A Albert Boadella le gusta utilizar la música lírica como hilo conductor de su teatro, como ha demostrado en tres de sus últimos montajes. Todavía hoy se puede ver en Teatros del Canal su última obra -¿Y si nos enamoramos de Scarpia?-, en la que tres personajes (un director y dos sopranos) hacen el último ensayo de una gala operística organizada con fines benéficos. Una de las sopranos no para de poner reparos feministas a los personajes de la arias que canta; así comienza un conflicto típico y tópico de la modernidad con el director y la otra soprano, que es el hilo conductor dramático y cómico de la obra. Las maravillosas arias que van cantando a lo largo del ensayo no son parte del drama argumental, sino su contrario, algo así como el antiargumento.
La obra es ligera, agradable y divertida, y es también un emotivo tributo a la ópera y una demostración sin pedantería de que en las obras de arte -y en la vida- hay una íntima relación entre forma y contenido. Es la manera que tiene Boadella de decirnos que cuando las obras se reescriben al gusto de los intérpretes, o de los directores, el resultado es desastroso: resulta imposible entender la obra e incluso interpretarla bien.
Boadella se emplea contra las actualizaciones líricas que sufre hoy la ópera, pero que pueden aplicarse a otros campos del arte y del teatro. Y lo pone en paralelo con el conflicto feminista que se desarrolla en la obra, el que se empeña en interpretar la Historia desde la óptica de la ideología de género y los conflictos que provoca. Así vemos a la combativa soprano feminista (María Rey-Joly) enfrentada con su maestro (Antoni Comas) y con María (Carmen Solís) por modificar el carácter de los personajes que le toca interpretar del repertorio operístico. Por ejemplo, Violeta Valéry de La Traviatta es su heroína, no la prostituta del original; o Madame Butterfly; una víctima del pederasta capitán Pinkerton.
La acción de la obra gana en diversión conforme el maestro, que inicialmente parece interesado solo en llevar a buen puerto una correcta interpretación del programa que ensayan, termina hartándose de las pretensiones de la cantante feminista y entra en batalla con las mismas armas. Antoni Comas vuelve a dar prueba de su gran versatilidad, como músico, cantante y actor, mientras Rey-Joly saca una buena vis-cómica y payasa. Y todo en un escenario vacío, de una desnudez absoluta, poblado únicamente por un piano de cola y los tres cantantes.
Sobre el conflicto feminista de los personajes planea la música como testigo vivo de la historia -o sea, como antiargumento- y actúa también como un deus exmachina de nuestros pequeños conflictos cotidianos. En la resolución a esta guerra lírica de sexos, Boadella viene a decirnos que el arte está por encima de este debate infecundo, que lo verdaderamente importante es cantar, embelesarse, disfrutar con la belleza que produce, como pone de manifiesto la soprano María que interpreta Carmen Solís, una soprano de preciosa voz.