Stanislavblog por Liz Perales

Nieva, teatro en un mundo aparte

11 noviembre, 2016 10:43

[caption id="attachment_1417" width="560"] Francisco Nieva. Foto: Antonio Heredia[/caption]

Paco Nieva siempre me pareció una de las personalidades artísticas más fascinantes y singulares de nuestro teatro, la más mundana, la más exquisita y extravagante, la más culta y marginal, de las más divertidas. Hay una frase de Oscar Wilde que él decía y que lo delata: “Los mundos aparte siempre fueron mi debilidad”, porque él gustó y practicó la transgresión tanto en el terreno artístico como personal. Como escribió en su autobiografía Las cosas como fueron (Espasa), deja una obra que es un reflejo de una vida extraordinaria.

Nieva nació en 1924, en el seno de una familia liberal y adinerada de Valdepeñas y su vida recorre todo el siglo XX, con la particularidad de que es uno de los pocos artistas españoles de la posguerra que entra en contacto con las élites culturales europeas, lo que le confiere un carácter cosmopolita.

Tuvo su primera parada artística en el postismo de Carlos Edmundo de Ory y Eduardo Chinarro, cuando de joven comenzó a ganarse la vida en Madrid como escenógrafo. En plena autarquía franquista opta por irse a vivir a París y allí mantuvo un matrimonio de nueve años con una funcionaria del Centro Nacional de Investigaciones Científicas que le permitió llevar una cómoda vida burguesa, aprender a escribir en francés y leerse varias bibliotecas. Pero sus correrías por París, y más tarde por una exótica Venecia, le pusieron en contacto con gentes de distintos pelaje, desde aristócratas exquisitos a bohemios de la vanguardia y artistas de la tentación: Ionesco, Genet, Bataille, Mishima, Octavio Paz, Peggy Guggenheim, Italo Calvino

A él le gustaba hablar de su peripecia vital, tan fascinante para la época que le tocó vivir. Y en las entrevistas daba rienda suelta a aquellos recuerdos, creía que eran más interesantes anecdóticamente que su obra. Pero no hay que olvidar que su obra es un reflejo trascendido de su vida, y que muchos de los personajes de sus textos teatrales tienen su correlato en personas que él conoció.

Con una personalidad inconformista, Nieva descubrió pronto que el teatro era un magnífico territorio donde manifestarla y hacerla crecer. Y eligió una escritura sofisticada y un esteticismo barroco, que entronca con la tradición literaria del siglo de Oro y el teatro popular de Ramón de la Cruz, trasciende el sainete de Arniches, y llega hasta el expresionismo de Valle. Un estilo que cuando él comenzó a estrenar como autor en Madrid en los años 70 supuso una ruptura con el teatro predominante de Buero y de Sastre. En una entrevista le pregunté si se sentía epígono de las vanguardias del 27: “Siempre me gustaron mucho Lorca y Alberti, pero al que yo admiraba de verdad era a Arniches” . Y a continuación confesó: “Un vanguardista como yo aspira a convertirse en un clásico”.

La última vez que le entrevisté en su casa del viejo Madrid me confesó que la había comprado con el dinero que ganó con La carroza de plomo candente y Combate de Ópalos y Tasias, un programa doble que estrenó en 1976 en el Teatro Fígaro de Madrid y que lo catapultó como autor. Fue una producción dirigida por José Luis Alonso que se mantuvo en cartel durante ocho meses. El éxito volvió años después con su célebre versión de La paz, de Aristófanes, estrenada en el Festival de Mérida. En los 80, Guillermo Heras estrenó Nosferatu, y en los 90, Pérez de la Fuente lo recuperó para el Centro Dramático Nacional con una gran producción de Pelo de tormenta. Los dos títulos son el núcleo central de su obra. Hace una temporada, volvió con Salvator Rosa o el artista.

Image: Pablo Martín Sánchez: “Sobra ombliguismo y amiguismo en nuestras letras”

Pablo Martín Sánchez: "Sobra ombliguismo y amiguismo en nuestras letras"

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