[caption id="attachment_1859" width="560"] Julia Bernat, Stella Rabello e Isabel Teixeira en E se elas fossem para Moscou?[/caption]
E se elas fossem para Moscou? ha sido un gran descubrimiento escénico. La firma la autora y directora brasileña Christiane Jatahy y está interpretada por un formidable trío de actrices: Julia Bernat, Stella Rabello e Isabel Teixeira. Estas mujeres dan vida a tres cautivadoras hermanas, como las de la obra de Chéjov. ¡Qué cuatro horas nos hicieron pasar! ¡Qué emoción! ¡Qué intensidad y cuánta verdad! Una pena que la obra ya no se pueda ver, solo se ha representado dos días durante el pasado fin de semana, en los Teatros del Canal.
Bajo este título -E se elas fossem para Moscou? (¿Y si ellas fueran a Moscú?)- Jatahy deja claro que no es una adaptación de Las tres hermanas de Chéjov, sino que partiendo de ella compone una obra original sobre unas hermanas a las que se les escapa la vida como el agua entre las manos, mientras cada una se enfrenta de manera distinta a ese destino. Irina, la más joven, quiere cambiar su rumbo, huir de la apatía que supone vivir en su casa provinciana y viajar por el mundo, quizás Moscú como primer destino. También María busca un poco de felicidad en su esfera personal, pero Olga, la mayor, es más conservadora, siente que ha perdido el tren para ese viaje.
Jatahy estrenó la pieza en 2014 y su originalidad radica en que nos ofrece dos versiones -una teatral y otra cinematográfica- de una misma actuación y en dos salas distintas: la representación teatral que sucede en una sala es filmada por las propias actrices con dos ayudantes de realización mientras es proyectada en otra en tiempo real. El espectador ve primero una de las versiones y la complementa a continuación con la otra. La secuencia teatro-cine o cine-teatro no la elige el espectador, es al azar.
Yo vi primero la obra teatral. En el escenario Isabel Teixeira es Olga, la hermana mayor, ejerce de matriarca de la familia huérfana, es cabal y firme, también cariñosa y simpática, con una belleza marchita y melancólica; Stella Rabello es María, (en el original de Chéjov, Masha), vital, vehemente, sexual, beligerante, elegante y hechizante, arrastra un matrimonio fracasado que ya no soporta y se refugia en un viejo amor, el de el coronel Vershinin; y Julia Bernat, como la joven, dulce y sensual Irina, con un rostro que es un lienzo blanco para que se exprese ingenua, seductora, rabiosa, alegre, preciosa, y además canta y toca el bajo. Las tres actúan muy compenetradas, son tres hermanas amorosas, que bailan, se pelean, se confiesan, se bañan…
La obra comienza con la fiesta que Olga ha preparado para celebrar el 20 cumpleaños de Irina. Al comienzo de la pieza la presencia de las cámaras y los cambios de decorado me confundieron un poco, hasta que me acostumbré. Cada una de las actrices maneja una cámara y también hay dos realizadores masculinos bien integrados en el elenco, pues uno hace las veces del hermano Andrei y de músico, y otro es el amante de María.
Hay un clima de falso relajo durante la representación y son muchas las cosas que ocurren en escena pero que el espectador no llega a discernir en su totalidad. Se detectan distintos niveles de actuación del elenco, se producen simultáneamente acciones y diálogos entre los personajes. Y hay un momento en el que se invita también al público a participar y a interactuar con las actrices en la fiesta de Irina, que culmina con un baile apoteósico a ritmo de Freedom (de George Michael) y Satellite of Love (de Lou Reed). En la segunda parte de la obra tiene lugar la resolución de los conflictos.
[caption id="attachment_1861" width="560"] Una escena de E se elas fossem para Moscou?[/caption]
Cuando la obra termina, y después de un descanso, cambiamos de sala para ver la versión cinematográfica (y a la inversa los que se iniciaron en la secuencia contraria). Las actrices vuelven a repetir la función y descubrimos en la pantalla la misma historia pero contada desde el primer plano que impone el cine, lo que le da una intimidad pavorosa: los rostros de las actrices concentran tanta angustia, y cariño, y tristeza, y deseo, y ternura, y rabia… El rostro de Stella Rabello se come literalmente la cámara, impresiona por su expresividad, la escena de sexo que vimos con su amante en las tablas gana en belleza y lirismo en la pantalla. Y hay un plano precioso de las tres hermanas abrazadas durante la fiesta. Por el contrario, la ironía y las bromas que Olga se permite en la obra han desaparecido de la película.
Durante el visionado intento descubrir esos niveles de interpretación que no llegué a detectar durante la representación teatral, y que ahora se me ofrecen con detalle. Y es fascinante el tratamiento del sonido (diseñado por Denilson Campos) en los diálogos, pues hay que pensar que las actrices hablan al público de la sala pero también a la cámara, lo que me resulta de una gran complejidad técnica. También es un reto la interpretación, pues este trabajo rompe con la teoría de que cada medio exige una forma de interpretar: “Tuvimos que encontrar una forma de interpretación que pudiera funcionar en los dos medios y la encontramos, es la misma. La gran sorpresa para mí fue que cuando mejor funcionaba en teatro, mejor era la parte cinematográfica”, ha explicado Jatahy.
En total, han transcurrido cuatro horas de espectáculo. Y a pesar de que la película cuenta la misma historia y con las mismas actrices, mantiene la atención y produce una gran emoción, en mí más intensa que la obra teatral. Cuando las actrices aparecen en carne y hueso en la sala de proyeccción, como tres espectros, para recordarnos que la película no es una ilusión, que lo que parecía un tiempo pasado es el presente, el nudo en la garganta es inevitable.
Después de ver E se elas fossem para Moscou? sigo preguntándome por qué Chéjov, más de cien años después de que escribiera sus obras, sigue siendo un autor adorado, versionado o como fuente inspiradora. Esta temporada hemos podido ver muchas de sus obras, en adaptaciones o en nuevas creaciones como la de Álex Rigola, que encuentro tan afín a esta de Jatahy, pues también nos lleva a una relación de gran intimidad con los personajes, con los actores al alcance de la mano y sus rostros en primer plano. En las obras de Chéjov no pasan grandes cosas, pero desde luego la vida sí pasa por ellas. Sus personajes sienten la fugacidad de la existencia, y aunque por momentos se despierta en ellos la tentación de echarle coraje y voluntad para revocar su destino, una losa cae sobre ellos atrapándolos. Jatahy ha dicho que le interesa “partir de una ficción que ha construido nuestra memoria para encontrar una relación con el aquí y ahora”. Y quizá por ello, en el final de la obra, ella, a través de las tres hermanas, nos anima a que demos el salto y cambiemos el rumbo de nuestra vida.