[caption id="attachment_1572" width="560"] José Luis Torrijo e Irene Escolar en Blackbird[/caption]
Blackbird ha cumplido con todas las expectativas que se habían creado en torno a ella: una producción de buena factura (coproducida por el Festival de Otoño y el Teatro Pavón Kamikaze y dirigida por Carlota Ferrer), con dos intérpretes notables (Irene Escolar y José Luis Torrijo), haciendo suyo un texto de primer orden de David Harrower en torno al affaire de una nínfula, o lo que hoy se entiende como un caso de pedofilia. Estará en cartel hasta el 7 de mayo en el Pavón.
Harrower ha escrito una espléndida tragedia contemporánea sobre uno de los temas tabú en nuestros días, el de las relaciones de una menor con un adulto, un amor imposible. Todo comienza con la proyección de un filme en el que vemos a una joven mujer (Irene Escolar) conduciendo. De la pantalla saltamos al set que es el local de descanso de los trabajadores de una empresa en la que trabaja Ray (José Luis Torrijo). Una, que así se llama el personaje femenino, se presenta allí, ante la sorpresa de éste. ¿A qué viene esta visita? Esa es la cuestión que el autor se propone resolver durante los siguientes 90 minutos que dura la obra.
El autor administra las dosis de información como si fuera un alquimista, y el público va conociendo poco a poco la historia de Una y Ray, ocurrida quince años atrás, casi como un relato de suspense. Una se muestra al principio como una mujer segura, imaginamos que quizá busca a Ray para vengarse. Porque vemos que Ray cuando la ve se muestra muy nervioso, quiere que se vaya, no entiende su presencia, teme por su mediocre trabajo y por su recuperada tranquilidad. Entonces sabemos que él estuvo cumpliendo condena tras el episodio que vivió con ella. Y lo que nos aguarda a continuación es un viaje a la complejidad de su relación, de sus motivaciones y sus deseos abortados, sus miedos y debilidades. Aquel affaire fue demasiado sinuoso y enmarañado como para dejarlo sepultado como un caso de abuso sexual. Fue una relación prohibida y sus consecuencias son lo que se está dirimiendo en escena.
Harrower reserva un monólogo a cada personaje, y ahí conocemos la versión de la huida de ambos hacia una pueblo costero y la noche que pasaron juntos en una pensión. Una confiesa cómo le protegió después de aquella noche, cuando fue arrestado y juzgado en términos que nos resultan confusos, y vemos cómo lejos de esa coraza de fortaleza que exhibía al principio, aquella historia ha dejado en ella una huella terrible, es una persona debilitada que no ha conseguido recomponer su vida. Pero también él es un hombre atravesado por un amor imposible, porque dice que se enamoró de una niña que hablaba de amor como si fuera una adulta.
Inquietud, emociones enfrentadas, contradicciones morales… Da la impresión de que el autor se ha propuesto desbaratar las ideas preconcebidas sobre el tabú. Y también apelar al espectador sobre lo que él entiende por inocencia, preguntarle si no es acaso amor lo que sintieron los protagonistas de esta pieza aunque él tuviera 40 años y ella fuera una niña de apenas 12 años, o era solamente un deseo obsceno y lascivo del personaje masculino sobre una niña fácilmente manipulable y que ha quedado dañada irreversiblemente.
Sorprende el tiempo que esta pieza ha tardado en llegar a Madrid, y eso que gozó de gran reconocimiento desde el momento en que se estrenó. Su autor la escribió en 2004, y un año después la produjo el Festival de Edimburgo nada menos que dirigida por Peter Stein. Después fue a Londres y recibió varios premios (entre ellos, el Olivier 2007). Volvió a ser representada en Nueva York el pasado año por Jeff Daniels (que la había hecho mucho antes) y Michelle Williams.
Hace tres años la actriz Irene Escolar compró los derechos y esperaba el momento para protagonizarla. No hay duda de que ella es una de las jóvenes actrices más capaces en nuestro teatro para interpretarla. Su labor es de altura, se muestra temperamental al comienzo y luego va desnudándose psicológicamente para convertirse en el personaje trágico de esta historia. Cuando enarbola su monólogo, que le permite bajar a la corbata del escenario y estar más cerca del público, nos conmueve su terrible soledad y debilidad. Torrijo es un actor también de categoría, muy convincente y medido, con una bonita voz; incluso cuando se atreve a cantar Angels, de Robbie Williams, sale airoso de la situación de acompañarse con sólo tres acordes a la guitarra.
Según me comentó el traductor y autor de la dramaturgia, José Manuel Mora, la pieza está escrita en verso blanco, lo que le complicó la labor, aunque creo que ello resulta imperceptible a nuestros oídos. Sí se nota claramente que los diálogos están muy elaborados, con silencios y un ritmo que la directora Carlota Ferrer ha marcado convenientemente. Ferrer le da un aire performático a la pieza, y hay momentos en los que el diálogo pasa a convertirse en declaración mediante el recurso de un micrófono que Una agarra para expresar su dolor. La directora también hace “bailar” a los actores, pero no se comprende bien la razón, si hay algo que comprender.
El diseño artístico de la producción está hecho con gusto. Ferrer echa mano del video para contextualizar el principio y el final de la obra, pero también lo utiliza como elemento escenográfico. Con ayuda de la escenógrafa Mónica Boromello, la directora dispone la obra en dos sets: uno es la habitación de la empresa, concebida como una caja empotrada desde la embocadura al foro, amueblada en tonos blancos pero con un toque muy esteticista tanto por la iluminación en colores pastel (chapeau al iluminador David Picazo) como por elementos simbolistas como la rama de árbol violeta que cuelga de la pared. El otro set tiene lugar en la corbata, donde se extiende una maqueta que reproduce el pueblo costero en el que los amantes pasan su noche y donde Ferrer echa mano del audiovisual para reproducir el mar.
Palabras también para Sandra Vicente, autora del diseño del espacio sonoro y maga del sonido al conseguir que los actores usen micros y el público ni lo note. Cada vez resulta más difícil ver trabajar a los actores de teatro sin micrófonos y no sé por qué, pero creo que los directores deberían ir pensando en aclarar a los espectadores este aspecto.