[caption id="attachment_1610" width="560"] Pepa Sarsa[/caption]

A los actores les gusta contar anécdotas de su oficio. ¿Por qué? La actriz Pepa Sarsa (Zaragoza, 1956) tiene una teoría: “El teatro sucede en el presente y eso conlleva situaciones imprevistas que, a veces, tienen mucha gracia”. Sarsa acaba de publicar su primer libro, Soñadores y estrellas, un relato simpático y ameno, trufado de un buen número de historias protagonizadas por colegas de su profesión. Algunas son conocidas, otras no tanto, lo que importa es que han sido reunidas por la autora con la pretensión de “descubrir la dignidad que hay en un trabajo, de éxito en ocasiones, precario otras, pero siempre grande”. El libro, editado por la Academia de las Artes Escénicas de España, se presenta mañana en Madrid, en la sala Manuel de Falla de SGAE (19 horas). Sarsa estará acompañada por el autor José Luis Alonso de Santos y los actores Miguel Rellán y Antonio Canal, que protagonizarán algunas de estas historias.

Pregunta.- ¿Cómo surgió la idea de escribir este libro? ¿A quién va dirigido?

Respuesta.- Inicialmente fue un encargo de la Casa del Actor que después, por circunstancias, se convirtió en un proyecto personal. Es mi primer libro pero, como dijo el actor Francisco Morano una vez, “perdón, no lo volveré a hacer más”. Él siguió escribiendo… así que no descarto perpetrar otro. Y va dirigido a todos los que se dedican al mundo del espectáculo, fundamentalmente al teatro, y a los que se interesan por él. También se habla de figuras del mundo cinematográfico.

P.- ¿Por qué el mundo del teatro es tan dado a la anécdota?

R.- Es cierto que cuando coincidimos varios actores y actrices, especialmente si en ese momento estamos trabajando sobre las tablas, suele surgir alguna anécdota que puede haber sucedido esa misma tarde sobre el escenario o en un pasado cercano a la que se suman los demás con las suyas o las de otros que conocen. Y así se va creando una pequeña crónica de sucesos inesperados que se trasmite de manera informal; digamos que se convierte en una especie de tradición oral anecdótica. Además muchas de ellas, creo, revelan aspectos desconocidos que, en ocasiones, engrandecen a los protagonistas.

P.- Hace cine, teatro y televisión, pero el libro se centra principalmente en el teatro. ¿Es un campo más propicio para la anécdota? ¿Por qué?

R.- Creo que se da más en el mundo escénico porque la representación teatral sucede en el momento, tiene lugar en el presente y eso conlleva el imprevisto. Lógicamente no siempre sucede pero es bien conocido que una función de teatro nunca es igual a otra. En cine o televisión siempre se puede repetir una toma. Aunque estos accidentes imprevistos, a veces tienen tanta gracia, que se emiten en el programa o, incluso, si no han sucedido, se graban tomas falsas para así, con esas pseudoanécdotas, retener al espectador.

P.- Soñadores y estrellas se remonta a finales de siglo XIX y llega hasta los años 80 del XX, pero hay poca anécdota de artistas recientes o contemporáneos suyos. ¿Por alguna razón?

R.- También se mencionan momentos y curiosidades históricas como el nacimiento de la Cofradía de la Virgen de la Novena, patrona de los actores, que se creó en 1624 y otros hechos anteriores. Sabemos que la labor de la gente de teatro es efímera y por tanto apenas se recuerda. Al querer ser este libro un homenaje a todos ellos, hago hincapié más en los que están ya olvidados pero existieron (algunos hasta hace muy poco) con unas maneras de vivir su profesión que para los actores jóvenes son desconocidas. Con otros que menciono sí que compartimos tablas.

P.- Dice también que el teatro no ha cambiado tanto a lo largo de la historia. Explíquese.

R.- Quizá porque en su fundamento no deja de ser, como dijo Lope de Vega, dos actores, una manta y una pasión. No importa la época de la que hablemos, siempre consiste en contar una fábula, de todas las formas imaginables, con ayuda de unos cómicos delante de un público. También se mantienen las dificultades inherentes, ese estar en crisis permanente que, de tanto en tanto, se hace realidad.

P.- Estas historias que componen el libro las ha recabado de lecturas pero, sobre todo, de artistas y autores que conoció personalmente ¿Cuál de los que conoció le dejó una mayor impresión y por qué?

R.- Quienes se han dedicado o dedican al mundo del espectáculo ya tienen mi admiración más rotunda pero quizá más los que, teniendo una larga carrera, no conocieron el éxito, el reconocimiento, y, sin embargo, amaban su profesión y no la habrían cambiado por ninguna otra. Como, por ejemplo, Aurora Redondo, actriz de personajes secundarios pero con una extensa trayectoria. Pero claro, a su vez, es imposible no sentir atracción por creadores de la talla de Fernando Fernán Gómez y lo que ha significado en el panorama artístico español. Son dos polos opuestos y sin embargo, ambos cuentan con mi respeto y cariño.

P.- Traza el itinerario que sigue un texto teatral hasta su representación. En todo ese trayecto, ¿cuál que es el momento más crítico?

R.- En general suele ser el día del estreno en el que todos los elementos que conforman una representación se ponen a prueba; pero si queremos ser más específicos, tal vez dependa del campo del creador que interviene: el autor quizá diga que el conseguir un buen productor para su texto; el director, la elección del reparto; el productor, la distribución; el comediante el momento antes de pisar el escenario, etc. Siempre con las variaciones que implican las diferentes personalidades de los que intervienen en ellos.

P.- De las historias que el libro recoge, ¿cuál es su preferida y por qué?

R.- Creo que la protagonizada por el actor Luis Barbero que me contó, ya mayor, en su casa de Lavapiés, con fondo de trinos de canario. Estando él de gira con una compañía por Suramérica, cerca de las costas cubanas, jugaron a las cartas con unos hombres muy bien vestidos. Y les ganaron muchos dólares durante unas horas. De madrugada, en una jugada maestra y entre risas, aquellos dejaron a los cómicos sin un céntimo. A la mañana siguiente, el práctico del puerto les contó quiénes eran los que descendían del barco tan sonrientes: el gran capo mafioso Lucky Luciano y sus guardaespaldas.