Stanislavblog por Liz Perales

Sobre el declive de la crítica teatral

21 julio, 2017 12:25

[caption id="attachment_1687" width="560"] Patio de butacas del Festival de Almagro[/caption]

La semana pasada participé en la primera edición de la Escuela de Verano que la Academia de las Artes Escénicas de España ha puesto en marcha junto con la Universidad de Salamanca en el extraordinario marco arquitectónico del Palacio Arzobispo Fonseca. Una de las mesas redondas estuvo dedicada a la crítica teatral y, como era de esperar, se habló del declive que atraviesa el género en la actualidad, pues los medios de comunicación cada vez le prestan menos espacio y atención. Los investigadores y estudiosos del teatro lanzaron la siguiente pregunta: si cada vez se reduce más la crítica, ¿cómo se escribirá la Historia del Teatro actual? ¿Cómo se documentará el recibimiento que tuvieron los espectáculos que, como se sabe, son efímeros por naturaleza?

He asistido en varias ocasiones a encuentros parecidos de críticos y es inevitable hablar de la crisis del género: en los diarios de tirada nacional las críticas se publican tarde, a veces cuando el espectáculo ha terminado, y con ello parece como si los editores hubieran olvidado su finalidad prescriptora -aconsejar a los lectores qué ver y qué rechazar-. En otros medios como la televisión ni siquiera existen, y en la radio, son muy limitadas. Es cierto que han proliferado blogs y páginas webs de teatro, pero en la mayoría de ellos abunda más la reseña informativa que la crítica. Por otro lado, muchos artistas y compañías hacen un uso eficaz de la redes sociales, pero ¿podríamos considerar “crítica” los comentarios que hacen los amigos o los “haters”?

La crítica ha evolucionado de forma paralela a cómo lo ha hecho la industria del espectáculo teatral y los medios de comunicación. El teatro ha pasado de ser un negocio básicamente privado a un negocio muy intervenido por las Administraciones Públicas y hoy es habitual que se programen espectáculos que duran dos o tres días (por lo general, en festivales), o con escasa permanencia en cartel (en los teatros públicos). El público que asiste a estas representaciones es una élite cultural y profesional, muy contenta de encontrarse en estas funciones, pero insuficiente para conformar una afición teatral que, aunque minoritaria, sea poderosa e influyente.

Ahí encuentro una de las razones que explicarían algo que se nos achaca habitualmente a los críticos: que nuestro gusto está muy alejado del gusto del público, y que a espectáculos que gozan de mucho éxito de taquilla ni siquiera les prestamos atención. Sí, lo reconozco, los críticos también nos situamos cerca de esa élite cultural, pues estamos más atentos a sus inclinaciones que a las de esos cuatro millones de espectadores que se registran en Madrid cada temporada, y que conforman la verdadera afición capaz de retroalimentar un sistema de artistas y de autores.

Por otro lado, y como es sabido, los medios de comunicación están muy debilitados. Las tecnologías digitales les han llevado a una situación propia de los periodos revolucionarios: mantienen el marco del antiguo régimen (el impreso), mientras sufragan y dan apoyo al nuevo (el digital). Tras la bestial reconversión que ha vaciado las redacciones de los diarios madrileños de veteranos periodistas, hay que tener suerte en las jefaturas culturales actuales para que el espacio adjudicado al teatro no lo dicte Google Analytics. La garantía de que haya información teatral en algunos medios se debe a la pasión que profesan muchos de mis colegas por el teatro, que en ocasiones viajan a festivales y otras citas por su cuenta, y no porque el medio tenga especial interés en enviarlos para cubrir el evento.

De manera que los profesionales del teatro deberían saber que el crítico es más un aliado del teatro que un enemigo, a pesar de que sus opiniones no les gusten. Y que es un signo muy negativo que el crítico hoy haya perdido el poderío y la independencia de la que gozaba antaño. En mi opinión, la fortaleza de la crítica depende de la fortaleza de la afición teatral. Las críticas más audaces, severas e independientes las leo en la prensa londinense o neoyorquina, donde disfrutan de un teatro que tiene el aliento de un gran público, que admira a sus artistas y que sigue con pasión sus producciones cada temporada, generando incluso debates sociales interesantes.

Uno de los ponentes de la mesa, el periodista y estudioso Antonio Castro, hizo un poco de historiografía y expuso la vitalidad teatral del segundo tercio del siglo XIX en Madrid, paralela a la que experimentó el periodismo: “La gran cantidad de diarios nos ha dejado un legado inmenso de teoría y crítica teatrales… El teatro privado tuvo una eclosión espectacular a partir del segundo tercio del siglo XIX. Aunque fuertemente controlado por el Consejo General de Castilla y los por los ayuntamientos, estos dejaron de tener la exclusiva sobre las representaciones teatrales. Sirva como ejemplo el caso madrileño, donde los coliseos municipales de la Cruz, del Príncipe y de los Caños del Peral, tuvieron que compartir espectadores con los nuevos privados de la Sartén, el Instituto, el Variedades o el de los Basilios… Ello propició también que cada cabecera tuviera su crítico teatral, cuya influencia era determinante, junto a la de los mosqueteros o reventadores, para el éxito o fracaso de una comedia nueva”.

Emmy. American Dramedy

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