En estos días de cautiverio he tenido la ocasión de leerme Cien años del Teatro La Latina, 1919-2019, un libro que viene muy a cuento con la onomástica que hoy tocaría celebrar, la del Día Mundial del Teatro, porque pocos teatros madrileños han sido y siguen siendo tan populares como este de la Plaza de la Cebada. El libro ha sido editado por Pentación, la actual empresa propietaria del teatro, en lujosa publicación ilustrada con fotografías a color y firmado por Antonio Castro, cronista de la Villa y un apasionado de los archivos teatrales.
De todo lo que se narra en este libro, que es mucho, hay un capítulo relacionado con la que fue sin duda su propietaria más célebre, Lina Morgan, en el que se cuenta la asombrosa hazaña de cómo la actriz se hizo con el teatro. Se sabe que la artista, que comenzó de chica de conjunto en este mismo escenario en 1953, compró al productor Matías Colsada (luego iremos con él) el teatro en 1979. Firmó con este peculiar empresario un acuerdo por el que ella y su hermano le abonarían en cinco años la cifra de 125 millones de pesetas, entonces una cantidad exorbitante, pero una cláusula abusiva establecía que si no lograban pagar la deuda en el tiempo estipulado, Colsada se quedaría con el teatro y con la exclusividad de la actriz, al más puro estilo de las majors de Hollywood.
Lina Morgan alcanzaría con ¡Vaya par de gemelas! (1981) un grandísimo éxito, eran tiempos en los que sus producciones facturaban el quince por ciento de la cartelera madrileña. De forma que los hermanos consiguieron pagar su deuda en tres años, y no en cinco, gracias a que llegaron a hacer recaudaciones increíbles de 800.000 pesetas diarias. Su éxito fue la última ocasión de trabajo para los “revendedores” de entradas de los teatros. Pero, aunque hoy pueda parecer que Lina se eternizó en La Latina, en realidad después de adquirirlo actuó en él poco más de una década, hasta que lo vendió a Jesús Cimarro (de Pentación) y Daniel Martínez (de Focus), los actuales propietarios.
Históricamente, La Latina ha sido un espacio identificado con el teatro de variedades, comedias, género chico, folclore, géneros populares que en realidad también programaban la mayoría de los teatros madrileños, especialmente durante el franquismo. Sin embargo, tuvo un periodo en el que La Latina fue a la revista lo que el Vaticano al papa, o sea el templo madrileño por antonomasia de un género frívolo, con más de cien años de historia, típicamente español, en el que Lina Morgan brilló como pocas.
Quizá esta fama se deba a la labor desempeñada también por su predecesor en la propiedad, el atípico empresario Matías Colsada, uno de los últimos productores de revistas, especialmente entre 1960 y hasta 1981. Muy poderoso, Colsada programaba los teatros de diversas ciudades y tenía La Latina como teatro de cabecera en Madrid, y además ofrecía sus revistas de vedettes emplumadas en fiestas populares por toda la geografía del país; llegó a tener doce compañías al mismo tiempo deambulando por España. Se decía que era casi analfabeto (un rumor le achacaba que había llegado a firmar contratos con la huella de su dedo), y que no le importaba tampoco hurtar a los autores-artistas de los libretos y las canciones el 70 por ciento de sus derechos de autor. Al principio, no escatimaba en medios y artificios escenográficos en sus producciones de Madrid y Barcelona, pero conforme el género fue decayendo, en la década de los 70, la calidad se resintió significativamente. Basó su éxito en las cabeceras de cartel, tanto masculinas (Juanito Navarro, Pedro Peña, Luis Cuenca, Angel de Andrés, Paco Martínez Soria, Quique Camoiras…) como femeninas (Tania Doris, Vicky Lusson, Addy Ventura, Ingrid Garbo…).
Para Antonio Castro, ni la de Lina Morga ni la de Colsada fueron sin embargo las épocas doradas de La Latina, sino “la segunda mitad de los años veinte, cuando compañías como la de María Guerrero, Francisco Morano o Enrique Borrás salieron de los teatros clásicos e hicieron temporada en uno de barrio, como se denominaba entonces a La Latina”. Estas compañías se trasladaron porque sus teatros habituales como el Español (propiedad del ayuntamiento) estaban en obras. Pero también, como cuenta Castro, “porque tenía un gran aforo, 972 localidades, y les permitía, si iban bien, hacer buenas recaudaciones. Además, era un teatro de nueva construcción que, imagino, estaría bien acondicionado para la época”. Hay que tener en cuenta que el barrio La Latina era en la época “un barrio bajo”, de obreros y gente humilde, y con un urbanismo mínimo.
En la década de los años 30 el teatro cambió de rumbo, en temporadas volvía a ser cine y luego teatro, con dedicación a la copla y el flamenco. Durante la II República y luego la guerra, sufrió la censura y en 1937 fue programado por UGT. En 1939 se volvió nuevamente cine, con títulos al servicio de los victoriosos, y no fue hasta 1947 que se recuperó nuevamente como teatro con el estreno de La blanca doble, zarzuela de gran éxito con música de Jacinto Guerrero y libreto de Enrique Paradas y Joaquín Jiménez.
Tiene fama este teatro de estar habitado por muchos fantasmas, a los actores les gusta elucubrar sobre las almas enterradas en el terreno sobre el que fue levantado, y donde antaño hubo un convento y un hospital. Rastreando el topónimo La Latina, el autor de esta obra nos lleva a finales del siglo XV y a Beatriz Galindo (llamada La Latina y de la que se cuenta que estudió en la universidad y dominaba perfectamente el latín). Ella y su marido, consejera y secretario de Isabel y Fernando, respectivamente, fundaron conventos y centros asistenciales como el Hospital La Latina que fue tan importante para Madrid que acabó dando su nombre a la zona donde se encontraba, en la Plaza de la Cebada. En aquella época, esta plaza quedaba extramuros de la ciudad, era por donde se aprovisionaba de grano (de ahí el nombre del mercado), hasta que acabó siendo integrada en ella en tiempos de Felipe IV.
A principios de siglo XX fueron derribados el hospital y otros edificios conventuales y se levantó un barracón cinematógrafo que poco a poco fue adecentándose y que prolongó su actividad hasta 1913. Se proyectaban cortas películas que se intercalaban con números teatrales y del género chico. El cinematógrafo La Latina dio paso, en 1919, a la construcción del teatro actual que hoy conocemos, según arquitectura de Pedro Muguruza y Otaño, aunque ha sufrido varias reformas.