Ni el megaescenario del teatro romano de Mérida ni un texto ausente de acción dramática le birlan a Lluís Homar el foco escénico. El actor consigue darle alma e intimidad a su personaje, un anciano Prometeo que, con su figura, su voz y su mensaje de esperanza en la humanidad, se adueña mágicamente del espacio y brinda una gran lección interpretativa que el público sabe reconocerle al final con una gran ovación. La producción de título homónimo está dirigida por José Carlos Plaza y en ella intervienen una docena de actores. Se puede ver hasta el próximo domingo, 28.
Esta es la segunda vez que el actor catalán, próximo director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), actúa en el Festival Internacional de Teatro de Mérida (hizo una breve aparición en 2012 en Hélade). Su personaje es un Prometeo anciano, frente al joven encadenado del mito griego que interpreta Fran Perea, según la versión del texto del poeta Luis García Montero.
Como es sabido, Prometeo encadenado es la única obra de la trilogía de Esquilo que ha pervivido. En esta se cuenta como este titán, por piedad y amor a los hombres (a los que Zeus quería destruir), les entrega el fuego que roba a Zeus. Fuego como símbolo de iluminación, de sabiduría, de creación artística y también de espiritualidad que hasta entonces estaba reservada a los dioses. Consecuencia de su acción Prometeo es apresado y amarrado a una piedra en la que un águila le tortura eternamente comiéndose su hígado que vuelve a regenerarse a diario. Y ahí está contenida toda la historia, no hay mayor desarrollo dramático.
Esta producción ha preferido prescindir del texto de Esquilo y seguir la adaptación del director del Instituto Cervantes, que reescribe totalmente la obra y la dialoga. García Montero resuelve hábilmente la rigidez de la acción dramática doblando a los personajes protagonistas: por un lado, un joven Prometeo (Perea) que duda de si su acción de entregar el fuego a los hombres fue correcta, en vista de cómo los humanos han seguido matándose; por otro, el anciano que encarna Homar, por el que habla el propio autor, infundiendo ánimos y esperanza en el joven civilizador a pesar de la dramática deriva de la Historia.
Como ocurre con otros mitos griegos, este también es de una gran flexibilidad argumental, ya que permite recontextualizar su historia según épocas, modas y autores. García Montero subraya la rebeldía del héroe, a quien presenta como un loco motivado por su gran amor a los hombres, y encuentra una oportunidad para deslizar de forma reiterada su esquema ideológico de bondades humanas. Por ejemplo, sobre las nefastas acciones de los mortales hace hablar a Prometeo anciano: "deja que te fusile al menos con honor, relájate y no sufras mientras te violo, qué haces sola por la calle, edificios altos, torres, bolsas, grandes altares para la riqueza, dedos largos llenos de sortijas, mientras esa niña se muere en la frontera, vamos a contar desaparecidos".
Prometeo raramente entra en los repertorios de festivales y teatros ¿quizá porque es un poema reiterativo y discursivo? ¿Quizá porque exige que el protagonista permanezca encadenado a una roca durante toda la obra, como sufre estoicamente en esta versión Perea? El actor supera el trance con dignidad. El resto del elenco se reparte entre un coro -que funciona como una alegoría de los sentimientos humanos más primarios y confrontados (crueldad, fuerza, libertad, compasión…)-, y los roles de la obra, para los que se ha reunido actores televisivos como Amaia Salamanca (en el papel de Io) y otros con una trayectoria más teatral (Fernando Sansegundo, Israel Frías y Alberto Iglesias).
El megaescenario del teatro romano de Mérida, de siete metros de profundidad por 60 de frente, tampoco pone fácil la puesta en escena. José Carlos Plaza, que lo conoce bien porque ha reincidido en este espacio en numerosas ocasiones, ha recurrido a Paco Leal para acotarla; el escenógrafo ha colocado en el centro del frente escénico del monumento una especie de telón integrado por lienzos amontonados de cuadros antiguos (La libertad guiando al pueblo, de Delacroix, Cristo crucificado de Velázquez), metáfora de esa humanidad en la que no hay que perder la esperanza. Los figurinistas Pedro Moreno y Gabriela Salaberri visten de manera lujosa y colorista a los actores.