Stanislavblog por Liz Perales

Una de cuernos con Hipólito y Millán

23 septiembre, 2016 17:35

[caption id="attachment_1363" width="510"] Carlos Hipólito[/caption]

Es un tópico que a los franceses les pirra hablar de amor siempre que haya ménàge a trois o a cuatre... ¿Por qué les excita tanto la traición conyugal a nuestros vecinos galos? Pensé que Carlos Hipólito me aclararía algo este peliagudo asunto en La mentira, comedia francesa que acaba de estrenar bajo la dirección de Claudio Tolcachir en el teatro Maravillas de Madrid. Pero su remedio fueron “dos tazas, Catalina”, la comedia me condujo a un bucle del que tardé en salir más tiempo de lo esperado.

El autor de esta obra, Florian Zeller (París, 1979), es un prolífico dramaturgo y novelista célebre de la capital francesa. Aquí nos lo presentó Josep Maria Flotats en 2012, cuando protagonizó La verdad. Por los títulos podríamos creer que esta obra de ahora, La mentira, es el anverso de aquella, pero no. Lo que sí tienen son similitudes.

Por ejemplo, las dos abordan los límites de la verdad y la mentira, un asunto que obsesiona al autor y que en las dos obras presenta bajo una trama de relaciones infieles de pareja. Recuerdo que la de Flotats tenía un protagonista poderoso, un mentiroso compulsivo que acababa creyéndose sus propias mentiras y que era pillado porque olvida sus invenciones que ya no distingue de la verdad.

En La mentira tenemos a Pablo y Alicia, un matrimonio que mantiene una relación aparentemente estable y al que dan vida Carlos Hipólito y Natalia Millán. Es de noche y esperan a sus amigos más íntimos a cenar, encarnados por Armando del Río y Mapi Sagaseta (mujer de Hipólito en la vida real y que es la primera vez que la veo actuar). Pero Alicia está inquieta y nerviosa y le pide a su marido que anule la cena. ¿Por qué?, pregunta Hipólito. He visto a tu amigo en la calle y estaba besando a otra mujer, comenta ella, a la vez que se pregunta: ¿Debería entonces decírselo a su esposa que también es mi amiga? Este dilema moral y su resolución tiene ocupados a los cuatro personajes durante la hora y media que dura la comedia.

Es notable el trabajo de los actores protagonistas, por su verosimilitud y naturalidad y porque Hipólito y Millán funcionan en escena, hay química que se dice. Pero el texto es una monotemática espiral cansina para un alma que hace tiempo dejó apartados los vhs de Rohmer con sus triángulos amoroso y parejas varias poniéndose los cuernos. Además, Zeller disfruta, y mucho, con estructuras dramáticas reiterativas, en las que los actores inciden en el mismo tema una y otra vez. Supongo que para ellos es un desafío repetir textos parecidos en tono distinto, ya que les exige un gran ejercicio memorístico para no equivocarse. Pero como espectadora, el personaje de Natalia me resultó extenuante.

No voy a desvelar la resolución del conflicto, pero sí la sorpresa del recurso elegido por Tolcachir para cerrar la obra. Cuando creemos que la comedia ha acabado, las luces vuelven a encenderse y hay un escena a modo de flashback en el que los actores nos representan un momento de la cena. Por si no habían quedado claro las liasons, Tolcachir nos regala este subrayado, que yo creo innecesario, el público ya se ha coscado de todo.

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