[caption id="attachment_856" width="560"] Il giardino della vita, de José María Sánchez-Verdú. Foto: Controluce[/caption]
Antonio Iglesias, el fundador, Pablo López de Osaba, Ignacio Yepes, Antonio Moral, Pilar Tomás y, ahora, Cristóbal Soler. La dirección artística de la Semana de Música Religiosa de Cuenca, uno de nuestros festivales más antiguos y dotados de una personalidad más firme, inicia su sexta etapa. Tras 11 años al frente —11 ediciones magníficas desde el punto de vista musical—, Pilar Tomás fue relevada en noviembre pasado y sustituida por el director de orquesta Cristóbal Soler, que venía de ocupar el foso del Teatro de la Zarzuela. El relevo fue abrupto y poco amistoso, con mal rollo generalizado e intercambio de descalificaciones y acusaciones de mala gestión entre Tomás y el Ayuntamiento de Cuenca, cuyo alcalde preside el patronato de la Semana. Hace unos días, el Sábado de Pasión, arrancó la Semana número 56, lo que trae a primer plano la música y pone la batalla en perspectiva. Habrá que esperar a que se sustancien las denuncias, se enjugue el déficit y se restaure —o se desguace— el honor de los interesados. El tiempo dirá cuánta razón tenía cada quién.
Lo adecuado parece considerar esta de 2017 como una Semana de transición y no como la primera de la era Soler, porque no ha podido ser preparada con el debido tiempo y presupuesto. En todo caso, mantiene las esencias —encargos a compositores, recuperaciones históricas— y ofrece un número menor de conciertos. Actúa el Cuarteto Casals, que por segunda vez en diez días estrena una obra de Fancisco Coll, el coro de The King's Consort, el universitario del Gonville & Caius College con la Pasión según San Mateo de Alonso Lobo, la Schola Antiqua de Juan Carlos Asensio y los Ministriles de Marsias de Francisco Rubio con la Misa pro Victoria de Victoria a dos coros y dos órganos, el violonchelista Gaetano Nasillo, el clavecinista Olivier Baumont, el Coro de la Comunidad de Madrid y la Orquesta y Coro de RTVE, que hace la más destacada aportación: dos conciertos sinfónico-vocales (Stabat Mater de Rossini y Requiem alemán de Brahms) bajo la dirección de su titular, Miguel Ángel Gómez Martínez, y el Cántico espiritual con Amancio Prada. Además, actúa la Escolanía Ciudad de Cuenca y la Academia de perfeccionamiento de la SMR, que ha creado Soler con la aparente intención de desestacionalizar las actividades de la Semana y llevar sus conciertos a varias ciudades de la región. Hay, por último, mesas redondas moderadas por Pedro Mombiedro.
Como decía, es el momento de la música. La Semana se abrió a un nivel altísimo con el estreno en España (segundo pase tras su estreno mundial hace un mes en Lugano) de una nueva ópera de cámara de José María Sánchez-Verdú: Il giardino della vita. Está compuesta sobre un libreto de otro —novedad en Verdú, que suele elaborar él mismo sus libretos—, el poeta luganés Gilberto Isella. Es una especie de biografía poética, no de Antonio Gaudí, sino de su creatividad, que parece tener vida autónoma, con el acento puesto en la niñez, en diálogo con la madre, y en el final, en diálogo con la obra, inacabable, de la Sagrada Familia. La historia se nos cuenta de varias formas a la vez: con el texto recitado por Rafa Núñez (Gaudí viejo), Eva Higueras (la madre) y Mario Sánchez Puente (Gaudí niño); con la música cantada por la soprano Marga Rodríguez (el Ángel) y la Escolanía de la Ciudad de Cuenca o tocada por los ocho miembros del conjunto suizo Ensemble 900 Presente, y con la narración visual del director de escena Alberto Jona a base principalmente de teatro de sombras y alas de ángel hechas de trencadís. Impresionante Rafa Núñez, por presencia escénica y voz. El director musical era de lujo: Arturo Tamayo.
La música —muy hija de su autor, aunque más trasparente esta vez— es de apariencia matérica, pero de esencia doblemente viva, porque se organiza en alientos, y entonces respira, o bien en pulsos, y entonces camina o late. Dicho en palabras del viejo Gaudí: "Es el sonido del mundo dialogando con la luz". O, también: "El murmullo de los niños alados que atraviesan el universo". Por cierto que la parte del coro de niños está escrita con mucho cuidado y la Escolanía la interpretó a la perfección. Está ópera acaba con lo inacabado, lo fragmentario, que es lo que conduce a la trascendencia: "La verdad del hombre está en lo incompleto. No terminaré la Sagrada".