Stanislavblog por Liz Perales

Casablanc en sus dominios

21 octubre, 2016 16:51

[caption id="attachment_1396" width="560"] Escena de Yo, Feuerbach[/caption]

La temporada madrileña continúa imparable. He apurado para ir a ver Yo, Feuerbach, que termina sus funciones el próximo domingo en La Abadía. Menudo recital interpretativo el de Pedro Casablanc, pues ha encontrado en este texto de Tankred Dorst (Oberling, Turingia, 1925) una partitura con situaciones y artificios que él corta, estira y pule ofreciendo, como si de un tallador de diamantes se tratara, las mejores y más brillantes facetas de su personaje.

Es, además, un texto precioso, poético y humorístico, habla de arte, del oficio del actor, del genio y de la disciplina, de lo que nos distingue y nos aproxima a nuestros congéneres, del fracaso y del éxito, de nuestros sueños incumplidos, de la vida que pasa y de las oportunidades que nos brinda. Es un texto tejido con muecas trágicas y cómicas, con textos literarios y poemas escogidos, con frases y textos en otros idiomas, con situaciones precipitadas, gamberras y caóticas, lunáticas, líricas... que hacen viajar nuestra imaginación.

Temía encontrarme ante una obra política o filosófica por su título, pues copia el nombre del filósofo Feuerbach, que fue marginado de los ambientes académicos por sostener que Dios es una creación humana. Pero creo que Dorst está lejos de esas intenciones, y en su lugar brinda una obra sobre la caprichosa condición humana protagonizado por un personaje, el de Casablanc, que comparte con el citado filósofo su aislamiento de la sociedad.

Feuerbach es aquí un actor en el ocaso de su carrera, espera a que un director que conoció le haga una audición que le permita volver a los ruedos del teatro después de siete años alejados de estos. Sin embargo, el director no aparece y en su lugar le atiende un joven asistente (Samuel Viyuela) al que no parece importarle demasiado su situación, pero ante el que Feuerbach despliega toda su potencia de fuego de gran intérprete para alcanzar el objetivo de encandilarle tanto como al público.

Me gusta pensar en el paralelismo que se establece entre la ficción de los dos personajes de la obra y la vida real de los actores que los interpretan. De un lado, Feuerbach es Pedro Casablanc, un actor con una larga trayectoria que le ha llevado a encarnar complejas labores intepretativas. Aquí da vida al viejo cómico, por momentos trágico, en otros hilarante, también clown atrapando la atención del espectador con un abanico de trucos de actor y detalles gestuales aparentemente improvisados que nos conmueven o nos emociona por su ternura.

Feuerbach habla al ayudante de la disciplina que exige su oficio, del talento, de los métodos psicologistas de actuación en los que no confía, critica con ironía a sus otros compañeros de escena ya fallecidos, le habla de literatura dramática, de su obsesión por la obra sobre el loco Torcuato Tasso de Goethe, menciona sus papeles célebres (Falstaff y el comisario de El arte de la comedia, un guiño a dos de los mejores trabajos de Casablanc). Y frente a esta exuberancia interpretativa, el personaje del ayudante nos muestra a un joven casi sin experiencia, con una cultura de andar por casa, interpretado por  con una limpieza y sencillez casi minimalista.

No es fácil arrancar los aplausos con el público en pie. Casablanc lo consigue y durante unos largos minutos. Merecida recompensa a una antológica actuación.

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