[caption id="attachment_1254" width="510"] Miguel del Arco[/caption]
Pocas noticias teatrales han provocado una reacción tan eufórica entre la profesión como la de que el Teatro Pavón va se ser gestionado por un equipo capitaneado por el director y autor Miguel del Arco, el productor Aitor Tejada, el actor Israel Elejalde y el distribuidor Jordi Buxó, o sea, la “familia” de la productora Kamikaze. En palabras de Del Arco, cabeza artística de esta iniciativa, “se trata de darle casa al proyecto que pusimos en marcha hace seis años con Kamikaze (su productora) y consolidarlo. Queríamos tener un espacio y reponer en él gran parte del repertorio de obras que hemos hecho en este tiempo, además de invitar a otros artistas y compañías”. Septiembre es la fecha prevista para abrir puertas y con un estreno que estará dirigido por Elejalde y que recupera el viejo sistema de los teatros con compañía residente.
Con la adquisición del Pavón, la productora Kamikaze hace lo que muchos otros empresarios en racha hacen: arriesgarse para crecer. Hace seis años este equipo montó una obra humilde que estrenaron en el vestíbulo del Lara: La función por hacer; desde entonces el éxito de crítica y de público y el reconocimiento de la profesión les ha acompañado en los diversos espectáculos que han hecho a continuación, llenando siempre los teatros (eso sí, teatros públicos). Y Del Arco se ha revelado como un director brillante y fresco, con facilidad para conectar con los espectadores, y con liderazgo y capacidad de aglutinar un equipo de artistas y técnicos que se vuelven locos por trabajar con él.
Este último ingrediente, la pasión y el entusiasmo que Del Arco infunde en su troupe, es ingrediente esencial de este proyecto, ya que no se propone simplemente gestionar el Pavón con una programación más o menos atractiva. En realidad, lo que el equipo quiere hacer es muy antiguo: teatro de repertorio, un teatro que dejó de hacerse en España a finales de los 60, cuando en los teatros había una compañía residente en torno a un actor de fama, y que eran capaces de interpretar a la semana varias obras. Ahora también se trataría de tener un elenco más o menos estable. “En realidad, con la productora, ya lo estamos haciendo”, explica Del Arco, “tenemos en gira varios espectáculos y, en ocasiones, tenemos que sustituir a algunos actores por razones de disponibilidad. Y lo hacemos, aunque me toque pasarme un mes ensayando de nuevo la misma obra con los actores sustitutos”. Ese es el “pequeño” inconveniente de este sistema: más trabajo.
En realidad, el espejo en el que este equipo se mira es nada más y nada menos que la Shaubühne de Berlín, el único teatro público que quedó en la zona Oeste después de la caída del Muro y que sostiene económicamente el Senado (órgano de la municipalidad y el Lander). Cuando Elejalde y Del Arco me dicen que este modelo es su referente no sé si pisan la tierra o son unos corajudos idealistas dispuestos a dejarse las pestañas persiguiendo su apasionante empresa. La Shaubühne conoció en los 70 su época dorada con Peter Stein, que lo inauguró, pero también en los tres últimos lustros, con Thomas Ostermeier al frente. La polivalencia y la flexibilidad del original edificio permite ofrecer hasta tres espectáculos a la vez, de forma que al mes se exhiben unas quince obras que duran en cartel tres o cuatro días. Para ello es necesario que personal técnico y tramoyistas (y cuando yo estuve hace un lustro había 135 personas en plantilla) cambien permanentemente los decorados. Cada temporada estrenan una quincena de obras, que la compañía (entonces integrada por 85 actores) suelen mantener en cartel durante tres años. Una auténtica fábrica de hacer espectáculos.
Lógicamente, el Pavón tendría una escala mucho menor pero Del Arco quiere hacer de él “un escenario caliente, que esté abierto todo el día y que la profesión se encuentre en él”. Solo tiene una sala, con un aforo de 500 butacas de media, y una cafetería en la que se proponen hacer también teatro de pequeño formato, eso sí, manteniendo el bar abierto que es un espacio fundamental. “No vamos a hacer multiprogramación, pero si amortizar al máximo el espacio. Queremos recuperar nuestros espectáculos, reponerlos y alternarlos, de manera que la gente que no vio El misántropo, por ejemplo, pueda hacerlo ahora, aunque, como ya he dicho, sea con otros actores”. Abrirán la puerta a colaboradores, incluso para producir, y también quieren recuperar espectáculos que triunfan en los teatros públicos pero que por razones de calendario se caen del cartel con el aforo lleno. Es probable, incluso, que barajen coproducciones con estos teatros.
Para cuadrar las cuentas, habrá un capítulo de formación importante. Hasta ahora los talleres a actores y profesionales organizados por el Teatro de la Ciudad en La Abadía y en otros espacios han sido un éxito. Continuarán por esa vía, por la que pueden obtener financiación pública. Igualmente, el patrocinio es la otra gran tabla en la que confían para atraer fondos.
Constituidos en una sociedad laboral, por el momento no piensan en transformar la personalidad jurídica hacia una fundación o un consorcio. El otro gran modelo de referencia en el que se inspiran es el Teatre Lliure de Barcelona, que nació en 1976 como cooperativa y que diez años después se hizo Fundación, apoyada por las arcas de las administraciones públicas.
Del Arco y Elejalde tragan saliva cuando intentan explicar el vértigo que les produce esta empresa, dicen que se han metido sin un colchón económico y que, de entrada, están en manos del público. Los cuatro se han endeudado personalmente y tienen que vender muchas entradas al mes para que les salgan las cuentas. “Tenemos que llenar a diario por encima del 50% del aforo” . El director saca a colación una anécdota que Nuria Espert, a la que dirigió en La violación de Lucrecia, le contó: “Cuando era empresaria había algunos actores de la compañía que se molestaban en el escenario porque las butacas crujían cuando se sentaban los espectadores más rezagados, sin embargo para ella era un ruido de satisfacción porque se decía: otra entrada vendida”.