Antonio y Cleopatra, de Tiago Rodrígues, no pretende ser una versión de la obra de Shakespeare, sino que funciona como un relato de la gran historia de amor entre la reina egipcia y el político y militar romano. Interpretado por dos únicos actores y desprovisto de dramaticidad, este montaje de 2014 que tanta celebridad ha dado a su director y a sus dos intérpretes se asienta fundamentalmente en la prosodia del texto. Interesante ejercicio textual y teatral que pudo verse en el CondeDuque el pasado fin de semana.
Este espectáculo me recuerda el teatro en verso, aunque se desarrolla en prosa. Su intención es una forma de representación que rompe con la hegemonía del texto y, sin embargo, el andamio que lo sostiene es un texto pero de gran musicalidad. La fórmula de Rodríguez parte de eliminar a los personajes y las acciones dramáticas de la obra de Shakespeare en busca de un trabajo performativo, de implicación de los propios artistas, basado en el fraseo y el ritmo de la historia que se cuenta. Es curioso que a pesar del esfuerzo por eliminar la acción dramática, el escenario termina llevando a los actores hacia ella.
Al inicio vemos a dos actores en escena, Vítor Roriz y Sofia Dias, vestidos con ropas de calle, que inician un diálogo. Ellos son en realidad bailarines y justamente por eso los escogió el director, que pretendía inicialmente un trabajo más dancístico. Sin embargo, tras los primeros ensayos del equipo, Tiago acabó escribiendo un texto para ser dicho por ellos sin pretender que danzaran. Los actores se intercambian los papeles: Vítor es Cleopatra y Sofia es Antonio, pero no a la manera de estar interpretando a los personajes, sino que cada uno cuenta lo que siente, lo que ve, lo que dice, lo que piensa…, acotaciones incluidas entre las que figuran constantes alusiones a la temporalidad, y con movimientos físicos de los actores que no pretenden ilustrar las acciones, solo señalar y aprehender el espacio.
El resultado es un exquisito juego de forma y argumento que evoca la gran compenetración de los amantes, algo que refuerza de forma notable el hecho de que los amantes son aquí actores de sexo contrario, lo que acentúa la idea de que cada uno está y conoce la mente del otro. En la tragedia de Shakespeare su amor está fatalmente ligado a la lucha por el poder y se cierne una duda sobre el proceder y la fidelidad de Cleopatra a Antonio. Algo de eso también se intuye en este espectáculo, pero finalmente la ligazón de los amantes es incorruptible.
Avanzada la obra, Vítor y Sofia dejan de ser Cleopatra y Antonio para decir a otros personajes, incluso para intercambiarse los papeles protagonistas, y tímidamente surge el drama, escarceo de pequeñas acciones, aunque pronto volvemos al teatro performático. Es casi al final, donde se nos propone un juego fonético a modo de batalla entre los amantes. Estos van transformando las palabras según su sonido y distorsionando el sentido, como si fuera un juego de palabras encadenadas, para fundirse en un abrazo mortal. Bellísimo.
Por escenario, un ciclorama o telón de color plata que cubre foro y suelo, con un móvil a lo Calder colgando en un lado y en el otro un plato de vinilo y dos altavoces con el disco de la banda sonora de Alex North de la película Antonio y Cleopatra, que suena unas cuantas veces. Todo transcurre en hora y media.