El teatro de José Troncoso bebe del carnaval y la chirigota de su tierra gaditana, pero también del sainete arnichesco y del esperpento de Valle, y de Nieva, y en este su último trabajo yo he visto mucho de las historietas del tebeo de Vázquez, al que posiblemente él no ha leído por su joven edad. Pero lo que más me interesa de este alumno de Phillipe Gaulier es su estudio de los procedimientos cómicos del teatro para forjar un estilo artificioso y grotesco que me saca de la rutina como pocos autores del teatro actual. Disfruté y reí en Con lo bien que estábamos, la pieza que ha abierto la temporada del Teatro Español, ahora programado por su nueva directora Natalia Menéndez.
La noche del estreno, el pasado 4 de septiembre, se palpaba cierta expectación en el ambiente, aunque con la mordaza en la cara es difícil detectar las emociones de la gente. Era expectación doble: por un lado, el teatro reabría sus puertas (con el 75% del aforo) tras el confinamiento y los meses estivales; por otro, curiosidad por lo que daba de sí la mezcla de dos actores maños con un director y autor de “Cádiz, Cádiz”. Usón y Barrantes son miembros de la compañía aragonesa Nueve de Nueve Teatro y así me explicó Troncoso cómo se lió la cosa: “Conocí a Carmen y Jorge durante la representación de Las princesas del Pacífico, y al pensar en la creación de su siguiente montaje, me llamaron para trabajar con ellos. Me gusta escribir en exclusiva, para las bocas, los corazones y los cuerpos que van a contar la historia, dejar que el texto se tiña de sus acentos y raíces. Siempre empiezo a trabajar a partir de una fábula o un mito. Mientras escribo, voy proponiéndole acciones a los actores en los ensayos, para comprobar que la dramaturgia marcha. Una vez cerrado el texto, vuelvo a analizarlo como si de un texto ajeno se tratase, intentando descubrir nuevos sentidos y valores. Me gusta que todo sea sencillo y ligero en su apariencia, y eso requiere un gran trabajo detrás y unos actores que no quieran actuar, sino jugar y comunicar. Y sí, Carmen y Jorge son absolutamente excepcionales para mí”.
Partidario y detractores
El teatro de Troncoso no deja indiferente, despierta partidarios y detractores extremos. Yo me hice partidaria cuando vi Las princesas del Pacífico; me pareció más irregular Lo nunca visto; pero en Con lo bien que estábamos tiene claro qué quiere contar, hay precisión, y la protagonizan dos intérpretes soberbios que en complicidad con el autor y director nos llevan por el laberinto del humor, mostrándonos sus vías, encrucijadas, callejones…, hasta llegar a la salida. “Llegó un momento en mi carrera en el que decidí reservar una pequeña parcela para expresarme sólo y exclusivamente tal y como soy. Esa parcelita empezó a apoderarse de todo, y ahora ocupa un primer plano en la elección y construcción de mis trabajos”, me reveló. “Entiendo que al ser tan personal, haya quien se sienta reconocido y quien no. Pero este soy yo. Gracias a Dios, ya no intento gustarle a todo el mundo. Ese es un dolor pasado”.
La comicidad de esta obra se asienta básicamente en los cómicos y en su discurso, pero también en la música, compuesta por Mariano Marín, que sigue el patrón del cine mudo, donde es un elemento narrativo sustancial, no un mero acompañamiento. Marín me contó que tuvo experiencias agotadoras como pianista de películas mudas en la Filmoteca Nacional, e inspirándose en ellas vemos en escena a un pianista, Néstor Ballesteros, que acompaña a los actores durante toda la representación. O sea, que también es un espectáculo musical donde Usón y Barrantes muestran que saben cantar al estilo arrevistado (descacharrante la aparición de Barrantes haciendo de la musa Música).
La obra encaja perfecta desde el punto de vista argumental con el momento que vivimos: Con lo bien que estábamos es un espectáculo metateatral, en el que se ironiza deliciosamente sobre el valor del teatro en la sociedad actual, pero también en el diferente valor que los individuos damos al arte. Esteban (Jorge Usón) y Marigel (Carmen Barrantes) son un matrimonio sin hijos que regentan una ferretería, caricaturizados como esos botiguers entregados en cuerpo y alma a su pequeño comercio. Un día llega un teatro al pueblo y Marigel arrastra a Esteban hasta allí, él se resiste, prefiere quedarse en el confortable sofá de su casa (sus excusas, aquí graciosamente contadas, son los prejuicios que se esgrimen habitualmente contra el teatro). La experiencia tendrá efectos volcánicos en Esteban, como si un virus le hubiera contagiado y cambiado su personalidad; nada volverá a ser como antes, mientras una alucinada Marigel asiste a la transformación alienígena de su media costilla.
Al autor no le interesa la verosimilitud, el juego cómico funciona como un mecanismo rígido, artificial, basado en el gesto exagerado de los comediantes, también en otros procedimientos ya ensayados por Troncoso en piezas anteriores (la repetición de las acciones y de los discursos, la rápida transformación de los actores en varios personajes), pero sobre todo en los movimientos mecánicos y las aptitudes de los intérpretes.
Hay también un elemento que acentúa el humor y que es el contraste entre Esteban y Marigel, ya que la mujer con su actitud realista es el opuesto a la ingenuidad de la conducta de su marido recién abducido por la música y el teatro. El físico grandote de Usón al lado de la frágil y menuda Barrantes también contribuye a que nos fijemos más en sus gestos que en sus acciones. Hay grandes momentos de chaladura, pero yo me quedo con el de Barrantes en jarras cantando una jota aragonesa, aunque ya no recuerdo muy bien la secuencia de cómo se produce.
Creo que este “juguete cómico” (excluyan cualquier atisbo de sentido peyorativo al término) funcionaría mejor en la sala pequeña que en el gran escenario del Español; aun así, la escenografía y vestuario de Juan Sebastián y la iluminación de David Picazo visten el espectáculo con simplicidad, eficacia y gusto.
Cuando le pregunto a Troncoso sobre sus fuentes de inspiración cita algunos clásicos del canon dramático, pero subraya: “mi mayor inspiración es mi maestro Philippe Gaulier. Él me animó a descubrir mi propia manera de hacer en el teatro y siempre está presente en mis creaciones”. Por eso dice que no olvida una de las máximas de este maestro del gesto y del arte clown y bufonesco: “Hay que ser serio con el juego. El teatro es algo tan serio como un juego de niños”.