[caption id="attachment_1424" width="560"] La cocina de Peris-Mencheta. Foto: marcosGpunto[/caption]

Poco más de dos años ha necesitado Sergio Peris-Mencheta para llevar a escena La cocina, de Arnold Wesker, estrenada la semana pasada en el Teatro Valle-Inclán. Un montaje a lo grande, de los que no se hacían en el Centro Dramático Nacional desde hacía tiempo, por el número de actores implicados, 27; y por el aparatoso dispositivo escenográfico. En la concepción dramatúrgica del montaje, la coreografía y el ritmo adquieren tanto valor como la palabra.

La cocina de un gran restaurante es para Wesker algo parecido a un infierno, pero también un espejo de la sociedad deshumanizada que trae la industrialización: la organización es jerarquizada, el personal habla con distintos acentos europeos en un juego de representación de la división ideológica tras la II Guerra Mundial (Wesker escribió el texto en la década de los 50), y el trabajo es tan extenuante y mecanizado que es imposible que ellos puedan realizarse a sí mismos y progresar en sus relaciones personales.

La obra es más descriptiva que narrativa, y el ritmo laboral de los personajes marca su estructura: El Marango es un restaurante londinense que ofrece unas 2000 comidas al día. La cocina abre temprano, a las siete de la mañana, cuando los trabajadores llegan a sus puestos. Es el momento de los preparativos, cuando los empleados mantienen conversaciones triviales, hablan de una pelea que mantuvieron dos de ellos el día anterior y comentan algunos chismes. Pero conforme se acerca la hora de la comida, el ritmo laboral sube de intensidad, crecen los gritos, y se vuelve frenético en el momento de cantar y servir los menús. El turno de tarde trae de nuevo el relajo, mientras se prepara para el clímax final, momento dramático que llegará nuevamente con la locura del servicio de cenas, y en el que el dueño del restaurante lanzará al público una pregunta para la reflexión.

Esta concepción rítmica y coreográfica del texto es, en mi opinión, la gracia de la obra, aunque creo que cuando se estrenó en 1959 se presentó como un texto naturalista. La obra no tiene personajes protagonistas -aunque Peter (fantástico Xabier Murua en el papel) y Monique (Silvia Abascal) protagonicen la historia con más recorrido- de manera que vemos a todo el elenco en escena al mismo tiempo, hablando entre ellos, desplazándose por entre cazuelas y fogones, saliendo y entrando del restaurante a la cocina, elevándose por las mesas. Tampoco hay alimentos reales, sino que los actores hacen creer que los manipulan. En fin, un ambiente de barullo pero en el que asombrosamente Wesker consigue dar una personalidad muy bien definida a cada uno de los personajes.

Creo que Peris-Mencheta ha leído el texto casi como si fuera una partitura coreográfica, acentuando el frenesí y la locura del trabajo que alterna con los momentos más poéticos e íntimos, como cuando el personal habla de sus sueños en los preparativos del turno de tarde, o más dramáticos. Asesorado por Chevi Muraday, mueve con ritmo y disposición a todo el elenco, divide los actos deteniendo a cámara lenta el movimiento de los actores, les hace bailar, cantar e incluso usar cacharros de cocina para ofrecer percusiones originales. Su apuesta por una escenografía central, muy grande, con el público dispuesto a cuatro bandas, tiene gran atractivo, aunque a veces el espectador puede tener dificultad para entender a los actores más alejados de su perspectiva. Pero estos se mueven con micrófonos camuflados, de otra manera sería imposible un montaje así.

La escenografía la firma Curt Allen Wilmer, que ha diseñado un dispositivo de gran envergadura, de aspecto industrial y lógicamente arropado por un importante atrezzo de cocina. Otro pilar de esta producción es la iluminación de Valentín Álvarez, un complejo juego de luces que crea una estilizada atmósfera que aleja el montaje del realismo. Un ambiente que se subraya con el refinado atuendo de los actores, especialmente de las chicas (obra de Elda Noriega). Ellos hacen un buen trabajo, en su mayoría son jóvenes y entregados.