[caption id="attachment_1443" width="560"] Un momento de Pedro de Urdemalas, protagonizado por Jimmy Castro[/caption]
Pedro de Urdemalas es una de las ocho comedias que dejó escritas Cervantes y ha sido el título elegido para inaugurar la sala pequeña del Teatro de la Comedia de Madrid (sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico). Representada por la Joven Compañía de Teatro Clásico con la energía y el desenfado propio de sus miembros, la obra hace una graciosa lectura de la obra cervantina, con bastantes guiños a un público bachiller.
Con versión de Jerónimo López Mozo y dirección escénica de Denis Rafter, la producción que ahora acoge este espacio de apenas 90 butacas fue estrenada el pasado verano en el Festival de Almagro y recala estas Navidades en Madrid, donde finalizará en enero sus funciones.
Esta pieza, que Cervantes publicó en 1615 junto con otras de sus comedias, no suele representarse. Algunas voces expertas señalan en el texto debilidades dramátúrgicas, y quizá no sea tan brillante como los célebres entremeses de nuestro autor. Pero la pieza disfruta también de la mirada humana y anticipatoria, irónica y testimonial del autor; y desde el punto de vista formal contrasta totalmente con el modelo teatral lopesco, mucho más depurado.
Con la excepción del montaje que hace dos lustros ofreció la Royal Shakespeare Company en Madrid, nunca había visto representada esta pieza. En ella, Cervantes vuelve a su universo integrado por personajes populares, propios de su época: pastoras y pastores, señoras y criadas, beatas y sacristanes, alguaciles, alcaldes, gitanos, reyes y reinas… y en esta ocasión un pícaro, Pedro de Urdemalas, al que todo el mundo recurre por su ingenio para resolver conflictos y engaños, y del que se nos cuenta que ha tenido una larga y azarosa carrera profesional: clérigo, grumete, ratero, mozo de mulas, lazarillo…
La obra encierra varias historias, y a través de una treintena de personajes, el autor aborda asuntos que nos son familiares en él: la libertad de los amantes para decidir sobre el matrimonio, el peso de las supersticiones en una sociedad tan religiosa como la española, la naturaleza moral que impulsa las acciones y que generalmente se encubre con engaños y ardides.
Es bonito la manera que elige Rafter para presentarnos Pedro de Urdemalas. Aparece Cervantes como si viviera en vigilia, vagando por las estancias de su casa, asaltado por los numerosos personajes que su imaginación va creando y que no son otros que los de la obra. Y a partir de ahí, comienza las historias, el desfile de personajes, encadenándose unas con otras.
El director opta por una puesta en escena desnuda, con cambios rápidos de vestuario, e inclusión de canciones y ritmos actuales que enganchan a una audiencia joven con eficacia. Once actores se reparten los numerosos personajes, que resuelven en diversos estilos, y como dice su director, casi como un juego. Y se nota que lo hacen con ganas, que lo pasan muy bien, aunque quizá un poco alto el tono de voz. Daniel Alonso destaca en su papel de Cervantes por su presencia escénica y magnetismo,y Jimmy Castro por la vitalidad que imprime al pícaro Urdemalas. Pero también graciosos están David Castillo y Alex Mélé, así como el resto del elenco.