Charles De Gaulle fue un militar de reconocida capacidad y un político de largo alcance que modeló la V República en la que todavía vive y se desarrolla Francia. Sobresalió de forma singular como escritor. Le fil de l´épée es un libro extraordinario, si bien destacan sobre todo sus Mémoires de Guerre y sus Mémoires d'espoir. En las primeras, L'Appel enardece todavía a los franceses. De Gaulle, en fin, era un hombre de cultura, que amaba la expresión artística y literaria, la filosofía y la ciencia, y que quería mantener a Francia como primera potencia cultural del mundo. Encaramado en la Presidencia de la V República creó el ministerio de Cultura y se lo encomendó a André Malraux.

Felipe González estuvo siempre influido por la intelectualidad francesa. En 1976 firmó y publicó junto a Pierre Guidoni un libro revelador Le socialisme en Espagne. La realidad de la Transición le condujo a relegar en el zaquizamí de la Historia una parte de sus creencias, convirtiéndose en un hombre de Estado, el mejor, por cierto, del siglo XX español, como Cánovas del Castillo lo fue del XIX. Alenté yo por aquella época a Adolfo Suárez para que creara un ministerio de Cultura. Felipe González lo robusteció aunque tal vez no acertó al elegir a Semprún, que era intelectual de relieve pero arbitrario y excluyente. La liberalidad debe presidir el ejercicio de la gran cultura. El acierto de la revista que el lector tiene entre las manos es haber reconocido siempre el mérito allí donde se produce, al margen de la ideología de escritores, pintores, músicos o científicos. Tal vez por eso El Cultural está reconocido como la revista de referencia de la vida cultural española.

Aunque con políticos, hombres y mujeres, de desigual factura el ministerio de Cultura permaneció hasta que Rajoy decidió escabecharlo. ¡Qué error, qué inmenso error! Es verdad que un sector del mundo cultural español se revolvió contra el PP. ¿Y qué? España ocupa el puesto catorce como potencia económica en el mundo. Culturalmente se mueve entre el tercero y el cuarto lugar y, unida a los países iberoamericanos, disputa la supremacía al mundo sajón. Poetas, dramaturgos, filósofos, cineastas, novelistas, pintores, escultores, arquitectos, cantantes y científicos españoles e iberoamericanos vertebran el siglo XX.

Mariano Rajoy, sin embargo, decidió relegar la cultura a una secretaría de Estado, que nos sitúa en condiciones de inferioridad en la relación política nacional e internacional. Rajoy es el único presidente que no ha visitado la Real Academia Española. Tampoco ha acudido al estreno de películas españolas oscarizadas ni a exposiciones deslumbrantes como la del IV Centenario de El Greco ni al prodigio de algunas óperas estrenadas en el Real. Ni siquiera a un estreno de teatro de Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, académico de la RAE, escritor peruano que está contra la secesión de Cataluña y que ha puesto en la escena madrileña comedias como La Chunga con Aitana Sánchez-Gijón o El loco de los balcones con José Sacristán. Mariano Rajoy quedará siempre como el político que gravó el teatro con el 21% del IVA y a la pornografía con el 3%.

No sabemos qué va a salir del espectáculo que la clase política está dando en las últimas semanas a la España asqueada. Pero confiemos en que, sea quien sea el que alcance el poder, reponga el ministerio de Cultura y preste a la literatura, a las artes plásticas, a la música y a la ciencia la atención que los creadores españoles se merecen.

Zigzag

Detrás del seudónimo de Cecilio Otard se enmascara un personaje que se enfrentó a la dictadura de Franco con notable arrojo. En su novela El Duque, la saga de los Gándara, el autor demuestra una cultura notable, una escritura limpia y una capacidad sobresaliente para la narración y la fábula. El duque de Ramblas pensaba en los albores de la guerra incivil española que los radicales eran unos pillos; los cedistas unos meapilas claudicantes; los azañistas, unos miserables; los comunistas, unos canallas y los nacionalistas unos traidores indecentes. Así es que se refugió en la revista Acción Española que dirigía Ramiro de Maeztu. Sobre el telón de fondo de la guerra incivil, Cecilio Otard narra una erizante historia de amor.