[caption id="attachment_1233" width="510"] Concha Velasco protagoniza Reina Juana, de Gerardo Vera. Foto: Sergio Parra[/caption]
Da igual que la obra sea buena, mala o regular, a Concha Velasco hay que ir verla al teatro. Debería estar prescrita en las escuelas de Arte Dramático, porque es un fenómeno único de nuestra escena. La Velasco es como un club deportivo o una secta: se la ama y se la sigue. Y ahora, con 75 años, es emocionante no solo ver la humanidad que transmite como Juana La Loca; también ver a "su público" (que lo tiene porque se reconoce) abarrotando el teatrito de la Abadía y, gracias a la proximidad del escenario, acercándose a tocarla en el saludo final como hacen los romeros con las imágenes religiosas.
En Reina Juana, Concha consigue algo hermoso: tiene la edad del personaje que interpreta, o sea 75 años, pero a la vez es capaz de llevarnos a su juventud y a su niñez con naturalidad y verosimilitud. Importa más o menos la fidelidad histórica de los hechos que se narran (muy populares, por otro lado), pero en relación a los sentimientos, las emociones y, en definitiva, al perfil psicológico de Juana La Loca, qué sabe nadie…Y ahí es donde creo que Concha ha hecho un trabajo muy personal, intentando imaginar su amor eterno por Felipe el Hermoso y los celos que le hizo padecer, y también mostrando su lugar como política y su condición de reina que la Historia le birló.
Incapacitada para reinar por su padre Fernando, excluida del trono por su marido Felipe y olvidada por su hijo Carlos I, Juana se pasó 45 años encerrada hasta su muerte en la fortaleza de Tordesillas. Cuando al final del espectáculo se nos informa de este dato, de que fueron 45 años, comprendemos mucho mejor su infortunio y el alto precio que pagó por salirse del rebaño. El texto, original de Ernesto Caballero, nos presenta a Juana frente a su confesor, el que luego será el jesuita San Francisco de Borja. Ella nunca ha querido confesarse, pero presionada por su nieto Felipe II, que quiere estar informado de todo, acepta contar su vida en el reclinatorio: arranca en su infancia, habla de sus relaciones familiares con su madre y su padre, su educación esmerada como miembro de familia de reyes, su matrimonio en Flandes, su apoyo a los comuneros de Castilla, el envenenamiento de su marido, y la leyenda de su locura.
[caption id="attachment_1235" width="510"] Un momento de Reina Juana, interpretada por Concha Velasco. Foto: Sergio Parra[/caption]
En realidad, el relato da la vuelta al personaje que nos ha sido transmitido históricamente, para explicar que fue apartada del mundo de los cuerdos por los temores de su padre Fernando y su hijo Carlos a que exigiera derechos dinásticos. Es una posibilidad. Es un relato variado: hay momentos de lirismo; en otros hace descripciones de lo que ve, como cuando compara el campo castellano con el de Flandes; se detiene en reflexiones políticas o filosóficas; habla también de las relaciones familiares, del amor y los celos, Quizá sí que se hubiera podido acortar el monólogo y eliminar algunas reiteraciones, porque la actriz no tiene tregua durante la hora y media que dura.
Gerardo Vera arropa a Velasco con tino y consigue un monólogo muy entretenido, cosa difícil de alcanzar. Desde el punto de vista del diseño escénico, crea atmósferas muy elegantes, una iluminación (Juanjo Llorens) que lee certeramente la partitura textual y los efectos de dirección. Emplea el recurso de rescatar a los monarcas y otros personajes históricos de célebres cuadros para proyectarlos en los muros de la escenografía con la misma pátina pictórica, imágenes que luego se desvanecen como fantasmas facilitando al espectador reconocer iconográficamente a cada uno de ellos. Este recurso (los vídeos son de Álvaro Luna) lo emplea a lo largo de toda la obra para sugerir ambientes. La música es también un apoyo importante del espectáculo, mezcla desde motetes antiguos a fragmentos de música actual sobre una base de clásica, y funciona como una banda sonora. La escenografía, que también firma Vera junto con Alejandro Andújar, recuerda una torre fortificada en madera, es fría pero luego comprobamos que tiene una versatilidad inesperada.
Cuando termina la función, Concha recibe una fuerte ovación. Pocos actores saludan al público como ella, con los brazos abiertos, la cara emocionada y alegre, haciéndose querer. Logra tres bises, creo. El público, “su público”, está levantado y se resiste a abandonar la sala, algunos espectadores se acercan hasta el escenario, le tienden la mano y ella responde con la suya.