medicina científica? ¿Quién no vislumbra mejor solución que ir al psicoanalista cuando le confiesas un problemón familiar? Como dijo Chesterton en un célebre aforismo, “cuando se deja de creer en Dios enseguida se cree en cualquier cosa”; y para que esa “cualquier cosa” sea convincente es importante que sea carísima.
La obra de Denise Despeyroux no trata exactamente de lo esotérico o lo mágico, pero sirve de fondo y da los toques de humor. Nos presenta a una familia cuyos pintorescos comportamientos nos van desvelando de qué materia están hechas sus personalidades y sus sentimientos. La trama se plantea precisamente a partir de un juego de identidades que proporciona la llamada técnica de las constelaciones familiares. Hace tiempo que oigo hablar de esta técnica psicoanalítica que puso de moda en los noventa el alemán Hellinger. A grandes rasgos, se trata de que una persona (constelante) dramatice su conflicto personal con la ayuda de un “facilitador” (especie de guía) y un grupo de personas que van interpretando los roles de sus familiares. He sabido incluso que alguna compañía de teatro la ha utilizado en ensayos. Despeyroux nos presenta a los personajes como si fueran a someterse a una “constelación”, lo que es una excusa estupenda para jugar a las identidades.
Al estilo de lo que hace Shakespeare en Noche de Reyes (no es gratuito que la autora haya escrito también una adaptación sobre esta pieza, Iliria), el personaje Andrómeda (Cecilia Freire) suplanta a su hermana gemela Luz, que se está muriendo y que no puede acudir a la sagrada fiesta de cumpleaños de su madre Aurora (Ascen López). De esta manera podrá sentir y beneficiarse de lo que es ser la hija preferida, pues Luz es la hija cariñosa y comprensiva, mientras Andrómeda no solo es la que vive con ella y la cuida, también tiene un carácter indomable que su madre no soporta.
Al parecer esta historia de las dos hermanas procede de otra obra de Despeyroux, La realidad, que interpretó la actriz Fernanda Orazzi en 2013, en el Fernán Gómez. No sé si esta obra sería entonces una secuela o un spin-off. Lo que es evidente es que el tema de la doble identidad persigue a la autora, que ha encontrado una veta para investigar y plantear los asuntos que le interesan: los afectos no correspondidos, los seres que ya no están, el valor que damos en nuestra vida a lo mágico o lo fantástico, las drogas como sustancia que nos ayuda a desinhibirnos y jugar a las identidades… Porque Andrómeda, suplantando a su hermana, sufrirá en carne propia el dolor que le provoca la relación con su madre que arrastran desde la niñez.
Es una suerte que la autora, que también ha dirigido la pieza, haya contado con dos actrices tan brillantes como son Ascen López y Ester Bellver, las cuales aciertan con el tono tragicómico. Ascen López en el papel de madre está graciosísima, muy convincente como madre egoísta, insensata y caprichosa. Y Ester Bellver, como la tía Casandra, también está divertida enfundada en sus preciosas túnicas como fiel creyente de lo esotérico. A Cecilia Freire le toca el trabajo de doblarse en las hermanas gemelas, es lo atractivo de sus personajes, pero también laborioso, especialmente en el momento que tiene que hablar por la pantalla con su hermana, casi un trabajo de orfebrería. Se apoya en su primo Oliver, al que Juan Ceacero le da chispa y simpatía, haciendo de joven atraído por el psicoanálisis, pero eso sí, de la rama lacaniana.