Buscando libros sobre confinamientos y reclusiones he recordado un raro libro en portugués, publicado en 2017, que refiere el de los navegantes y soldados que a partir del siglo XV emprendían las largas y peligrosas travesías por el océano hacia Asia, África y América. Teatro a bordo de naus portuguesas (Teatro a bordo de naves portuguesas), escrito por el profesor y arquitecto brasileño Carlos Francisco Moura (editorial Caleidoscópio), descubre el teatro que desde el siglo XVI y hasta el XVIII aquellos hombres representaron en las cubiertas de los barcos, haciendo convivir ceremonias religiosas y divertimentos profanos tradicionales de los lusitanos, muchas de las cuales acabaron implantándose en algunas tierras por donde se extendieron.
El libro sorprende doblemente: primero, porque con la escasa documentación sobre el tema el autor ha escarbado minuciosamente en cartas, relaciones, diarios…, sobre todo de jesuitas, para armar su interesante investigación apoyada en testimonios de las funciones teatrales que se dieron en 22 embarcaciones; segundo, porque presupone que podríamos encontrar un paralelismo en las travesías españolas del mismo periodo que iban a América, más todavía cuando coincide con la época de mayor esplendor del teatro español como es el Siglo de Oro. Pero esta sospecha cae en saco roto: “No encontramos referencias de representaciones de teatro en los navíos españoles que iban a América (…) quizá por el poco tiempo del viaje (…). Colón empleó 36 días en llegar de Palos a la Isla Guanahani, Vasco de Gama tardó 312 días en salir del estuario del Tajo y llegar a Calcuta”, señala.
Los navíos comerciales portugueses que viajaban a la India seguían habitualmente la ruta hacia Brasil para dirigirse luego a África y en dirección sur doblar el temible cabo de Buena Esperanza. Lo normal es que salieran de Lisboa armadas con un número variable de naves (la mayor que se conoce fue de 20) y solían zarpar en primavera, durante los meses de marzo y abril; el viaje venía a durar de seis a ocho meses. Una nave de aquellos tiempos (como muchos buques actuales) era como una villa flotante que podía embarcar de 500 a 800 personas, entre tripulantes, colonos, funcionarios, misioneros, esclavos… Solían atracar durante su viaje, pero a veces navegaban durante tres meses sin pisar tierra. Según dice Moura, en los barcos “las prácticas religiosas se hacían más asiduas, en virtud de la incertidumbre, las privaciones, enfermedades, peligros y tragedias a los que se exponían los viajeros”.
Juglares y graciosos
Hasta que los jesuitas no se incorporan habitualmente a las flotas, y eso ocurre a mediados del XVI, hay poca documentación del “teatro a bordo”, pero la noticia más antigua que se tiene de él es casi de un siglo antes, a partir de 1460. Se ha documentado la presencia de graciosos en armadas tan importantes como la de Pedro Álvares Cabral, a quien el autor atribuye haber llevado el teatro a Brasil, además de haber introducido allí la gaita de fole (gaita de fuelle) y el tamboril. Estos cómicos entretenía, pero cumplían también una función diplomática: en la armada de Cabral viajó en 1500 Diogo Días, “homen grazioso e de prazer”, que sirvió de enlace con los indios, ya que danzaba con ellos al ritmo de un gaitero y les hacía reír con sus acrobacias y bailes. Repetía con ellos el repertorio que ofrecía a los marineros durante la travesía, propios de los juglares o bufones: cantar y contar romances, hacer burlas, danzar y hacer acrobacias.
Había representaciones de carácter religioso y profano, y también funciones que el autor llama “piezas religiosas laicas”. Descubre el autor a actores que repetían travesías, en las que debían hacer frente a la celosa censura de los misioneros embarcados, sobre todo jesuitas, “lo que prueba que había un teatro lego a bordo de las naves portuguesas”. Las representaciones religiosas reproducen las que tienen lugar en Portugal, y como la primavera era la época en la que salían las embarcaciones de Lisboa, muchas se hacían coincidir con las fiestas religiosas de la Pascua y el Corpus Christi, y más adelantes con el día de los Santos y Navidad.
Moura da mucho ejemplos, cito el de las cuatro representaciones que se dieron en la nave Santa Bárbara, que viajó a la India en 1574: un diálogo (en portugués) el día de la Resurrección del Señor; un auto (en español) el del Corpus Christi (posiblemente inspirado en otro de Gil Vicente); la Comédia de Santa Bárbara (en portugués) de Bartolemu Vallone; y otra pieza del mismo autor, Diálogo do Milagre de Nossa Senhora (en verso portugués) que “provocó lágrimas en el superior de los jesuitas”.
Durante el siglo XVI en estas naves se solían representar textos, mayormente autos (como el Auto de Santo Antonio, de Alfonso Alvares, uno de los más célebres), de origen medieval, que siempre se acompañaban de música y danzas (chacotas). También se presume que se hacían momos inspirados en novelas de caballería, ya que estas piezas se hacían para conmemorar una victoria militar. Y diálogos dramáticos de tema religioso que dirigían los misioneros, así como comedias sobre martirios de santos (el género se entendía como opuesto al de tragedia, es decir, representación que trata asuntos de gente de pueblo) .
Toros y concursos
Es también habitual que lo religioso se mezcle con lo profano, y así ocurre en la nave Santiago (1585) antes de llegar al cabo de Buena Esperanza, que tras una procesión del Corpus que iba recorriendo distintas partes de la nave y en la que se incluían folías, ésta finalizó con la representación del auto Tentaciones de Cristo en el desierto y culminó con una imitación de una corrida de toros “fingidos”, como era habitual en Portugal durante esta fiesta: “y para que no faltase la fiesta propia de esta procesión los mayordomos hicieron una tourihna (capea), que no fue pequeño invento para que los grumetes y la chusma de la nave se encaramaran a las antenas y dejasen despejada la nave de la cubierta”. También era habitual que las celebraciones religiosas dieran paso a programas más amplios que incluían premios, acertijos, loas, danzas…
La imprenta facilitó la difusión de “teatro de cordel”, que marineros y pasajeros podían adquirir. La escena portuguesa estaba dominada en el XVII por el teatro español, así que entre las publicaciones abundaban entremeses y comedias de capa y espada. Eran piezas cortas, populares, diseñadas para que fueran representadas por los soldados, navegantes y pasajeros, o sea, actores amateurs. En el siglo XVIII se amplía el repertorio con adaptaciones de obras de Molière, como Las preciosas ridículas o entremeses como El viejo enamorado.
El libro refiere un capítulo “al teatro desembarcado”, es decir formas de teatro popular portugués que se han detectado en aquellos territorios donde atracaban estas naves. Muchas de estas formas llegaron de la mano de marineros y misioneros hechos prisioneros, otras de náufragos, o simplemente la expansión del comercio dio origen a muchas tradiciones dramáticas, lúdicas y folclóricas.
Por ejemplo, la consideración de los portugueses como un pueblo marinero explica quizá la costumbre antigua de que en antiguas representaciones teatrales lusas aparezcan naves a modo de escenografía o que en ocasiones también se construyan para servir de teatro. Esta costumbre pasó a Brasil muy pronto y hay referencias de procesiones durante el siglo XVI, por ejemplo para festejar “Las once mil vírgenes”, que después de recorrer la población culmina en un barco, o de fiestas para las que se construyen naves donde se emplaza el espectáculo (fiestas en honor de la princesa de Beira, 1794). Hay testimonios de estas formas teatrales de Japón y China a la India, África y Brasil.