Los escenarios acogen desde hace ya un tiempo una gran variedad de géneros, fórmulas que mutan con otras procedentes del cine, la televisión, medios periodísticos y otros generados en la web sin definición por el momento. Uno de los ejemplos de esta mezcla de géneros de mayor éxito es Prostitución, dirigida por Andrés Lima, que se presenta como un espectáculo “teatral-musical-documental” y que ha agotado entradas en el Teatro Español de Madrid.
El espectáculo tiene muchas cosas a favor para despertar el interés del público: el tema de la prostitución tiene ya de entrada su morbo sensacionalista; cuenta con un trío de actrices fabuloso: Carmen Machi, Nathalie Poza y Carolina Yuste (recientemente galardonada con un Goya); y un director como Andrés Lima, autor también del texto con Albert Boronat, que conoce los secretos de la escena y tiene claro lo que quiere contar, lo que le permite conducir por ella a sus actrices con precisión yen una puesta en escena sencilla y efectiva.
Pero es precisamente la mezcla de géneros, a caballo entre el espectáculo teatral y el periodismo televisivo, lo que me desconcierta, y eso que este tipo de teatro está hoy muy extendido. Me recuerda el que practica la compañía alemana Rimini Protokoll, su formato podría compararse al de un programa documental que se rodara y emitiera en un estudio de televisión, con la diferencia de que mientras la televisión exige protagonistas reales y (teóricamente) usa fuentes contrastadas de información, aquí los protagonistas son suplantados por actrices y las fuentes ni se citan. Es el criterio de verdad y mentira, pues, lo que me despista, lo que me lleva a considerar Prostitución como una ceremonia de la confusión.
Por ejemplo, al comienzo del espectáculo Poza nos larga una estadística para ponernos en situación: España es el paraíso de la prostitución en Europa, somos los que más consumimos y en donde más mujeres del oficio hay: “Se calcula que en España hay unas 100.000 prostitutas, el doble que fisioterapeutas colegiados (42.490) y el triple que dentistas (33.286)”, dice Poza. En realidad, estas cifras hay que tomárselas con cautela, es difícil tener una estadística fiable de un negocio clandestino, y más todavía cuando a nada que googleas encuentras un baile de cifras que invalida esta de cien mil escogida por los autores (procedente del diario El Mundo que, por cierto, no identifica la fuente).
A diferencia del periodismo o la Historia, la verdad de una ficción no depende de su cotejo con la realidad, sino de su poder de persuasión. Pero aquí no sé bien a qué atenerme. Dice el programa de mano de Prostitución: “Hablamos con ellas (las prostitutas), entramos en sus clubes, las acompañamos en sus calles. Se trata de iniciar una investigación documental de la que beberá un grupo de artistas-actrices, con el propósito de comprender esta realidad y de plasmarla en una obra teatral”. Entonces ¿ficción, realidad? Un poco de todo.
El resto de la dramaturgia está tejida, y Lima y Boronat saben tejer, con testimonios de prostitutas, basados en casos reales recabados en colaboración con asociaciones, profesionales, institutos… testimonios sobre su origen social, su vida familiar, la violencia de que son víctimas, su cotidianidad, las preferencias sexuales de sus clientes, las drogas, la inmigración ilegal, las condiciones sanitarias...
A veces, el director intenta contrastar las emociones que provocan los testimonios -en su mayoría patéticos- introduciendo discursos, como la escena en la que Carmen Machi cuenta los aspectos positivos de trabajar como puta y de cómo le ayudó a ejercer el poder sobre los hombres, siguiendo la experiencia de la escritora Virginie Despentes. Su discurso contrasta con el atroz relato de otra activista feminista, Amelia Tiganus, defendido por Nathalie Poza en el papel de la abolicionista de la prostitución, que narra su dolorosa historia de cómo fue captada de adolescente por una red de trata de blancas en su Rumania natal. Dos testimonios representativos de dos corrientes de pensamiento del feminismo actual sobre el tema que nos ocupa.
Pero lo que más contrasta, y lo que más agradecí del montaje, fueron justamente los momentos en los que funciona la ficción, donde las tres actrices interactúan, hay acción, hay drama… están fantásticas en la escena en la que sentadas en unos bidones discuten y se pelean, no sin falta de humor, mientras hacen la calle y conversan entre polvo y polvo. Ahí nos descubren sus vidas particulares, sus distintos posicionamientos ideológicos frente a su oficio, posicionamientos que tiene que ver con su edad, su procedencia, con cómo fueron iniciadas en la prostitución… Hay más verdad y profundidad teatral en estas escenas que en toda la retahíla de datos e informaciones reportajeadas que vomita la obra.
Como se ha visto en espectáculos anteriores de Lima, como Schock, él es un director que usa la escena como forma de instruir a los espectadores sobre conflictos sociales, quiere enfrentar a los espectadores a sus hipocresías para que tomen conciencia de los medios que están a su alcance para desenmascararlas. Este espectáculo se presenta aparentemente como un dispositivo dialéctico, en el sentido brechtiano del término, que pretende llevar la cuestión de la prostitución a si habría que legalizarla o no, o como defiende Tiganus, a abolirla.
Desconozco si cuando los espectadores salen del teatro se ponen a debatir sobre estos asuntos con ardor y toman posiciones. En mi opinión, esta dialéctica no funciona, lo que despierta es una cómoda sentimentalidad mientras estás en la butaca, pues por un ratito sientes mucha mucha pena por estas mujeres oprimidas para alivio de la conciencia. ¿Y quién las oprime? Los consumidores, machos dominadores y violentos (que, por cierto, no han sido convocados al trabajo de investigación). O sea, otro fardo que cargarle al heteropatriarcado,tesis en perfecta sintonía con el discurso ideológico de moda.