[caption id="attachment_1329" width="300"] Falla y Massine en el patio de los Leones de la Alhambra[/caption]

La representación Letter to a a Man sobre Nijinsky, ofrecida en Madrid por Barysnhikov antes del verano en los Teatros del Canal, me ha llevado durante mis vacaciones a lecturas sobre el bailarín y la presencia de los Ballets Rusos en nuestro país, de los que precisamente este año se cumplen cien años de su primera actuación en Madrid. Me sorprende que este centenario no haya merecido una exposición, un congreso, una representación… La llegada de los Ballets a la España de 1916 tuvo efectos muy positivos en la cultura de nuestro país, ejercieron una influencia decisiva en el gusto y la sensibilidad estética de la afición y los círculos intelectuales de Madrid y Barcelona. Además, los Ballets encontraron aquí una gran fuente de inspiración que les llevó a crear un repertorio de temática española que pasearon por toda Europa.

Como es sabido, detrás de los Ballets estaba la figura de un esteta extraordinario como Serge Diaghilev, cuya mejor biografía ha sido trazada por Richard Buckle. La célebre conversación que el ruso mantuvo con el monarca Alfonso XIII, que les trajo a España y luego les apadrinó y protegió, da una pincelada de cómo se anticipó a los tiempos con su manera de entender su labor de productor y empresario teatral:  “Yo como usted ni dirijo, ni bailo ni toco el piano. No trabajo y no hago nada, pero soy imprescindible”, le explicó al monarca.

Con una gran formación y un gusto exquisito, el empresario entendió la danza como una obra de arte total en la que convergen artistas de distintas disciplinas. Viajó por toda Europa y tejió una red de relaciones con los artistas más vanguardistas del momento que iba incorporando a las producciones de los Ballets. De esta manera, la compañía se convirtió en un centro de producción escénica en el que importante figuras deseaban colaborar. La nómina española es abundante (Miró, Sert, Juan Gris, Pruna…) y destaca Picasso, de quien se dice  que su arte fue apreciado primero en los telones, escenografías y figurines para los Ballets y sólo más tarde en las galerías. Un joven Lorca intentó escribir una pieza para ellos, pero no tuvo suerte. Mientras la mujer de Gregorio Martínez Sierra, María Lejárraga, sí adaptó la novela de Alarcón de El sombrero de tres picos. Es Manuel de Falla, a quien Diaghilev había conocido antes en París, la persona de confianza de Diaghilev y quien le introducirá en los círculos artísticos españoles.

De mayo de 1916 a julio de 1918, y obligada por la imposibilidad de continuar en París debido a la guerra, la compañía consigue hacer temporada estable en el Teatro Real de Madrid y en el Teatro del Liceo de Barcelona, ocupando los espectáculos rusos una parte importante de la programación. Destaca el hecho de que las últimas representaciones de Nijinsky en Europa tienen lugar precisamente en estas dos ciudades, en 1917. Además, la compañía hace una gira por trece ciudades españolas y volverá a Madrid en 1921 para presentar El sombrero de tres picos.

Datos que dan una idea de la envergadura de las empresas de Diaghilev y que explican también por qué le perseguían los acreedores: en la actuación en el Liceo de junio de 1917 los Ballets llevaron 62 bailarinas, 28 bailarines, 150 comparsas y figurantes y una orquesta de 74 profesores. Durante la temporada en el Teatro Real de Madrid, sobre todo si asistía la familia real, que era lo habitual, el número de participantes en el espectáculo podía llegar hasta 450 personas. Y en su gira por las provincias españolas, la compañía estuvo formada por 160 personas, entre músicos, bailarines técnicos y escenografía, que ocupaban al menos once vagones de tren.

Diaghilev viajó con Falla, Massine y Felix Fernández, un bailarín que introduce a Massine en el flamenco y el folklore español, por diversas ciudades de Castilla y Aragón para profundizar en las danzas populares y más tarde volverán a recorrer Andalucía para que Falla se familiarice con las canciones y melodías populares que incorporará de forma estilizada en El sombrero de tres picos. Los Ballets producen tres ballets de temática española: Las meninas, fruto de la impresión que causa en Massine el cuadro de Velázquez y para la que cuenta con escenografía y figurines de Sert;  El sombrero de tres picos, que se convierte en una de las obras más trascendentales del ballet y la música, y que con el tiempo será una pieza de gran inspiración para la danza española, y Cuadro flamenco, una producción inusual para aquellos tiempos por su forma de producción, estaba ideada para que artistas españoles reclutados en los cafés-cantante bailaran la pieza en París y Londres. A Falla se le pide que contrate a estos artistas, entre los que figura Felix Fernández, que es contratado pero que nunca llega a su destino.

De los 66 ballets producidos por los Ballets en su historia, sólo estos son de temática española, pero al parecer hubo varios intentos de producir otros más, como Les jardins d’Aranjuez, con diseños de Sert; otro sobre la música de Triana, de Albéniz, y escenografía y vestuario de Gontcharova; y España, que adaptaba la música de la Rapsodie Espagnole de Ravel. Fueron producciones que no llegaron a estrenarse.

Hay un importante catálogo que reúne las ponencias del primero y creo que único congreso que se ha realizado en nuestro país sobre “España y los Ballets Russes”, auspiciado por el Ministerio de Cultura y la Fundación Manuel de Falla en 1989 y en cuya organización participó el experto Vicente García-Márquez (autor de una importante biografía sobre Massine). Que yo sepa, es una de las escasos libros publicados en nuestro idioma sobre este crucial momento de la cultura española. En 2012, La Caixa ofreció una estupenda exposición, organizada por el Victoria & Albert Museum de Londres centrada sobre todo en los trabajos de los artistas que colaboraron con los Ballets.