[caption id="attachment_1627" width="560"] Escena de Refugio en el María Guerrero. Foto: marcosGpunto[/caption]

Refugio es la obra que Miguel del Arco ha escrito por encargo expreso del Centro Dramático Nacional y para ser estrenada en el María Guerrero de Madrid, uno de los teatros preferidos de los actores y de los aficionados por su perfecta acústica. ¿Por qué entonces este director hace actuar a sus actores con micrófono? ¿No debería el CDN, institución pública dedicada a la promoción del teatro nacional contemporáneo, ser más estricto en este asunto?

Es una práctica cada vez más usual que los directores coloquen a los intérpretes teatrales el sacrílego micro. Soy de las que creen que en el teatro, arte sin trampa ni cartón, arte de la palabra y del actor, debe estar justificadísimo el uso de estos artilugios. Es comprensible que se usen en espacios escénicos no convencionales y teatros con mala acústica, pero ¡en el María Guerrero!

En esta ocasión parece como si el director y el escenógrafo, Paco Azorín, no hubieran reparado en un pequeño detalle cuando idearon la producción: el elenco actúa dentro de una caja de paredes de cristal y, como todo el mundo sabe, este material aísla del sonido como de otras cosas, claro. El dispositivo escénico es bello, cargado de simbolismo, probablemente caro, y sobre todo inadecuado, porque desaprovecha las extraordinarias cualidades acústicas ya citadas del teatro y obliga a los actores a recurrir al micro para que sus voces lleguen al público. Es lo que pasa cuando se escoge una forma inapropiada de antemano.

Es una pena. Del Arco no suele defraudarme con sus puestas en escena y su dirección de actores, a los que escoge con sumo tino. Este elenco ha dado mostradas pruebas de su profesionalidad: capitaneado por Beatriz Argüello, Raúl Prieto e Israel Elejalde y en el que también figuran Carmen Arévalo, Macarena Sanz, María Morales y Hugo de la Vega. Hacen un buen trabajo interpretativo, pero el volumen artificial y amplificado de sus voces lo desluce, por no hablar de cuando gritan, que es a menudo.

Respecto al texto, está inspirado en Teorema, una rara e interesante película que Pasolini hizo adaptando su novela de título homónimo. La familia de la alta burguesía del norte industrial italiano de la película ha sido sustituida por la de un político corrupto (Israel Elejalde) que ha acogido en su casa, y de cara a la galería, a un refugiado sirio (Raúl Prieto) con el que no puede comunicarse porque no habla  ni una palabra de su idioma. A partir de entonces, reconocemos los estereotipos sobre la corrupción de la clase política, de la Europa del bienestar, del diálogo o incomunicación entre Oriente y Occidente, de los privilegios de la familia del político y otros tópicos sobre la democracia y sus fines…

En contraposición, el refugiado de Raúl Prieto (que hace un extraordinario trabajo) se inscribe en otro código interpretativo, en el de la evocación y los recuerdos de la familia que ha perdido, ahogada en las aguas del Mediterráneo, y con cuya mujer mantiene un diálogo servido como una obra paralela y con un tono lírico por el director.

El refugiado es interlocutor silencioso de cada uno de los miembros de esta familia caprichosa. Estas conversaciones, más bien confesiones pues solo habla uno (el europeo), nos permiten conocer cómo abordan la vida cada uno de estos personajes arquetipos, a los que solo les falta pedir perdón por existir y pertenecer a la Europa de la opulencia; confesiones en las que Del Arco se recrea para subrayar un aspecto que considero el más interesante de la obra: el del valor del lenguaje como herramienta de poder y enmascaramiento.